Cartas desde Meryton
Make ser buena gente great again
En un mundo que se asoma al abismo han ganado los que prefieren caer al vacío antes que cambiar sus hábitos o ceder privilegios
Silvia Cosio 7/11/2024
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“Así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso”
Senadora Padmé Amidala, La venganza de los sith
Han ganado los sith. Han ganado las mentiras, el racismo, los incels, los abusones de patio de colegio, la misoginia, la ignorancia, el miedo, la indiferencia, la homofobia, la transfobia, los conspiranoicos, los anticiencia y el individualismo más soez. Han ganado los que niegan el cambio climático, los que aprovechan una catástrofe para sembrar odio y mentiras y los incompetentes que se van de comilona mientras suenan las alarmas. Han ganado los que anteponen el precio de la gasolina a la libertad reproductiva de sus hijas y esposas. Han ganado todos los millonarios cansados de democracia y regulaciones y hemos perdido todos los demás, incluyendo los que han votado por el candidato ganador, que hoy es Trump pero que ayer fue Milei y que mañana podrá ser cualquier Alvise o Abascal de turno. En un mundo que se asoma al abismo han ganado los que prefieren caer al vacío antes que cambiar sus hábitos o ceder privilegios. Y han ganado porque los hemos dejado ganar, porque no hemos sabido cerrar ni una sola de las grietas por las que han ido colando su discurso, sus mentiras, su odio y su miedo. Con una socialdemocracia leal a una lógica del capital que murió a principios de siglo –que ni siquiera defienden ya ni las grandes fortunas ni las grandes compañías que se sienten más a gusto con este renacimiento del fascismo– y unas izquierdas entre pusilánimes y melindrosas o acurrucadas en su minitrinchera de pureza inmaculada e inoperante del todo o nada, hemos dejado todo el terreno de juego sin cubrir. Vía libre para bloggers, influencers, presentadores de televisión, tradwifes con voz de pito y nazis de los de toda la vida que corretean libres como cervatillos con sus push ups, sus residencias en Andorra, su propaganda contra los impuestos, su cultura del esfuerzo, sus papás millonarios y su indisimulado odio hacia las mujeres y las personas racializadas.
Tenemos enfrente un escenario jodido: el cambio climático es ya una amenaza para nuestras vidas, además este modelo económico ya no da más de sí mientras asistimos perplejos a un genocidio tolerado por las llamadas democracias occidentales, y la socialdemocracia es un espectro agónico que se agarra al siglo XX y que por el momento está sirviendo de parapeto en España, pero que no podrá aguantar mucho más, y de comparsa le acompaña una izquierda fatalista y depresiva que se ha conformado con el mal menor y que ha abandonado cualquier intento de liderar y abanderar un discurso integrador, emancipador y optimista. Enfrente tenemos a los aprovechados y los fascistas de siempre que han salido de la cueva en la que estaban escondidos y que se alimentan de explotar el desconcierto de un montón de gente asustada y cabreada ante este fin de ciclo.
Con estas piezas en el tablero de ajedrez no es de extrañar que haya ganado el malismo, especialmente cuando una parte de la sociedad parece haber renunciado al uso social de la palabra como arma política y pedagógica. Y es que nadie quiere ser el que le pare los pies al cuñado racista que despotrica contra las personas migrantes en la cena de Nochebuena para no amargarles la cena a los demás; que qué pereza tener que ser siempre una la que conteste al compañero de trabajo que siempre suelta un comentario violento contra las mujeres disfrazado de chiste, habrá que callarse para no tener lío en la oficina en la hora del café; y es mejor silenciar el grupo de whatsapp que sacarle los colores al que lleva tres días mandando memes acusando a Pedro Sánchez de haber abandonado a los valencianos porque luego esto se llena de notificaciones y se gasta la batería. Tomando unas cañas con los colegas no hay nadie que le diga a José Luis que lo que está diciendo de los chemtrails es una soberana gilipollez porque es viernes y hay que pasarlo bien, mejor otra caña. Y así nunca es un buen momento para hablar de política, porque total qué se va a conseguir, porque estamos cansados de nuestros trabajos de mierda y no queremos violentar a los demás o discutir y al final todos los políticos son iguales. Y callamos y callamos y callamos, y la brecha cada vez se va haciendo más enorme y por ella se van colando el racismo, la misoginia, las mentiras, el fascismo. Y así ganan, y así nos ganan. Por nuestro silencio. Son estos silencios de la buena gente, de esa gran masa silenciosa que ha renunciado, que hemos renunciado, a levantar la voz, a incomodar, a plantar cara, lo que alimenta la bestia de los trumpismos y del fascismo. Sumidos en el caos del algoritmo controlado por matones millonarios y bots, y los alborotos de los grupos de Telegram y whatsapp, podemos pensar que nuestras voces se pierden o serán aplastadas por la masa de mentiras y mensajes de odio. Sin embargo, no debemos olvidar que todos nosotros somos la otredad, somos las feministas, los ecologistas, los científicos, los maricas, los bomberos, los sanitarios, los maestros, las trabajadoras de la residencia que llevaron a sus espaldas a los ancianos al piso de arriba para salvarles la vida, la masa de voluntarios que cogieron palas y cubos para limpiar barro y llevar comida y agua a los afectados de la DANA, los obreros que limpiaron y arreglaron autopistas y vías de tren en tiempo récord, somos los que se volcaron recolectando ropa y alimentos pagados de nuestros propios bolsillos sin preguntar el color y la nacionalidad de aquellos que los necesitaban y somos los que pagamos nuestros impuestos para sostener los servicios públicos que nos hacen más libres, más sanos, más fuertes. No callemos más, hagamos que la buena gente sea grande y ruidosa otra vez.
“Así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso”
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Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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