
Dante y su poema (Domenico di Michelino, 1465). Catedral de Santa Maria del Fiore, Florencia.
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El pasado septiembre, poco después de cumplir 26 años, me fui sola a Italia. Nunca había estado en el país, por fin tenía algo de dinero ahorrado y me parecía una ridiculez que no hubiera ido con lo cerca que está de España. El recorrido era más o menos típico: Roma, Florencia y Venecia, con una breve visita a Tarquinia –debo reconocer que me obsesioné con los etruscos y lo que presenta Alice Rohrwacher sobre ellos en la película La quimera–.
Antes del viaje seleccioné varios libros: Peregrinos de la belleza de María Belmonte, Tumbas etruscas de D. H. Lawrence, aunque no lo llegué a comprar y todavía lo tengo pendiente, y La vida nueva de Dante. Recuerdo estar con La vida nueva en la mano tumbada en la terraza de mi casa semanas antes del viaje, subrayando pasajes mientras me daba el sol en el rostro y mi gato estaba acostado a mi lado. Desde hacía años rondaba por mi casa la misma traducción, de Julio Martínez Mesanza, pero en dos ediciones distintas: una de Alianza y otra de los libros ilustrados de Anaya, de la Biblioteca de El Sol, que me llevé un día de la casa de mis abuelos. Recuerdo escribir en los márgenes que Dante era un exagerado, reflexionar sobre que ya él había jugado en 1294 con los géneros textuales, dejarme llevar por la idea de que sigue siendo posible escribir como nunca se ha escrito sobre el amor, de que lo hizo de forma magistral sobre Beatriz –a pesar de que Dante apenas cruzó unas palabras con ella antes de que ella muriera en 1290; no sé si estoy a favor de enamorarnos de personas a quienes apenas conocemos, siempre lo estoy de la fantasía–.
Tras visitar la casa museo de Dante y la supuesta tumba de Beatriz en la iglesia Santa Margherita dei Cerchi en Florencia, surgió en mí el convencimiento de tener que leer la Comedia al volver a España. Pregunté sobre qué edición escoger y mi querido amigo Óscar Esquivias apuntó hacia mi guía: José María Micó, que se encargó de la edición y traducción publicada en Acantilado en 2018. En el viaje de Florencia a Venecia escuché las conferencias que dio Micó en la Fundación Juan March y supe que la elección de tenerlo como mi propio Virgilio era la acertada. Además de La vida nueva también tenía otro libro sobre la Comedia por casa, Leer a Dante: Nueve incursiones en la Divina Comedia. La intención estaba ya en mí, lo que necesitaba era el guía correcto. Sin embargo, he de reconocer que creo que también necesitaba visitar Florencia: en 2020, un mes antes del confinamiento y durante el año que terminé la carrera de Traducción e Interpretación, Micó visitó mi facultad para dar una conferencia sobre los clásicos italianos, a la que asistí. Este dato incluso hace que me avergüence; me había olvidado de que yo había asistido a la conferencia hasta que una amiga me lo recordó hace unas semanas, cuando le comenté la escritura de este artículo.
La edición de Acantilado no solo contiene la Comedia en español, sino también en italiano, así como un resumen del traductor por cada canto, la cronología de la vida de Dante junto a acontecimientos históricos relevantes (muy relevantes si se quiere entender la diferencia entre los güelfos blancos y negros), la bibliografía selecta, mapas del universo dantesco y un índice razonado; y, por supuesto, la explicación de por qué se titula Comedia y no La Divina Comedia. Para mí han sido más que suficientes para adentrarme en la Comedia, aunque he vuelto al índice razonado para reconocer personajes y lugares mencionados en la obra más de lo que me gustaría. Dante es muy generoso con el lector, puesto que supone que sabe la Metamorfosis de Ovidio y la Eneida de Virgilio de memoria, conoce a sus contemporáneos (aunque diría que estos no son totalmente relevantes para la historia) hasta cualquier figura de la mitología grecorromana y bíblica. Por eso es importante el guía: debe saber que la estructura del “Infierno” no corresponde al infierno bíblico sino más bien al aristotélico, debe saber que la Comedia es una obra trina y, por lo tanto, perfecta, así como las medidas calculadas de extensión de la obra; debe saber más de lo que Dante espera del lector y trasmitírnoslo para no ascender con mucha inseguridad –aunque sí con dudas, al igual que Dante, quien deja claro que son necesarias–. Lo que sé de la obra lo he conocido por Micó. En el prólogo a la edición nos explica a qué texto nos enfrentamos y nos quita el miedo, como Virgilio lo hace con Dante en el primer canto de la Comedia. También ofrece una nota riquísima sobre el texto en sí y su traducción, y que como traductora no puedo apreciar más las reflexiones que presenta sobre nuestra profesión: “Podría decirse que el último y más terrible círculo del infierno, el reservado a quienes traicionan a sus benefactores, es idóneo para todos aquellos que nos dedicamos a traducir, pues estropeamos las obras de quienes han mejorado nuestra vida. Sin embargo, pienso más bien que los traductores son, somos, como las almas perdidas en el limbo, melancólicamente suspendidos entre el deseo de alcanzar la perfección de la obra original y la conciencia de que nunca la alcanzaremos”.
Ya en La vida nueva Dante no solo empezó a plasmar el dolce stil novo sino también una triangularización que se mantiene en la Comedia: el poeta (figura 1 del triángulo), que se sabe poeta a través del amor (figura 2), escribe sobre él porque existe Beatriz (figura 3). Ese triángulo es divino en la Comedia: aparece mutado en la Trinidad, quien da la gracia al poeta para escribir; por un lado, sobre el descenso hasta Lucifer y su ascensión al Empíreo, pero también sobre Beatriz, es decir, sobre el amor divino –¿no recuerda esto al planteamiento de Safo sobre el deseo que recoge Anne Carson en Eros dulce y amargo?–. Para mantener la perfección en el propio texto, Dante crea una organización basada en el número tres: los cantos son tercetos encadenados, cada libro está formado por 33 cantos (1 + 33 en el “Infierno”, puesto que el primero es una suerte de prólogo de toda la Comedia), Beatriz sigue relacionada, como representa Dante en La vida nueva, con el número 9 (la raíz cuadrada de tres), que corresponde con la edad en la que Dante y Beatriz se conocieron.
La Comedia es la primera autoficción occidental, el primer libro en el que el autor se presenta como el protagonista de la historia, es él quien elige quién camina a su lado, quien sitúa a los pecadores y a los beatos –aunque lo hace con el auspicio divino y todos están en el lugar que les corresponde–, el que personifica a su amada como su guía divina para ascender hasta el Empíreo. El lector, a quien el protagonista tiene tan en cuenta y hacia quien se dirige múltiples veces, desciende el infierno, cae hasta la playa que inicia el purgatorio y sube las cornisas hasta llegar al paraíso terrestre con Dante y Virgilio, donde este último se intercambia por Beatriz. Sin embargo, en el “Paraíso” el lector se aleja algo más, Dante flota y describe su ascenso, aunque a veces no consigue hacerlo por la divinidad de sus visiones. Ahí es cuando Dante, que posee la gracia divina, nos pide que confiemos en él. Dante moldea los puntos de vista, moldea la obra que supo que lo haría reconocido, la obra que esperó que le devolviera a Florencia. La obra perfecta, que como bien comenta Micó, es una precisión que responde a la Trinidad con una estructura extremadamente calculada.
El “Infierno” comienza con un mensaje que habla de Dante, por supuesto, pero también habla de cada lector que se adentra en este viaje: “A mitad del camino de la vida, / me hallé perdido en una selva oscura” (Inf., I, 1-2). Dante escribió estos versos cuando tenía alrededor de treinta y cinco años, por lo que corresponde a la mitad de lo que se esperaba que viviera una persona según los textos bíblicos. Pero esa sensación de estar perdido, de no encontrar el buen camino, ¿a quién no le ha pasado? “Es tan difícil relatar cómo era / esta selva salvaje, áspera y ardua, / que al recordarlo vuelvo a sentir miedo. / Sólo la muerte es más cruel y amarga” (Inf., I, 4-7). En esa selva, que con nuestro punto de vista actual parece una metáfora de la depresión o algún bache emocional significativo, aparecen tres bestias, que representan la lujuria, la soberbia y la avaricia. Sin embargo, aparece una figura humana, que no llega a ver bien, pero a quien pide ayuda. Virgilio entra en escena: el poeta maestro de Dante lo auxilia, lo coge de la mano y juntos traspasan la puerta que divide la Tierra del infierno, entre la selva y Jerusalén. Pese a que el “Infierno” no es mi libro favorito de los tres que componen la Comedia, mi canto favorito está aquí: se trata del quinto, en el que se presenta la historia de Paolo y Francesca (“[…] No hay dolor más grande / que recordar la dicha en la desgracia, / y esto muy bien lo sabe tu maestro. / Pero como con tanto afecto anhelas / saber de nuestro amor el nacimiento, / te lo dirán mi voz y el llanto a un tiempo” [Inf., V, 121-126]). La división del “Infierno” corresponde a los pecados aristotélicos, que Micó explica mucho mejor que yo en el apartado de la edición que representa el mundo dantesco. En los cantos aparecen monstruos de mil cabezas, pecadores que sufrirán toda la eternidad con la ley del contrapaso, hasta llegar a Lucifer. Es de una belleza extraordinaria también el canto del bosque de los suicidas, donde sangran y brotan palabras de pecadores convertidos en esquejes: “Creyendo que el morir quita el oprobio, / mi alma, por desdén, me volvió injusto / contra mí mismo, aun siendo yo inocente” (Inf., XIII, 70-72).
La fama del “Infierno” es más que merecida. Podría decirse que es uno de los primeros textos de terror, el imaginario de monstruos es amplísimo. Aunque es cierto que muchas personas se quedan allí, viendo “(…) las cosas / bellas del cielo” (Inf., XXXIIV, 137), y no consiguen avanzar al Purgatorio. Si es por pereza, Dante los habría juzgado, estoy segura. Puede que tenga que ver porque muchas veces se publica por separado (como ha ocurrido hace poco, con el “Infierno” publicado por Blackie Books), pero se pierden dos partes que Dante escribió para que su nombre resonara en la eternidad.
En “Purgatorio”, mi libro favorito de los tres, vemos un aspecto de Dante que se podía intuir en “Infierno”: era un fantasioso. No lo digo yo, lo dice su traductor en el prólogo y yo lo subrayo. La Comedia es, entre muchas cosas, una defensa de la fantasía. Pero es en “Purgatorio” donde la fantasía afecta a su cuerpo vivo: se queda dormido casi en la mitad de los cantos y narra los sueños-fantasías que le ocupan las noches, “¿Qué te ocurre, que miras hacia el cielo?” (…) / Yo le dije: “Es un sueño en que he tenido / una visión; me siento tan perplejo, / que no puedo dejar de darle vueltas” (Purg., XIX, 52-57). El segundo libro es un conjunto de cantos en los que prevalecen las imágenes oníricas que explican los contrapasos o algunos episodios bíblicos necesarios para que Dante prosiga la ascensión. En toda la Comedia se desmaya, se despierta, es el único que se aleja de la fantasía con su propia corporeidad y es, a su vez, la que le permite fantasear. ¿Cómo no iba a escribir un canto a la fantasía si la realidad que vivía era tremendamente dolorosa? Aunque vivía con el auspicio de altos cargos de ciudades fuera de Florencia, en 1315 se decretó su condena a muerte y la confiscación de sus bienes, así como la expulsión de sus hijos de Florencia.
Aunque “Purgatorio” sigue la línea de “Infierno” donde el contrapaso purga a los pecadores, aquí se divide según el anhelo que sientan los pecadores hacia su deseo. Si decíamos anteriormente que “Infierno” era un libro de terror, ahora nos encontramos con un texto filosófico que muestra el paso del pensamiento medieval al Renacimiento. Entre los temas que hila Dante, da el mayor peso al libre albedrío: “Los sabios que ahondaron en el tema / hablaron de esta libertad innata / y legaron al mundo su doctrina. (…) Esta noble virtud Beatriz la llama / libre albedrío; tenlo bien en cuenta” (Purg., XVIII, 67-74). También trata las potencias del alma en relación a la corporeidad, en la que se extenderá Dante en “Paraíso” y que aborda junto al tiempo: “Cuando un deleite o un dolor afectan / a una parte de nuestras facultades, / el alma se concentra toda en eso / y desatiende las demás potencias (…) / el tiempo se nos va sin darnos cuenta, / porque es una potencia la que escucha / y otra la que domina el alma entera” (Purg., IV, 1-11); “Tengo ante mí el futuro, y este instante / no está lejos del tiempo que vendrá” (Purg., XXIII, 98-99).
Junto al libre albedrío el deseo, aún más que la fantasía, es central en la Comedia. Mientras que en “Infierno” y en “Purgatorio” el poeta apunta que el deseo material y terrenal es el origen y la razón del sufrimiento, a cada canto en “Paraíso” el deseo se vuelve más ligero, torna a un deseo místico, y este se cumple. Se puede ver a lo largo de la ascensión de Dante: en “Infierno” canta “estamos condenados, padeciendo / un deseo sin sombra de esperanza” (Inf., IV, 40-42); en “Purgatorio” “que su castigo es el deseo eterno” (Purg., III, 42), pero “Tanto en el centro dio de mi deseo / con su pregunta, que mi sed se hizo / con la esperanza menos acuciante” (Purg., XXI, 37-39), y culmina en “Paraíso” con un deseo colmado, esperado y conseguido, que a su vez se presenta junto al deseo de Dios y se aleja del anhelo terrenal apagado: “con amor y deseo mueve el cielo” (Par., XXIV, 131), “y yo, que al fin de todos mis anhelos / me acercaba, llegué, como debía, / al ápice de ardor de mi deseo” (Par., XXXIII, 46-48).
“Paraíso” es un canto teológico. Está formado por cielos, que a su vez están regidos por planetas y estrellas fijas, hasta alcanzar el Empíreo. El libre albedrío se perfecciona, los temas filosóficos presentados en “Purgatorio” se ven recubiertos por una visión divina. El amor arde, se inflama; Dante vuelve a estar con Beatriz tras su muerte: “Me amaste mucho y con razón lo hiciste; / porque de vivir más te habría dado / las flores y los frutos de mi afecto” (Par., VIII, 55-57). Beatriz, que toma el papel de amada, pero también de guía que llevará a Dante hasta Dios, se vuelve más luminosa por cada círculo del Cielo que traspasan juntos. Aquí los santos se presentan sin su forma física, son luces que flotan en el universo. Entre las imágenes que ve Dante y no es capaz de describir con la perfección que precisa su visión, están el águila imperial y la rosa cándida, en la que la Virgen y Dios están en el centro, así como la razón de la Comedia. Ambas imágenes están formadas por luces que conforman santos, personajes ilustres que merecieron la ascensión y ángeles. En el último canto, Beatriz se aleja de Dante y es San Bernardo, el último guía del camino, quien le muestra el porqué del camino.
La fantasía acaba cuando Dante flota en el espacio y se concluye su ascenso al Empíreo, porque da a entender que ya no la necesita. Pero su deseo perfecto, que se alinea con el de Dios, se mantiene. Los versos finales de la Comedia así lo muestran: “Y entonces un fulgor golpeó mi mente / y dio satisfacción a mi deseo. / La fantasía se quedó sin fuerzas; / mas ya mi voluntad y mi deseo / giraban con la fuerza del amor / que mueve el sol y las demás estrellas” (Par., XXXIII, 140-145).
Hablar de la Comedia es hablar de que, a pesar del sufrimiento, es posible una salvación individual, que a su vez es colectiva –como el propio yo de Dante en la comedia, que es un yo individualizado pero colectivo–. Tras haber visto todo el horror y las consecuencias de las injusticias, Dante halla una esperanza. La mía es que, con este artículo, algún lector se atreva a adentrarse a la Comedia como lo hice yo hace unos meses.
[Escribí parte de este artículo en el pub más tranquilo de mi pueblo, al que suelo ir a trabajar. Cuando fui a pagar, saqué una moneda de dos euros de la cartera y en la cara estaba el retrato de Dante. Quiero creer que significó algo].
El pasado septiembre, poco después de cumplir 26 años, me fui sola a Italia. Nunca había estado en el país, por fin tenía algo de dinero ahorrado y me parecía una ridiculez que no hubiera ido con lo cerca que está de España. El recorrido era más o menos típico: Roma, Florencia y Venecia, con una breve...
Autora >
Gudrun Palomino
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí