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En su novela de 2007, ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!, Isaac Rosa hizo referencia a la “inflación de memoria”. El fenómeno literario al que iba asociada esa inflación se apoyaba principalmente en la confianza de que era posible el cierre de las heridas, la reconciliación y “mirar al futuro”, todo ello auspiciado por los coletazos agónicos del prestigio y el crédito de la Transición. El punto de partida de aquel fenómeno –al menos su cara más visible– fue el éxito de ventas y la crítica favorable de Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas. Sin duda, esta obra marcó un hito en el dispositivo ecuménico al que hacemos referencia. Aquella nueva narrativa de la Guerra Civil que surgió en el filo del cambio de siglo y de la que se desprenden algunas obras notables, conformó una instancia retórica bautizada como “post-memoria”: un memorialismo de segundo grado sobre el conflicto, tamizado a través de la ficción. La novela de Isaac Rosa era una revisión comentada de un texto anterior suyo, inédito, que le permitió hacer reflexiones y apostillas a los clichés y automatismos de aquel corpus sobrealimentado y de alguna manera, hacer también la crónica razonada de su agotamiento.
Esta generación no arrastra ya nada o casi nada de ese espíritu ingenuo y esperanzado
Sin embargo, el agotamiento era más de enfoque que temático y no alcanzó a la generación nacida en torno a la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, en la cima del optimismo transicional. Esta generación, cuyos autores han empezado a publicar en el último lustro, no arrastra ya nada o casi nada de ese espíritu que, visto en retrospectiva, resultó ser eminentemente ingenuo y esperanzado. Hijos de la crisis inmobiliaria de 2008 y de las reivindicaciones del 15-M, los horizontes de cambio, enmienda, reparación y fraternidad asociados al relato de la Transición constituían una promesa que nunca llegó a materializarse y por tanto, han abierto su propio turno de preguntas en torno a la Guerra Civil. Estas escritoras y escritores han vuelto sus miradas sobre el acontecimiento central del siglo XX español, que sigue marcando el presente no solo en su faceta de periodo traumático y divisivo para las familias y la sociedad sino que también, el orden de la propiedad que instauró (o que reinstauró, para ser más precisos) sigue vigente e interpela a esta generación de autores en la que ya se detecta una novísima narrativa sobre la Guerra Civil.
Teoría y presencia del fantasma
Si en la nueva narrativa sobre la Guerra Civil el peso recaía sobre las distintas vías para construir y sostener la memoria, en la novísima narrativa sobre la Guerra Civil nos encontramos con la figura recurrente del fantasma. El fantasma no quiere ser “recordado”, es una presencia en toda su dimensión espectral. El espacio que habita no es el de la memoria; habita el presente según sus propias normas. Para que exista la memoria son necesarios al menos dos planos temporales plegados sobre sí mismos y conectados por medio del recuerdo. El fantasma impone otra lógica relacional.
En Paisaje nacional (2024), segunda novela del extremeño Millanes Rivas (1994), el fantasma es una Aparición con una presencia literal: se sube al coche, expresa sus deseos y manifiesta sus demandas, baja al pozo, acompaña a los protagonistas en el sentido duro del término. La presencia del fantasma, a diferencia de la activación de la memoria, no se produce por medio de la voluntad, no requiere de su autorización. Está allí, es un pasado que no se ha ido.
“El fantasma es un retorno de los deseos, de las imágenes, que merodean, se buscan en nosotros… y solo cristalizan gracias a una palabra”, escribió Roland Barthes, un crítico que sabía de fantasmas. En Paisaje nacional, la palabra sobre la que gravita la narración es TIERRA. Las tierra comunales, las propiedades colectivas, la dehesa boyal, las tierras de labranza, el bosque comunal, los pastos de ganado, las “tierras en exceso”, las “tierras reservadas”... y los cuerpos enterrados: “Hay lugares en los que cuando llegaron las excavadoras, para levantar la tierra y comenzar las obras, encontraron cuerpos [...] a aquellos que asaltaron la dehesa los mataron allí mismo, para que comieran la misma tierra que habían pedido [...] la guerra sirvió para matar a las trabajadoras que ocuparon o apoyaron las ocupaciones y para reestablecer el orden anterior de la propiedad, y que ese orden nunca llegaría a alterarse de nuevo, ni antes ni después de acabada la guerra, ni antes ni después de acabado el proceso de transición a la democracia”.
Hay un equilibrio formal y una contención para la que el autor ha debido emplear maquinaria pesada y, a la vez, instrumentos de precisión
A diferencia de lo que encontrábamos en su primera novela, Tan jóvenes y la pena (2021), una obra plena de hallazgos expresivos y estéticos pero un tanto caótica en su estructura y montaje, en Paisaje nacional hay un equilibrio formal y una contención para la que el autor ha debido emplear maquinaria pesada y, a la vez, instrumentos de precisión. Con ello nos referimos a que, para desenterrar esos “cuerpos extraordinarios nutriendo el suelo”, era necesario remover capas de terreno mineralizadas por la indiferencia (pasajes de contextualización que se hacen áridos por momentos) y también un trabajo fino y significativo de dilatación y contracción de los tiempos de la narración.
Aquí la memoria no articula el eje de la trama, es un material accesorio que no se resuelve por completo, a la manera de un enigma. Queda abierto y no cumple una función esencial en la identidad de los protagonistas y sus conflictos. El fantasma no es la aparición de lo que se sabe que era, sino la presencia de lo que todavía no se sabe qué es: “Leer los documentos del pasado transcritos en mi caligrafía genera un limbo particular. Arrancas el coche, nos vamos de aquí. Con suerte de esta ciudad. Pasamos junto al Arco de la Victoria, salimos por la Avenida de la Memoria hacia la A6, seguimos hacia adelante. No tenemos certezas de lo que viene”. Hay una gran condensación simbólica en estas líneas.
Otras voces, los mismos fantasmas
En el caso de la segunda novela de Irene Solà (1990), Canto yo y la montaña baila (2019), hay una presencia fantasmal elocuente, capaz de tomar la palabra, de los objetos abandonados en la retirada republicana a través del Pirineo durante la Guerra Civil y también, un grupo de fantasmas que cuentan en primera persona un proceso judicial por brujería.
Carcoma (2021), la primera novela de Layla Martínez (1987) –que este año ha sido nominada al National Book Award– entra de lleno en el universo de los fantasmas y la Guerra Civil: “El terror consigue codificar mucha cantidad de información en metáforas muy simples y concretas, como las casas encantadas, que ya su simple mención evoca una cantidad enorme de datos, de fantasmas, de traumas que aún siguen vigentes porque no se han solucionado”.
El punto en común de estas narraciones es que no se enfocan en el dramatismo del conflicto bélico desde una emocionalidad de tintes melancólicos
La más reciente novela de David Uclés (1990), La península de las casas vacías (2024), aborda la Guerra Civil desde una clave fantástica, un realismo extrañado con influencias de Álvaro Cunqueiro y Gonzalo Torrente Ballester o, según sus propias palabras, en clave de “realismo mágico”.
El punto en común de estas narraciones es que no se enfocan en el dramatismo del conflicto bélico desde una emocionalidad de tintes melancólicos; no abordan el periodo de manera frontal, sino siempre desde una distancia operativa, crítica, descentrada, programática, eludiendo el realismo y evitando la solemnidad de un tono derrotista. Lo que están haciendo, pareciera, es invocar a los fantasmas que se han quedado entre nosotros para darles voz. Voces que, en palabras de Solà, “han sido negligidas”.
En este sentido, la particularidad de la novela de Millanes Rivas es que estamos ante una indagación sobre la política del territorio: la novela se sumerge en las ramificaciones económicas estructurales del conflicto a través de la propiedad y la disposición de la tierra, tema que vertebra, en sentido amplio y figurado, una problemática que podríamos definir como “generacional”.
En su novela de 2007, ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!, Isaac Rosa hizo referencia a la “inflación de memoria”. El fenómeno literario al que iba asociada esa inflación se apoyaba principalmente en la confianza de que era posible el cierre de las heridas, la reconciliación y “mirar al futuro”,...
Autor >
Ernesto Bottini
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