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A veces lo más cerca que estoy de amar
a otros es odiarnos a todos nosotros.
Dennis Johnson
El otro día escribía un cuento en el que una mujer americana soñaba despierta o alucinaba con Lina Ódena (1911-1936), revolucionaria republicana asesinada por las tropas falangistas en un control de carretera. La mujer se planteaba mencionar a Lina Ódena, citada por César Vallejo en un poema, pero al final prefería guardarse esa información o se distraía pensando en qué hacía un poeta peruano escribiendo sobre una republicana española. “Es un misterio”, le hacía pensar al personaje, “un misterio de cuando la poesía todavía valía algo”. No sabía a qué me refería exactamente con estas palabras, así que borré el cuento, porque además decirlas me dio miedo.
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Deberíamos aprender a escribir ficción antes de aprender a leerla, pero eso es una utopía. Sobre utopías: escribir es estructurar, no una realidad porque eso no existe pero sí una utopía, que tampoco existe pero que, al contrario que la realidad, es lo único que tiene sentido. Hay una especie de irrealidad en la realidad que se construye con un vacío que debería estar en el centro de nuestros textos: nuestra tarea es nombrarlo, inventar las palabras que permitan una aproximación.
En un genocidio, la forma del vacío es la forma del horror.
El horror es banal porque nos banaliza como personas y como testigos
Ante el horror todo se vuelve banal. No quiero decir que el horror empañe todo con su aliento hasta hacerlo heterogéneo, irreconocible, mucho menos absurdo. Me refiero a que, como en un circo, donde un espejo trucado nos muestra de acuerdo a una deformidad particular, el horror crea monstruos a su imagen. El horror es banal porque nos banaliza como personas y como testigos.
¿Qué sentido tiene escribir poesía en el ultracapitalismo y el auge del fascismo? Anne Carson tiene una frase: “Nació después de Homero y antes de Gertrude Stein, mal momento para ser poeta”. Pero, ¿cuál es la revolución que se da para Carson tras Stein? (Seguramente una estilística, una política). Yo no puedo evitar poner el límite en Rimbaud, cuya revolución fue demostrar que el sueño de la poesía no sólo existe y se habita, sino que se abandona. Rimbaud, en fin, se hace capitalista, quizá porque ahí es donde termina el sueño, porque al final del sueño hay otra cosa. No digo que Rimbaud viera a Netanyahu cavar una zanja en el desierto. Pero nosotros sí.
¿Cómo (qué) escribes cuando eres pobre y de izquierdas? ¿Cuál es el poder de la ficción y su valor en todo esto y cómo instrumentalizarla?
Por lo general, juntar política y literatura suele terminar en un mal libro o en un ensayo empobrecido. Es difícil no pensar en Cortázar post-Rayuela. Él mismo explicaba que sólo podría escribir más novelas si las injusticias no fuesen tantas, pero su tiempo estaba en los artículos. Por lo demás, es bien conocida su postura de armonizar política y literatura, algo que hizo con justicia. Cortázar creía en las utopías, y por tanto creía en la literatura, y creo que eso puede ayudarnos a recordar que la utopía primera de toda literatura es la utopía del lenguaje, donde quizá sí tendríamos todavía algo que hacer, porque pelear el relato histórico empieza por democratizar las palabras.
Pero sigue siendo insuficiente. ¿Cómo armonizar literatura y genocidio? Para mí, un libro así sólo tendría sentido si donas todo el dinero que te proporcione y das las gracias a Dios porque sabes que ha sido el Demonio quien te ha permitido escribirlo.
Esta última parte es destructora, es apocalíptica: no encaja con la idea de una utopía.
¿Sobre qué tipo de fe puede construirse una literatura hoy?
Creo que por eso borré el cuento, porque no tenía una respuesta a esta pregunta. ¿Para qué vamos a escribir, si todos los que se querían salvar están muertos?
Y si no son los muertos, ¿serán los niños israelíes? Hace poco veía un video de unos niños israelíes pisoteando una bandera palestina y profiriendo insultos. Estos niños han sido criados para el odio. Y yo pensaba: están echando al ser humano a perder.
Desde hace tiempo, cualquier cosa que no sea volverse loco me parece fuera de lugar
Saint-Exupéry: “Es más bien a la especie humana y no al individuo a quien se hiere aquí, a quien se perjudica. Apenas creo en la piedad. […] Lo que me angustia no puede ser curado con comedores de beneficencia. Lo que me angustia no son estos huecos, ni estas jorobas, ni esta fealdad. Es Mozart, un poco asesinado en cada uno de estos hombres”.
Desde hace tiempo, cualquier cosa que no sea volverse loco me parece fuera de lugar. Todo lo que no sea salir a la calle a gritar que están carbonizando niños vivos (y adultos, y todos somos niños ante el miedo) es una gilipollez y una pérdida de tiempo y recursos. Y si es verdad que no podemos hacer nada, deberíamos parar todo lo que estamos haciendo para no hacer nada.
“Esto es una crítica de toda ‘poética’ / porque es una crítica del miedo ante la impotencia fáctica”, escribe Inger Christensen.
Como no quería dejar de escribir busqué la solución en las propuestas de otros autores, ya que Cortázar no me valía. Panero propone una escritura zombificada que se basta a sí misma (que se imita incluso a sí misma). Panero crea una utopía caníbal del apocalipsis. Es una revolución contra uno mismo (“la literatura es la no-vida”). Claro: si no se puede crear, nos dedicaremos a destruir.
Escribir poesía puramente técnica y que no requiera de la inspiración, que según Panero no existe, me pareció el único medio para salir adelante en toda esta farsa. Como escribir poesía olía peor que dormir o no hacer nada, me parecía bien. Es la idea del “otro” que escribe (volvemos a Rimbaud). Pero sentí que eso era hipócrita y tuve que parar, independientemente de los resultados. Como dijo alguien, cuando muera Dios no me preguntará por qué fui Panero, sino por qué no fui Ibai Cantero.
La verdad es que no me siento muy cómodo escribiendo últimamente, aunque reconozco que sigo queriendo hacerlo con todas mis fuerzas y que hasta disfruto de ello de vez en cuando. Es lo que he decidido –podría haber sido otra cosa, y esa es su fuerza– que me vincula al mundo y a los demás de una manera significativa, es para mí la mayor expresión de vitalidad y autoafirmación.
Sentarse al lado de un cadáver a escribir un poema es de mal gusto. Ese poema está maldito
Por eso, al hablar de dejar de escribir (aunque sea algo que no le importe a nadie más), hablo de cosas muy importantes y que van más allá de la propia escritura. Pero no encuentro otra solución. Sentarse al lado de un cadáver a escribir un poema es de mal gusto. Ese poema está maldito antes de empezarse porque es morboso.
El miedo al morbo es algo que existe aquí, que se explora aquí. Morbo directo o indirecto, omnipresente, profundamente antiintuitivo cuando no escribimos directamente sobre las causas sociales.
Si no se puede escribir, queda publicar, que siempre ha sido una tarea opcional que no interfiere en la labor de escribir, lo ya escrito, para capitalizarlo y volverlo mierda. Pero caemos en lo mismo. Con respecto a algunas de las soluciones o parches, hay que decir que la precariedad tampoco hace posible la idea de donar el dinero del libro. Por lo demás, podría pensarse que un libro que armoniza literatura y política debería ser escrito para ser leído por más gente. Lo cierto es que no estoy de acuerdo y que creo en la protesta silenciosa. Anna Ajmátova hizo una revolución cuando tenía que aprender sus poemas de memoria, sin escribirlos, para no ser pillada por la policía secreta. Seguramente hay por eso una plaza de parking en el cielo de la poesía que lleva su nombre. Y como dijo Modigliani, “¿para qué estropear lienzos si nadie va a comprarlos?”. Esto puedo defenderlo porque creo que la forma más inmediata de cambiar el mundo es a través del ejemplo personal. Nuestros apóstoles serán nuestros testigos.
En la casa de la literatura todos los pasos tienen un sentido. Recuerdo también ahora que Anne Carson decía que un novelista construye una casa y que un poeta corre a través de la casa. El problema es que la casa está hecha de carne humana y los obreros no se dan cuenta (menuda pesadilla) y sólo un lunático correría a través del olor a cuerpos quemados (como digo, seguramente sólo nos queda volvernos locos).
No estoy proponiendo un tipo de literatura y no estoy diciendo que dejar de escribir sea una locura. Al revés: me pregunto si es lo razonable. Pero razonar eso (tener que llegar a eso) es una locura.
Todo esto ha sido un proceso emocional y privado. Hay muchas cosas que pueden decirse. Sería fácil pensar en Adorno y recordar que se ha escrito mucho sobre el holocausto. Incluso se podría pensar que nada de esto es muy diferente a lo que hacía César Vallejo con Lina Ódena. Como ya he dicho antes, no supe lo que estaba diciendo, pero sabía que lo que había dicho me asustaba. Todo esto es algo que nace en las tripas, quizá porque mi poesía nace de las tripas. Hay mil formas para expresar una sola cosa y la razón puede justificar cada una de esas formas con otra expresión que tiene mil formas. No, no se trata tanto de razonar como de abrir los ojos y quedarse quieto, incapaz de procesar un sol que te dilata, que te expande en el vacío del horror antes mencionado.
No tengo ninguna duda de que una novela puede servir a un movimiento. Puede adoptar las formas de un movimiento (estético, político, lúdico) y revitalizarlo a través de la crítica, si lo que a uno le preocupa es que el movimiento se encasquille o se institucionalice (de nuevo Cortázar) en la antirrevolución, que seguramente es algo que lleva en sí toda revolución. Si uno quiere, y probablemente uno no quiera, una novela puede hasta ser un panfleto. Uno puede incluso escribir un panfleto y decir que es un poema, lo que probablemente sea más interesante. Nada de esto anula el hecho de que aprovecharse del nombre de las formas literarias parece verosímil (quiero decir burgués, quiero decir del todo antirrevolucionario).
El problema es que la literatura que intenta nombrar el horror nace inevitablemente del horror, si quiere hacerlo con honestidad, y en eso está el problema del morbo antes mencionado. No se trata de un morbo estético o literario (eso cada autor sabrá esquivarlo a su manera), ni de un morbo capitalista (no se puede cobrar de un libro así), y ni tan siquiera diría que se trata de que pueda ser preocupante atraer al lector guiado por su propio morbo o a que parezca que sólo nos interese algo horrendo, porque es por justicia. Todo esos son morbos inmediatos, pero existen morbos menos inmediatos. El hecho de instrumentalizar un genocidio para crear supuesta belleza es un tipo de morbo para el que a uno no lo prepara la filosofía. Quizás habría que crear novelas feas e incómodas de leer, a un nivel incluso puramente material del libro como cosa. No lo sé y me da igual.
Estoy preguntando cómo hacer para que la poesía no sea un muerto que nos pasamos de mano en mano. Hay que meditar qué estamos contando y por qué y cómo ser testigo sin ser cómplice en esta cámara de gas que funciona funciona funciona.
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Ibai Cantero (1995) es escritor y vive en Bilbao.
A veces lo más cerca que estoy de amar
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El otro día escribía un cuento en el que una mujer americana soñaba despierta o alucinaba con Lina Ódena...
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Ibai Cantero
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