carta a la comunidad
Errejón y la tragedia
¿Y si esa transformación de la sociedad de la que hablaba ‘El País’ en su editorial, “que no tiene vuelta atrás”, esconde alguna involución?
Vanesa Jiménez 2/11/2024
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'Baco ebrio', escultura de Miguel Ángel en el Museo del Bargello en Florencia. / Rufus46 (CC BY-SA 3.0). Via Wikimedia Commons
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Querida comunidad contextataria:
Os escribo esta carta porque necesito compartir algunas reflexiones con vosotras y vosotros, que considero importantes; tanto, que me han colonizado el cerebro hasta casi no dejar sitio para otra cosa. Pero hoy no os hablo como directora adjunta de CTXT; en esta ocasión no represento al medio en el que trabajo. Hoy soy solo Vanesa Jiménez, mujer, periodista, llena de dudas y contradicciones, y de preocupación y rabia.
El portavoz parlamentario de Sumar, Íñigo Errejón, dimitió el jueves 24 de octubre, 48 horas después de que se divulgara un testimonio anónimo de trato vejatorio y machista –“un político muy conocido”, un “psicópata”, un “monstruo”– en las redes sociales. CTXT no publicó una línea del asunto hasta el lunes 28. Seguramente, fuimos el único medio español que cuatro días después no había abordado el tema de forma pública. Y no por hacer gala de nuestro lema: “Orgullosas de llegar tarde a las últimas noticias”. La razón es que, pese a los intensos debates internos, que fueron constantes en los primeros días, fundamentalmente en nuestro consejo editorial, todas y todos asumimos que, sin tiempo para pensar y en medio del ruido atronador que gritaba en la misma dirección, era muy difícil enfrentarse a las aristas de un asunto tan complejo. El borrador con un editorial, reescrito ya mil veces, sigue en la carpeta ‘A editar’.
Yo decidí salvarme de la avalancha que lo arrastraba todo mirando las esquinas del hecho, más que al hecho en sí, donde se acumulaban las presuntas certezas. Informativamente, me parecía fundamental analizar el contexto –qué voy a decirles yo– y también pensar sobre el estado real del feminismo, y por tanto de las mujeres –también, o sobre todo, de las menos privilegiadas– más allá de supuestas victorias, siempre efímeras.
Sobre esto último, si atendía a los medios de comunicación o a las redes, la conclusión ya estaba en todos los titulares, y era clamorosa e indiscutible: el avance del feminismo es imparable. El editorial de El País del 26 de octubre es, posiblemente, el mejor ejemplo de este triunfalismo generalizado: “Errejón dimite, el feminismo avanza. La convulsión por el comportamiento sexual del portavoz de Sumar evidencia una transformación de la sociedad que no tiene vuelta atrás”. En las redes, la cosa iba a la par y las etiquetas del ‘MeToo’ y el ‘SeAcabó’ volvían a inundar las publicaciones.
No era fácil salirse de ese carril único en el que debíamos colocarnos si queríamos estar en el lado bueno/correcto de la historia
No era fácil salirse de ese carril único en el que debíamos colocarnos si queríamos estar en el lado bueno/correcto de la historia. Las sentencias ya estaban dictadas. Pero los caminos rectos no permiten reflexionar y los linchamientos son extraordinariamente violentos, qué contradicción, y como poco conducen a la melancolía. Porque eso fue lo que ocurrió, desde el principio. Y nosotras decidimos no sumarnos.
Los medios, en su mayoría, adoptaron el modo carrusel-partido-de-fútbol, que consiste en acumular últimas horas sin tino ni mesura. En esta ocasión, en vez de faltas, tarjetas o goles nos llegaba un testimonio, otro, otro más; una declaración, un tuit, más tuits, un vídeo, un comunicado… Todo rebosante de morbo, y también de olor a sacristía. La gran paradoja de esta pésima cobertura informativa es que los ataques más furibundos contra Errejón no han venido de los medios de la derecha. Han sido los periódicos, digitales, radios y televisiones que más apoyaron al exfundador de Podemos y Más Madrid los que han blandido la espada más afilada. Será por eso de la culpa, y porque en la lucha por ser los y las más feministas se pierde el raciocinio. De culpa deben ir sobradas también la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, y la ministra de Sanidad y líder de Más Madrid, Mónica García. En el camino a la salvación personal –como si alguien pudiera ya salvarse– lo han perdido todo, hasta la vergüenza y la humanidad.
Percibirse como víctima de violencia machista no admite para mí debate. Eres una víctima. Así asumí el primer relato anónimo que leí en la red social del amigo de Trump el día antes de que todo detonara. Y todos los que vinieron después en un muro de Instagram, un entorno tan seguro que pertenece a Mark Zuckerberg, que también es dueño de WhatsApp y de Facebook. Las víctimas son víctimas y sus relatos no se cuestionan, se creen. Y se protegen y se acompañan. Pero ante el riesgo de banalizar la violencia de género, ante el terrible axioma que sostiene que el patriarcado hace que todo hombre lleve dentro un maltratador y que por tanto todas somos víctimas potenciales, estamos obligadas a hacernos muchas preguntas. Yo me las hice al principio y me las sigo planteando ahora, porque para muchas no tengo respuesta.
Ante el terrible axioma que sostiene que el patriarcado hace que todo hombre lleve dentro un maltratador, estamos obligadas a hacernos muchas preguntas
¿Debemos celebrar como victoria las denuncias anónimas cuando no las aceptaríamos en otro asunto? ¿Los relatos que hemos leído en IG son denuncias de violencia machista/delito? ¿De qué tipo? ¿Hemos perdido herramientas básicas para combatir el machismo en sus primeras fases? ¿Estamos realmente más empoderadas? ¿Hay consentimiento en los relatos que hemos visto en las redes? ¿Y si estamos inmersas en una gran contradicción, en la que ponemos el consentimiento en el centro pero la realidad nos desempodera para poder consentir? ¿Y si el sexo romántico se ha convertido en un ideal? ¿Y si follar sin empatía ya no vale? ¿Y si hemos vuelto a ser sujetos pasivos…? Y de fondo, y por encima de todo, ¿y si esa transformación de la sociedad de la que hablaba El País en su editorial “que no tiene vuelta atrás” esconde alguna involución? ¿Y si el feminismo que se iguala a la lucha contra la violencia machista es pequeño y poco emancipatorio?
Hace más de dos años, publiqué una columna en CTXT sobre los pinchazos a mujeres en bares y discotecas que llevaba por título “Deja de ser puta”. En ella, alertaba de los continuos ataques a nuestra libertad sexual, que servían y siguen sirviendo para que nuestro placer pugne constantemente con el peligro que conlleva el disfrute. Cuatro años antes, en 2018, había tenido que escribirles una carta como esta –“Hablemos de follar”– ante las críticas feroces que habíamos recibido tras abrir un debate sobre si la empatía era necesaria en el sexo (no) y los riesgos de caer en el puritanismo (sí).
Hoy siento que aquellos debates han vuelto, o quizá nunca se superaron. Porque en medio de la locura por la última hora, y por no quedarse fuera de este escrutinio multitudinario en el que si no te pronuncias será por algo, se ha ido entreverando la mojigatería y el cuestionamiento de algunas prácticas sexuales, con el riesgo de que se asienten aún en más cabezas. En el sexo, lo bueno y lo malo, el bien y el mal, no son baremos para medir nada. No es mejor el misionero a que te empotren contra una pared de gotelé a los cinco minutos de conocerte si todas las partes, las que sean, son libres para elegirlo. Como tampoco es censurable que te esnifen en el culo si, de nuevo, todas las partes están de acuerdo y tu culo lo soporta. Entre las muchas barbaridades que he oído y leído estos días está la de la necesidad de un “sexo feminsta”, que no sé muy bien qué es, aunque lo intuyo.
Otro de los riesgos de involución está, creo, en la equiparación del feminismo a la lucha contra la violencia de género. Entre la gran marea morada que llenó las calles en 2018 y el feminismo que se instaló en los medios más convencionales y en los platós de televisión había una línea muy corta. Al final, el debate se concentraba en los techos de cristal y en las violencias machistas. Y así se ha ido imponiendo con el paso del tiempo. No me imagino a Susanna Griso cuestionando el capitalismo en sus tertulias mañaneras, ni abordando el acoso sexual, los incumplimientos laborales, las vejaciones o la falta de apoyo institucional que denuncian las jornaleras de Huelva, pero sí la he visto sumarse al circo mientras una periodista leía en directo los detalles de la denuncia por presunta agresión sexual de una mujer contra el exportavoz de Sumar. El feminismo, así me lo han enseñado estos años las que más pelean por esta causa fundamental, es una enorme herramienta de impugnación y emancipación, de transformación. Estos días he pensado mucho en las mujeres –defensoras de la tierra, refugiadas de guerras, víctimas de dictaduras… representantes de las pobres del mundo– que conocí en el Congreso feminista que organizamos en Zaragoza. “Asumid que sois unas privilegiadas”, nos dijeron. ¿Qué pensarán ellas hoy?
Frente al grito del “se acabó la impunidad” y el “miedo ha cambiado de bando” yo me he sentido muy pequeña, lo confieso. Porque lo primero no es cierto, por más que un político machista que no debía estar en política haya tenido que dimitir. Y porque lo segundo es una trampa; mi aspiración es que los hombres no agredan a las mujeres por su aprendizaje, su socialización, y no por el miedo. Del fantasma de la guerra de sexos, del “a por ellos”, hablamos otro día.
Hasta ahora no he abordado la derivada política. No sé cuándo murió la llamada nueva política, ni siquiera si su violencia y su machismo estructural eran ya una herida de muerte que traían de fábrica. Quizás ya estaba muerta cuando se presentó Podemos en el Teatro del Barrio, en enero de 2014. O murió en una de las muchas guerras fratricidas. Ya no importa, solo podemos confirmar la defunción total.
Estos días, en las muchas conversaciones que he tenido con amigos y amigas, todos me transmitían un malestar hondo, hasta físico. Estos días también, mientras intentaba comprender, volvió a caer en mis manos, o quizá lo busqué yo, El nacimiento de la tragedia, de Nietzsche. Es un libro complicadísimo, que yo necesitaría leer cien veces. Pero entre su oscuridad, hay una tesis que se muestra transparente. “La existencia del mundo solo puede justificarse como un fenómeno estético”. “No existe nada que se oponga más a la interpretación y justificación puramente estética del mundo que la doctrina cristiana, que es y solo quiere ser moral”.
En su intento por examinar los orígenes de la tragedia griega, Nietzsche sostiene que “el griego conocía y sentía los estremecimientos y horrores de la existencia” y que “para poder vivir tuvo que colocar delante de él el brillante nacimiento onírico de los Olímpicos”. “¿De qué otra manera hubiera podido soportar la existencia ese pueblo de tan extrema sensibilidad, tan fogoso en el deseo, tan extrañamente dotado para sufrir, si esta existencia no se hubiera presentado nimbada de un aura superior en sus propios dioses?”.
Quizá nuestra desazón se deba a que, una vez más, hemos constatado que no contamos con dioses que nos distraigan de los horrores de la existencia.
En esta tristeza que he sentido por las víctimas, por todas nosotras/os, hay un hueco para la compasión. No hay forma de excusar o defender a Ínigo Errejón por su comportamiento machista y vejatorio, pero la pena de telediario ha llegado tan lejos que hemos cancelado su existencia. Soy periodista desde hace 27 años y el único linchamiento que consigo equiparar es el de Dolores Vázquez en el caso Wanninkhof.
Gracias a CTXT yo he podido ser la periodista que quiero ser, una que trata de reflexionar en libertad y revisar sus certidumbres. Me ha acompañado mi compañera Nuria Alabao, coordinadora del área de Feminismos de la revista, y una amiga cómplice y listísima con la que he hablado mucho. Y también nuestro consejo editorial, donde he encontrado un lugar seguro, importante y valiente para debatir.
Si he sido capaz de escribirles esta carta es porque creo que, aunque muchas y muchos de vosotros no estéis de acuerdo conmigo, siempre nos encontraremos en la reflexión y el debate. Es la única forma de avanzar. Nosotras hemos aprendido, de feminismo, y también de periodismo.
Gracias por ser una comunidad tan exigente.
Vanesa
Querida comunidad contextataria:
Os escribo esta carta porque necesito compartir algunas reflexiones con vosotras y vosotros, que considero importantes; tanto, que me han colonizado el cerebro hasta casi no dejar sitio para otra cosa. Pero hoy no os hablo como directora adjunta de CTXT; en esta ocasión no...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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