¿PROYECTO COMÚN?
Europa ‘free tour’ y la otra cumbre de Múnich
Ni Macron, ni Von der Leyen ni Baerbock tienen un plan real para el mundo que se nos viene encima que no implique empobrecernos y militarizarnos
Irene Zugasti 17/02/2025
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Imagen de la página web de la Casa Blanca.
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En Praga, que es la ciudad más hermosa de Europa –no se admite discusión en esto– no todo es siempre bonito. A la orilla del Moldava, a los pies de la catedral, se erige el monumento a la resistencia checa contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, un horroroso mamotreto de bronce con forma de bandera erigido en 2005 y por el que pasan cientos de free toursal día. Sólo unos años, “1938-1945”, están labrados en su peana. Y algunos turistas, claro, se extrañan por ese baile de fechas.
Europa central y oriental es un eterno free tour: uno de esos recorridos detrás de un charlatán con paraguas rojo que atraviesa a empujones una ciudad coreografiada, te explica cosas, te hace pacientemente fotos, y pasa la gorra al final. Si se hacen muchos de esos tours seguidos, puede comprobarse que casi siempre te contarán lo mismo: costumbres medievales, un par de anécdotas sobre celebrities históricas, algún récord Guinness (en Chequia, claro, era la cerveza) y si se trata de Praga, Budapest, o Berlín, –no digamos si nos vamos orientando más al este– lo terriblemente malos que fueron los nazis y los comunistas por allí. Al final, foto de grupo y 10% de descuento en goulash en algún bar. Probablemente, mañana toda esa gente se habrá olvidado de los siglos, de las emperatrices, de Kafka y del Castillo, sobre todo cuando se trata de esos viajes organizados por varias ciudades en pocos días o esos interrailes invasores donde todos acaban borrachos de barroco y de Pilsner. Lo sé porque yo fui una de esos charlatanes con paraguas durante un tiempo.
Volviendo a la parada en aquel monumento a la ÚVOD, la resistencia checa a la ocupación nazi por el que solían preguntar los turistas, si la fecha en su base data de 1938 es porque quienes lo erigieron consideraron que ese año se consumó lo que allí denominan “la traición de Múnich”, la cesión de los Sudetes checoslovacos a Hitler consentida por Chamberlain, Daladier y Mussolini. Fue entonces –según el guion del buen guía turístico– cuando comenzó a operar esa resistencia checa contra los nazis, que alcanzó gloria y castigo en 1941 cuando emboscaron el Mercedes Cabriolet del poderoso oficial y Reichsprotektor nazi Reinhard Heydrich, el carnicero de Praga, gracias a una granada mal arrojada que le reventó la espalda cuando regresaba de un concierto hacia el Castillo, muriendo en un hospital local pocos días después.
Si una narrase a sus turistas el guion oficial del tour –que, no se engañen, son unos pocos folios escritos desde la agencia de viajes que el precariado turístico memorizábamos en pocos días– aquella Operación Antropoide, convenientemente hecha película en 2016, se redimió gracias a la cooperación con la inteligencia británica, que urdió la operación, y a la heroicidad de unos paracaidistas checos.
En medio de toda esa épica, también citábamos a Churchill –siempre hay que citar a Churchill–. Ni una palabra sobre el KSČ, el Partido Comunista checo, aliado fundamental de la ÚVOD, y que compartió el destino de persecución y castigo de decenas de miles de personas tras el atentado. Mucho menos se hablaba frente a ese monumento sobre la verdadera gran traición de Munich, el abandono de la República Española, porque mientras se reunían en la ciudad alemana, en España se libraba la determinante Batalla del Ebro. Inglaterra y Francia no sólo encubrieron la intervención germano-italiana en España sino que quebraron toda esperanza de un apoyo militar al gobierno republicano mientras ayudaron y surtieron a Franco con petróleo, dinero y otros recursos. Le llamaron “política de apaciguamiento”, pero en realidad, se basaba en rehuir el enfrentamiento con Hitler dándole los Sudetes (Polonia también se quedó una parte, algo que suele omitirse…) y permitiendo su expansión hacia el centro y este de Europa, cercando a la URSS… y a la República Española, para que cayese. Un problema rojo menos.
Cuando estos días se establecen comparativas con la reciente Cumbre de Munich y la de entonces, de nuevo los análisis de la prensa atlantista parecen más el libretillo de un free tour o una película de buenos y malos que un repaso con honestidad y perspectiva histórica del momento. La política de Múnich 1938 representó, de facto, el apoyo de los imperialistas ingleses y franceses a las agresiones de Hitler en Europa. La Cumbre de Múnich 2025 certifica que ese mismo imperialismo europeo no ha dejado de ponerse al servicio de los intereses atlantistas aunque ello conlleve su propia destrucción. Ni la Historia empezó en 1939 (díganselo a los checos, o a los españoles), ni las guerras terminan con Brad Pitt arrancando cabelleras o el Soldado Ryan visitando una tumba en Normandía.
Sin proyecto común
En Múnich se ha constatado que Europa no es una unión, ni un ente soberano, y tampoco hay ningún proyecto común que empujar, quede dentro o fuera de la lógica de sumisión a Estados Unidos. La UE es un dispositivo otanista desquiciado, capaz de dinamitar incluso su sacrosanto techo de gasto impuesto en la crisis de 2011 (recuerden, el que prioriza el pago de la deuda a cualquier otro gasto público de los estados), que se podría sortear a partir de ahora si es para invertirlo en seguridad y defensa, según afirmaba este fin de semana Von der Leyen. Una Europa dirigida por el revanchismo báltico, la soberbia alemana que no reconoce su debilidad y la estupidez seguidista de sus países del sur. Alguien debería explicarle a Pedro Sánchez qué hay de “existencial” para España en una guerra a cinco mil kilómetros de Madrid. Ideológicamente, no puede desdeñarse el papel fundamental que, para envolver este sinsentido, ha tenido la simetrización del fascismo y el comunismo como motor narrativo de las democracias liberales de los últimos cuarenta años, unificando ambos términos bajo la idea del “totalitarismo”.
En el eterno free tour de la vieja Europa, todo se cuenta así: muro de Berlín, Checkpoint Charlie, Primavera de Praga, Lech Walesa, búnker nuclear, cuartel de la Gestapo, monte en nuestro Trabant, aquí su Premio Sajarov. La deslegitimación del comunismo en Europa central y oriental es paradójica, porque ha sido una de sus principales fuentes de construcción de identidad y de negocio: academia, investigaciones, publicaciones y medios de comunicación, museos del horror, bares de memorabilia, monumentos, raves y arte contemporáneo. De la débil socialdemocracia regional a la extrema derecha, el gran consenso del fin de su historia fue vivir contra ella… para vivir de ella.
La deslegitimación del comunismo en Europa central y oriental es paradójica, porque ha sido una de sus principales fuentes de construcción de identidad
No busquen, no hay más identidad ni proyecto común ni soberanía estratégica para presentar Europa ante un mundo en llamas. “Todo el mundo debe decidir si están del lado del mundo libre o del lado de sus atacantes”, decía este fin de semana Annalena Baerbock, colíder de los verdes alemanes y ministra de Asuntos Exteriores. Baerbock, la joven ecologista que se manifestaba contra las nucleares, es hoy una de las más firmes defensoras de la guerra “existencial” que libra Europa. Lleva años revistiendo de humanitarismo y democracia la guerra proxy en Ucrania, y como ella, tanta otra supuesta izquierda. “En términos de objetivos políticos, ¿qué tiene la izquierda en común con el Dalai Lama, el Ejército para la Liberación de Kosovo, los separatistas chechenos, Natan Sharansky y Václav Havel?”, se preguntaba Jean Bricmont. “Pues que todos ellos, en algún momento, han tenido el apoyo de la izquierda occidental”.
Sirva aquí, del mismo modo, la comparación tramposa que hizo un Zelensky muy bien asesorado cuando evocó los bombardeos de Gernika en el Parlamento español buscando la empatía, apoyo y financiación europeos que no tuvo la República o cuando se jaleaban las “Brigadas Internacionales” de Ucrania en los medios, como si mandar mercenarios a Kiev se tratase de librar una guerra por el internacionalismo proletario o la unidad de clase frente al fascismo y no de llenar de desgraciados las filas de la carne de cañón. Inolvidables aquellos artículos de plumillas de Florentino Pérez con torpes comparaciones que equiparaban la resistencia anti OTAN con la rendición de la II República Española. Cualquiera que hubiera observado el conflicto ucraniano desde años atrás sabría qué tipo de mercenarios viajaban a Ucrania y qué ideología estaba avivando la militarización del país y a qué bolsillos iba a parar aquella fiebre belicista. Una obviedad que hoy se puede señalar, pero que hace bien poco te sacaba de las revistas académicas por explicarlo, y también del debate político. Por qué esa izquierda hizo suyas todas las ambiciones, los objetivos y los muertos de esas guerras, es algo que siempre es bueno volverse a plantear.
¿Hemos asistido, de sopetón, a la ruptura histórica más importante de los últimos años?
Así las cosas, esta nueva Conferencia de Seguridad de Múnich que termina con todo patas arriba será, de nuevo, explicada desde ese prisma por el cual salvar al soldado Zelensky es trascendental, moral y primordial para salvar a Europa de los totalitarismos de uno u otro cuño, tal y como nos han venido repitiendo estos diez largos años, desde el Maidán, hasta que alguien ha venido a decir las cosas con la crudeza que exigen los tiempos. Que haya sido un fascista como J.D. Vance con un despiadado discurso donde leía la cartilla a Europa es desolador, pero es lo que hay: ni Ucrania va a entrar en la OTAN, ni va a ser dueña ni soberana de sus recursos naturales, ni el Donbás será ucraniano –porque ni ellos mismos se sienten así– ni el liberalismo democratizador y el soft power serán ya los instrumentos para que EEUU garantice su poder y su injerencia en el ocaso de su unipolaridad. Ahí te quedas, Europa. ¿Significa esto la ruptura de la alianza euroatlántica post Segunda Guerra Mundial? ¿Hemos asistido, de sopetón, a la ruptura histórica más importante de los últimos años en el día de San Valentín? Veremos. Pero algo hay de cierto, permítanme la ironía, en que se acabó woke se daba: buena prueba de ello es el cierre de USAID y el desmantelamiento de las agencias y ONGs que financiaban a las élites intelectuales, urbanas o culturales al servicio de los intereses de EEUU en Georgia, en Rumanía, en Venezuela, en Cuba, en Belgrado, en Praga, ese poder suave como eficaz instrumento para destruir los movimientos antiimperialistas y pacifistas. Vendrán otras formas, claro: aranceles, equilibrios complejos, cables que se tiran y recogen, diplomáticos que tuitean trastornados contagiados por el trumpismo comunicativo, incertidumbre y violencia, muchísima violencia. Pero que nadie se olvide de que todo esto se ha ido escribiendo ante nuestros ojos con el salvaje y cínico desabrigo a Palestina de la misma Europa que pretende convencernos de guerras justas y paces injustas en Ucrania. Ante lo que viene, cada cual busca su puesto: hasta Singapur vira hacia China y acusa a EEUU de pasar “de libertador a disruptor, y de ahí a un terrateniente que busca cobrar el alquiler”. El ministro de Exteriores indio recordó otra certeza útil para el análisis de los tiempos: que el liberalismo no equivale a la democracia, y al contrario, el haberlo aplicado internacionalmente es antidemocrático en lo fundamental. El hombre habló de “think tanks, rankings de democracia, o periódicos” que sentaban cátedra al resto del mundo sobre lo que deberían o no ser y, ahora Estados Unidos, principal arquitecto de todo ello, se atreve a reprender a Europa por haberles creído.
A nadie le gusta que le dejen, menos en San Valentín. El pataleo va a ser intenso, va a ser complejo y conllevará, probablemente, un enorme sufrimiento para las y los europeos. Nadie, ni Macron (¿a este señor cuánta gente le ha votado?) ni Von der Leyen, ni su vice estonia, Kaja Kallas, ni Baerbock tienen hoy un plan real para el mundo que se nos viene que no implique empobrecernos y militarizarnos, y envolver todo en eurobucoracia y en su retórica de héroes y villanos que empieza, por fin, a hacer aguas. Está claro que, si hay que parirle un corazón a esta nueva era, no va a ser en Europa, por mucha soberanía que recupere, sino mucho más al sur. Un sur que no se ve desde lo más alto de la antena de Radio Europa Libre, que sigue emitiendo al mundo desde las laderas de la vieja Praga. Comenzó a radiar 1950 en onda corta para Checoslovaquia con fondos del Congreso de Estados Unidos a través de la CIA, y amplió su espectro a todos los países del bloque socialista… y llegó a Irak, Kosovo y Afganistán. Eso también, a su manera, te lo explican con orgullo en los free tours de Praga que olvidarás después de dos pintas de cerveza y que quizá tengan que ir actualizando. Ochenta años dan para muchos cuentos.
En Praga, que es la ciudad más hermosa de Europa –no se admite discusión en esto– no todo es siempre bonito. A la orilla del Moldava, a los pies de la catedral, se erige el monumento a la resistencia checa contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, un horroroso mamotreto de bronce con forma...
Autora >
Irene Zugasti
Iba para corresponsal de guerra pero acabé en las políticas de género, que también son una buena trinchera. Politóloga, periodista y conspiradora, en general
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