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Quiero hablaros de uno de los documentales que más me han gustado este año, Witches (2024), de Elizabeth Sankey, una narración en primera persona sobre la experiencia de la directora tras haber dado a luz y verse sumida en una profunda depresión. El documental intenta aunar la figura de la bruja con la depresión posparto y la salud mental de las mujeres. La directora emplea material de archivo de diferentes películas, y los testimonios de otras mujeres con las que tuvo contacto durante su proceso. Todas ellas de diferentes extractos sociales y con diferentes experiencias acaban tejiendo una red que permite comprender, como nunca antes, qué significa sufrir una psicosis perinatal. Hay momentos verdaderamente sobrecogedores cuando algunas de las protagonistas narran cómo ni siquiera los hospitales tenían un protocolo de actuación para este tipo de casos; que tuvieran que ser ellas quienes mostraban su apoyo recíproco a través de un grupo de whatsapp, refleja lo poco avanzados que están diferentes aspectos de la medicina para comprender y abordar los procesos por los que pasan las personas embarazadas.
Sankey pone sobre la mesa que la depresión posparto, como experiencia de salud mental, a menudo ha sido incomprendida o invisibilizada
Como se narra en Witches, históricamente, la figura de la bruja ha sido asociada con mujeres que desafiaban las normas de género, especialmente aquellas que no se ajustaban al ideal maternal. Las mujeres que rechazaban o no cumplían con las expectativas de cuidado, crianza o sumisión podían ser vistas como “anormales” o “peligrosas”. En el contexto del cuidado infantil, se llegó a culpar a estas “brujas” por problemas relacionados con la maternidad, como la muerte infantil, enfermedades o problemas de lactancia. Esta construcción demonizaba a las mujeres que no podían cumplir con las expectativas maternales debido a problemas físicos, psicológicos o sociales. Sankey pone sobre la mesa que la depresión posparto, como experiencia de salud mental, a menudo ha sido incomprendida o invisibilizada. Las mujeres que atravesaban sentimientos de tristeza, desinterés o agotamiento extremo después del parto podían ser vistas como “malas madres” o como fallos dentro del ideal maternal.
En Witches se traza una línea muy interesante con el contexto histórico: los síntomas de depresión posparto pudieron haber sido interpretados como signos de brujería o posesión, debido a su asociación con comportamientos “inexplicables” en mujeres que se esperaba estuvieran “felices” por su maternidad. Durante los siglos XV al XVII, muchas mujeres acusadas de brujería probablemente padecían trastornos mentales no comprendidos en su tiempo, como depresión, ansiedad o psicosis posparto. Estas condiciones, unidas a la falta de apoyo comunitario, las exponían a la marginación social y a la persecución. La caza de brujas también puede interpretarse como un fenómeno relacionado con la regulación del cuerpo femenino y el control de su salud reproductiva. La salud mental de las mujeres fue ignorada, patologizada o utilizada como una herramienta para reforzar la opresión. Algo que pone los pelos de punta es saber que los acontecimientos que se narran en el documental tuvieron lugar ya en el siglo XXI.
En la actualidad, las asociaciones simbólicas entre la figura de la bruja y la salud mental han sido resignificadas por movimientos feministas y queer, que ven en la bruja un símbolo de resistencia frente al patriarcado y una reivindicación de las experiencias femeninas, incluida la salud mental y el cuidado del cuerpo. La depresión posparto ha comenzado a ser entendida como un desafío de salud mental en el que influyen factores hormonales, emocionales y sociales, pero persisten estigmas que conectan la salud mental con el desempeño esperado de las mujeres como madres. En un nivel más simbólico, la bruja encarna una figura que rompe con los mandatos impuestos sobre las mujeres, incluidos los de la maternidad perfecta.
Como hace Elizabeth Sankey, reivindicar la figura de la bruja puede servirnos como un acto de liberación frente a la presión de los ideales maternales y las cargas sociales que afectan a la salud mental. La figura de la bruja, la depresión posparto y la salud mental están entrelazadas por las expectativas culturales sobre las mujeres, el control de sus cuerpos y la patologización de sus comportamientos cuando no se ajustan a los roles asignados. En Witches se pone en valor que la revisión histórica y cultural de estas conexiones es crucial para comprender cómo las experiencias de las mujeres han sido estructuradas, reguladas y, en muchos casos, condenadas.
A nivel simbólico, la bruja encarna una figura que rompe con los mandatos impuestos sobre las mujeres, incluidos los de la maternidad perfecta
En el cine también he podido observar a lo largo de los años una larga genealogía de mujeres que cumplían con todo lo descrito anteriormente, lejos de ser un género en sí mismo, el de las madres-no, eran imágenes a menudo insertas en el terror, el thriller psicológico, el drama, en fin, una cantidad ingente de síntomas de diferentes mujeres protagonistas a las que nos acercábamos desde una mirada masculina. Sin ir más lejos, el caso de Rosemary’s baby (1968), o la protagonista de Swallow (2019), Hunter, dos películas sobre las que he trabajado muchísimo y de las que a menudo hablo en seminarios para explicar cómo la perspectiva de género nos ayuda a sumar miradas que permiten releer obras muchísimo tiempo después de ser realizadas. Una obra tan celebrada como La semilla del diablo puede ser hoy en día re-actualizada. Esa estela de madre-no era seguida por Hunter en Swallow. El corte de pelo de Rosemary, como los objetos que Hunter se come, suponen todo un hito como parte de la liberación de la mujer, una forma de recuperar el control sobre su cuerpo, aunque, como en el caso de Hunter, eso pueda provocarle, y provocar al bebé que espera, la muerte. La identificación del hijo de Rosemary como la semilla del diablo puede ser interpretada como un rechazo al embarazo e incluso como una depresión posparto. No olvidemos que la noche de la concepción del bebé de Rosemary, ella está semiinconsciente porque había bebido y Guy no tiene ningún tipo de reparo en mantener relaciones con su mujer. Es un bebé concebido durante una violación. Rechazo al embarazo, pero también rechazo a la semilla del hombre que la ha fecundado estando dormida y sin voluntad. Es comprensible que para Rosemary sea un shock pensar que la noche de la concepción de su bebé ella estaba ausente de sí misma. En ambas películas estas dos mujeres aparecen retratadas como bienes de consumo, bienes que se pueden comprar a través del matrimonio. Para sus maridos se reducen a ser una compañera sexual, una reproductora a través de la que buscan completarse a sí mismos.
El trabajo de Sankey en Witches y los análisis de Rosemary’s Baby y Swallow revelan un hilo común: la lucha por desafiar las narrativas impuestas a las mujeres sobre su cuerpo, su salud mental y su maternidad. Estas obras, al igual que el documental, nos invitan a reflexionar sobre cómo las estructuras patriarcales siguen moldeando nuestras percepciones y sobre la necesidad urgente de cambiar esas dinámicas para que las experiencias de las mujeres sean entendidas y valoradas en toda su complejidad.
Quiero hablaros de uno de los documentales que más me han gustado este año, Witches (2024), de Elizabeth Sankey, una narración en primera persona sobre la experiencia de la directora tras haber dado a luz y verse sumida en una profunda depresión. El documental intenta aunar la figura de la bruja con la...
Autor >
Deborah García
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