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Rebeldía y arte

Escola de Passats. Barcelona y sus puebladas en Manifesta 15

La propuesta permite reconstruir momentos y lugares en los que fue posible la democratización radical de los saberes y los derechos

Paco Cano 1/11/2024

<p>Germán Labrador, comisario de la muestra, jugando con un futbolín  rojinegro, inspirado en las rivalidades entre anarquistas y comunistas. /<strong> P. C. </strong></p>

Germán Labrador, comisario de la muestra, jugando con un futbolín  rojinegro, inspirado en las rivalidades entre anarquistas y comunistas. / P. C. 

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I. Barcelona insumisa

Meses antes de la Revolución Francesa (julio, 1789) y de que se le adjudicara a María Antonieta la frase apócrifa de “si el pueblo no tiene pan para comer que coma pasteles”, Barcelona vivió en febrero de aquel año una revuelta popular por mor de ese mismo alimento, el pan, que, al pasar del control municipal a manos del gremio de panaderos, aumentó su precio. La ciudad presentaba así sus credenciales como vanguardia luchadora y contestataria.

Si bien ya había antecedentes en la capital catalana de levantamientos desde la Edad Media, esta rebeldía ante el poder se convertiría en hecho identitario barcelonés desde comienzos del siglo XIX y cada cierto tiempo se registraban disturbios, bullangas o revueltas populares contra la precariedad y miseria de las clases subalternas. Las más conocidas, las ocurridas entre 1835 y 1843. Según se iba asentando la producción capitalista, la conciencia de clase iba prendiendo en la ciudadanía y con ella el reconocimiento de su propia fortaleza. El descontento y el malestar son elementos que dan cohesión al pueblo. 

La rebeldía ante el poder se convertiría en hecho identitario barcelonés desde comienzos del s.XIX

Así, en 1855, tendría lugar la primera huelga general de España, iniciada en las fábricas del barrio de Sants, que sirvió de germen al primer sindicalismo español. En 1870, se produce otro levantamiento protagonizado, en esta ocasión, por mujeres catalanas contra la obligación de que sus hijos y maridos fuesen a la guerra de Cuba.  La Semana trágica de 1909 tuvo razones parecidas, la oposición a ir a la guerra de Marruecos, y mientras la gente incendiaba iglesias, alguien llamó a Barcelona la “Rosa de Fuego”. Otra protesta derivó, una década después, en la consecución de la jornada de ocho horas laborales. Son muchos más los episodios reseñables, pero no se trata de hacer un recuento exhaustivo, sino un señalamiento de los orígenes inconformistas de una ciudad a la que Engels denominó, en 1873, como la ciudad “cuya historia registra más luchas de barricadas que ninguna otra villa del mundo”, de la que George Orwell se asombró en 1937: “El aspecto de Barcelona era asombroso. Por primera vez me encontraba en una ciudad donde la clase obrera tenía el mando” y de la que otro George, este menos brillante, George W.Bush dijo en 2003: “Nadie puede permitir que su política esté determinada por el número de gente que se manifiesta en Barcelona” al enterarse de la masiva concentración por el No a la Guerra en la ciudad condal. Por medio, la actitud revolucionaria durante la Guerra Civil, las luchas antifranquistas, las revueltas en la SEAT, las luchas vecinales en Nou Barris, la autoorganización ciudadana y el movimiento Okupa, las manifestaciones del Nunca mais o las protestas por la actuación policial durante el 1-O. El caso es que Barcelona siempre termina haciendo puebladas. En las calles, en colectivo y poniendo el cuerpo.

II. Barcelona cultural

Hay una bienal de arte que va dando vueltas por Europa y este año ha llegado a Barcelona. Como el acuerdo para que llegara se hizo cuando Comuns estaba en el Ayuntamiento, éstos –con el buen criterio que manejaban en temas de cultura– decidieron que había que adaptarla a sus líneas programáticas en políticas culturales: descentralización, relación indisoluble de lo cultural con lo educativo, accesibilidad, recuperación de espacios, memoria, participación, implicación del tejido territorial, miradas foráneas sobre la propia ciudad y, en definitiva, derechos culturales. Además de un enfoque extendido de la idea de cultura, que no son solo los objetos o productos artísticos y su mercado, sino también las relaciones comunitarias, los vínculos sociales o la relación entre naturaleza y espacios habitados. Es decir, los hechos sociales, políticos y ecológicos que derivan de esta mirada ampliada. Manifesta se llama la Bienal y la de Barcelona es su decimoquinta edición. 

En esta cita descentralizada participan hasta doce ciudades del entorno de Barcelona, capital incluida. Los contenidos se han configurado en tres grandes grupos temáticos: “Equilibrando conflictos” –que aborda la necesidad de conciliar desarrollo y recursos naturales–; “Cuidar y cuidarnos” –que se centra en el poder transformador de la cultura, así como en el cuidado del medio ambiente– e “Imaginando futuros” –que se vincula al río Besòs y sus alrededores, entorno que ha crecido de manera desordenada creando lugares proclives a la vulnerabilidad socioeconómica. En este último grupo se incluye, por vez primera, el uso cultural de las Tres Chimeneas de Sant Adrià del Besòs como sede central. Espacio que se pretende convertir en icono de un nuevo impulso ecosocial para toda la zona. Una propuesta de futuro para que el encuentro de arte no sea un ovni que llega, deslumbra y se va. El centro neurálgico de la Bienal se sitúa en el edificio de lo que fue la Editorial Gustavo Gili, en el barrio del Eixample. Allí se presentan tres muestras de carácter archivístico que contextualizan en el espacio y en el tiempo las coordenadas de esta Manifesta: Afuera para hacer escuela: prácticas radicales desde las pedagogías catalanas; Archivos Negros: fragmentos de una metrópolis anticolonial y Escuela de Pasados: Barcelona y la imaginación política radical.

III. Barcelona, aprendiendo del pasado

Hechas las presentaciones, nos centramos en esta Escola de Passats. Barcelona i la imaginació política radical, muestra que presenta experiencias antifascistas llevadas a cabo en la ciudad desde la actual crisis ecosocial hasta los orígenes del capitalismo industrial (2024-1820) así como la representación objetual artística usada para dichas prácticas. El comisario de la muestra, Germán Labrador –investigador del CSIC, exdirector de actividades públicas del Reina Sofía y exdocente de estudios culturales españoles en Princeton– nos cuenta que “la idea era generar un dispositivo de reflexión sobre los pasados democráticos de la ciudad, inicialmente como una biblioteca, pero la parte expositiva fue tomando fuerza. La muestra es un viaje de 200 años de luchas ciudadanas en el contexto de Barcelona. Un viaje desde el presente hacia el pasado a través de momentos clave: la crisis de la actual ciudad neoliberal, la Barcelona de la contracultura y la transición, la de la clandestinidad antifranquista, el ciclo que va desde la Semana Trágica a la Guerra Civil, los procesos de Montjuïc o el final de la Primera República”. Para ello, se ha contado con un equipo curatorial amplio, entre investigadores, historiadores, colectivos, asociaciones, personas vinculadas a lo social y lo político de Barcelona, en una acción coral que el comisario reivindica. 

La visita cronológica inversa propone un ejercicio de arqueología, que permite ahondar en capas superpuestas de la historia “Pensamos que esta experiencia dispositiva era más intuitiva, porque trabajamos desde la lógica de la memoria y si queremos reconstruir esa historia ciudadana tenemos que ir atravesando también las distintas capas vinculadas a la lucha social y a la represión. En ese sentido, Escola de Passats permite que un espectador contemporáneo mire con sus referencias a una ciudad que al principio le será muy reconocible, pero que según avanza irá distanciándose de lo conocido. De ahí, el intento de enseñar una serie de imágenes, de objetos y de momentos extraños, incluso para la gente de Barcelona. Queríamos mostrar que hay una alteridad en el pasado y que esa diferencia nos compromete y nos amenaza al mismo tiempo que nos ilumina el presente”, explica Labrador. 

La muestra propone un doble foco: la narración histórica y socio-política y la materialización de ese discurso ideológico en objeto artístico

La muestra propone un doble foco: la narración histórica y socio-política y la materialización de ese discurso ideológico en objeto artístico, lo político-estético. Para el primer enfoque, más reposado y exigente, nos encontramos paneles con textos, vídeos, audios y un powerpoint por cada bloque con más de 200 imágenes cada uno. Un exhaustivo trabajo curatorial donde se encuentra aquello que, inicialmente, podría echarse en falta: luchas universitarias, trazos del movimiento independentista, articulaciones políticas más verticales, activistas sustanciales como Luis Xirinacs o voces anónimas como la de una vecina migrante llegada a un barrio de la periferia en los años sesenta y que cuenta su asombro y su sospecha cuando vio, por primera vez, panfletos dirigidos a movilizar a la gente obrera y pensó “esto es un engaño ¿cómo van a ser octavillas para los obreros si los obreros no sabemos leer?”.

De los últimos bloques –desde 1820 a 1939– es significativo el papel protagonista de las mujeres en la configuración de los movimientos alternativos y combativos y, por lo tanto, la presentación de las germinales luchas feministas como base sólida de construcción ciudadana. Queda claro que no hay revolución posible sin feminismo. Habla, de nuevo, el comisario: “Las ideas políticas se convierten en cuerpos, se personalizan, empezando por una imagen de la Primera República, que incorpora símbolos de la logia masónica, representada por una mujer madura que, curiosamente, porta la primera representación del escudo del Barcelona, club que se formó en un contexto de ideas masónicas. También aparece la representación de la Segunda República, pero ya con símbolos vinculados al proceso de producción en fábricas y también a conceptos como la fraternidad y la igualdad. Son las mujeres las que se disfrazan de Repúblicas o quienes se convierten ellas mismas en República. Es destacable una imagen de la primera manifestación de mujeres documentada gráficamente en la que, en una reivindicación de carácter religioso alternativo, exigen entender la democracia como la libre capacidad de organización, como la libertad de pensamiento y de creencias. Para estas mujeres la democracia tenía mucho más que ver con otra idea de democracia, en la que la conquista del derecho de igualdad y la libertad de pensamiento no deberían ser sacrificadas por el mantenimiento del Estado”.

En el segundo enfoque, de carácter más expositivo y visual, se nos muestra el rol que ha tenido el objeto cultural como transmisor de un sistema de creencias y las distintas estéticas a las que ha acudido. A la selección de carteles, folletos, revistas (destacando la colección de Ajoblanco), cómics, fanzines, una baraja de naipes anticapitalista, un parchís comunista, archivos o piezas de artistas como Ocaña o Pepe Sales se le añaden tres piezas de Fernando Sánchez Castillo, encargadas especialmente para la muestra: un futbolín rojinegroinspirado en las rivalidades entre anarquistas y comunistas, con jugadores como Durruti, Puig Antich, Pi i Margal, la Pasionaria, Ramón Mercader o Alejandro Finisterre, inventor del futbolín; la pieza El vientre de la ballena –consistente en una escultura y un vídeo–; la escultura está envuelta en plásticos negros y es una réplica de una polémica figura ecuestre de Franco decapitada, el vídeo, por su parte, recorre el interior vacío de la escultura original, a modo de colonoscopia, y nos habla de la vacuidad del propio Franco; y una tercera pieza que consiste en un display de acuarelas con imágenes que recorren la historia simbólica de la ciudad, como un dibujo que representa una peculiar tesis sobre la construcción de la Sagrada Familia que propone que, para la estructura de las columnas, Gaudí se inspiró en el humo de la quema de las iglesias en 1909 durante la Semana Trágica.

En todo caso, ambos recorridos paralelos tienen un marcado sesgo hacia formas de organización horizontales con mayor potencial de emancipación y de construcción de espacios de soberanía popular. Barcelona tiene una historia ciudadana anterior a los partidos políticos: la historia de los vecinos o de los artesanos o de los trabajadores que desde el siglo XIX antecede a la lógica verticalista de los partidos. En este sentido, el pasado se presenta como una secuencia de utopías viables desde el que imaginar otras formas de vida en común, “otras historias de la ciudad, capaces de heredar el trabajo de colectivos, comunidades y mundos subalternos o contraculturales. Escola de Passats no solo nos permite comprender las formas participativas de resistencia colectiva al capital, al Estado autoritario y al fascismo, sino también reconstruir momentos y lugares en los que fue posible la democratización radical de los saberes y los derechos”. La propuesta, concluye Labrador, “da ejemplos de cómo los ciudadanos se han unido para reivindicar sus derechos, construir espacio público, defenderse de las agresiones del Estado o del mercado y configurar formas más dignas de vida”. 

Para introducir esa posición utópica y esperanzadora, en el vestíbulo del edificio se proyecta el maravilloso discurso final de El gran dictador en el que se propone romper el sometimiento ante el auge del fascismo, desarrollar un pensamiento autónomo y unirse frente al Estado llevando a cabo una deserción rebelde. La película de Chaplin es de 1940, pero como escuela del pasado no puede traernos saberes más actuales.  

I. Barcelona insumisa

Meses antes de la Revolución Francesa (julio, 1789) y de que se le adjudicara a María Antonieta la frase apócrifa de “si el pueblo no tiene pan para comer que coma pasteles”, Barcelona vivió en febrero de aquel año una revuelta popular por mor de ese mismo alimento,...

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Autor >

Paco Cano

Mis ciudades: Cádiz, Madrid, NY, Washington DC y, ahora, Barcelona. Mis territorios: las políticas culturales, la articulación ciudadana, los cuidados y el común.

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