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El nombre de Frieda Hughes (1960) nos suena a muchos, pero por una razón que ella nunca eligió. La editorial Errata Naturae ha publicado este año George, con la traducción de Regina López Muñoz. Se trata de un diario sobre la relación entre la autora y una urraca, que provocó que ahora, en un pueblo de Gales, cuide de más de catorce búhos y otros animales rescatados. En este diario, que presenta reflexiones autobiográficas de su presente y de su pasado, poemas y dibujos, se muestra un lazo afectivo intenso con la urraca George. Esta conversación que tuvimos semanas después de la presentación del libro en Madrid en abril de este año indica que es más que la hija de Sylvia Plath y Ted Hughes, por mucho que sea lo primero que se destaque al hablar de ella; y que, por supuesto, la amistad entre seres humanos y animales es más que necesaria para que la vida resulte un poco más amable.
George ha sido el primer libro que he leído sobre urracas, y estoy segura de que no soy la única que se encuentra en esta situación. Es normal vivir con perros o gatos, pero es raro leer un texto sobre una amistad tan grande entre un pájaro y un ser humano. Incluso llega a decir en el libro que George era como el cuarto perro de su casa. ¿Le sorprendió que George decidiera quedarse a su lado durante meses, al ser una urraca y no una mascota común?
Sí, me sorprendió, porque pensaba… Sobre todo, me preocupaba que se muriera, y cuando no se murió pensaba que en el momento en el que pudiera volar querría escaparse, es un ave silvestre. Y aunque estuviera con los perros y fuera un amigo, como un miniacompañante, veía que tenía un instinto volador real. Así que lo dejé salir. Y lloré y pensaba que era un adiós, le despedí con la mano. La despedida se dio después de cuidarlo durante muchos meses, ¡pero volvió! Así que cada día, durante una semana, lo despedía, pero me di cuenta de que iba a seguir volviendo. Pero claro, cada día era una despedida. Fue horrible.
Y después no se fue, claro.
No quería creer que iba a irse, pero estaba preparándome para el duelo. Y la cosa es que parecía que lo tendría que meter en una pajarera porque mi vecina tenía miedo, era ya muy mayor y estaba muy débil, y vivíamos puerta con puerta. Y por ese motivo empecé a rezar para que George se fuera y echase a volar. Así que por un lado rezaba para que se fuera, y por otro para que no. Estaba entre dos aguas. Me sorprendí muchísimo de que se quedara, y estaba muy contenta, pero también me alivió que se fuera cuando lo hizo porque significaba que no lo tenía que enjaular.
Ahora que cuida de búhos y otros tipos de pájaros (y también de su jardín, claro), ¿qué es lo que más echa de menos de George?
Echo de menos su amistad. Aunque no era un amigo, sino que en nuestra mente hacemos que lo sean. Y se comportaba como uno, era irresistible. También echo de menos su atención. Porque mis búhos son muy insolentes, entran en casa y les da igual que esté ahí o no, me reconocen, me aceptan.
¿Juegan con usted?
No, no juegan. George sí, estaría en mi hombro y querría conversar. ¡Lo que echo de menos de George es tener ese tipo de interacción y conversación con una criaturita voladora, que elige estar conmigo, pero podría estar libre si lo quisiera!
Es como si los búhos sintieran que es su casa y aceptan que esté allí, en vez de que sea al revés, que es su casa y que es usted quien les acepta.
Es una forma muy buena de explicarlo.
En George presenta reflexiones profundas sobre sus deseos, su infancia y sus miedos. ¿Fue fácil escribir sobre ello sabiendo que un público lo iba a leer? Ya lo había hecho a través de la poesía, pero ¿cambia cuando escribe un diario?
Sí, porque en un poema, aunque sea algo biográfico, parece que estás tras una puerta de cristal que los lectores tienen que abrir, parece que tienen que entrar porque ellos quieren, tienen que buscar la información. Porque, aunque el texto biográfico esté en el poema, tienen que leerlo. Y si le dices a alguien: ¿qué prefieres, leer un libro de poemas o una buena historia?, la mayoría dirá que prefieren leer una buena historia porque es más fácil.
Con un poema tienen que reflexionar sobre él, y las historias son más directas.
Sí, y en un poema es más fácil esconder las cosas tras metáforas, se pueden utilizar para cosas reales. Cuando lees el poema, tienes que leerlo de verdad, mientras que en un texto autobiográfico los lectores saben la información que van a recibir, es accesible de forma instantánea. Y te aterra por lo mucho que das de ti. Quiero decir, aunque sea algo bueno, agonizo y rumio sobre ello una y otra vez. A veces escribo algunas cosas y después las quito.
También supongo que su editor le preguntó si, en este texto, quería quitar algo. Con los poemas no se puede hacer porque cambiaría todo.
Voy al gimnasio, y está lleno de hombres jóvenes, con tatuajes y el pelo extravagante, pero ninguno se leería mi libro. Pero si lo hicieran, ¿podría mirarlos a la cara?
Es cierto. Pero una cosa que siempre me he imaginado… Voy al gimnasio, y está lleno de hombres jóvenes, con tatuajes y el pelo extravagante. Ninguno se leería mi libro, pero si lo hicieran, ¿podría mirarlos a la cara? ¿Podría entrar por esa puerta sabiendo que, en la sala de entrenamiento que está llena de pesas, hay gente que ha leído mi libro? ¿Hay algo que me avergüence en el libro? Porque habrá cosas que escribiré en un futuro que serán aún más personales, y mi conclusión sobre si escribirlas o no es, si entro al gimnasio sabiendo que media docena de personas han leído mi libro y algunas reflexiones muy personales, ¿cómo me sentiría? Si puedo decirme que sí, que los puedo escribir e ir al gimnasio y estar bien, sí, las escribo. Pero lo que piensa la gente es aterrador. Porque incluso si escribo algo sobre alguien, de la mejor forma posible, y alguien escribiera algo sobre mí en un libro, como una cita, y lo leo, y fuera algo que nunca diría bajo ningún concepto, y aunque lo que escribiera fuera muy benevolente, me presentara benevolente, y muy bien escrito, no sería yo del todo, y me doy cuenta de ello. Así que me siento un poco ofendida, aunque sé que no puedo enfadarme. Porque no se inventó nada, no dijo nada malo, pero inventó un poco algo que dije. Y ese es el problema, porque cuando escribes sobre otras personas, inevitablemente inventas un poco lo que dijeron. Y por eso intento escribir sobre mis sentimientos todo lo posible, porque entonces sé lo que es real y nadie puede discutirme sobre ellos.
Y cuando se escribe sobre otras personas, aunque se cite lo que digan palabra por palabra, los escribimos según cómo los percibimos. A lo mejor no en una biografía muy objetiva, pero sí que puede pasar en un libro autobiográfico como George. Me ha gustado su reflexión porque nunca lo he visto así.
Bueno, se escribe sobre otros y sobre detalles muy personales. Imagina que entras en una sala llena de gente después de escribir una autobiografía real. Los que las escriben deben imaginarse que entran a un escenario en frente de un público, y es probable que la mayoría hayan leído el libro o lo vayan a leer. Es como estar desnuda entre muchas personas.
Muchas personas se pueden sentir identificadas con su necesidad y anhelo por tener una estabilidad física antes de quedarse en su casa en Gales. ¿Esperaba que los lectores se pudieran sentir identificados con usted al leer algo tan personal?
Cuando eres una niña y no tienes una habitación estable porque no paras de mudarte, como me pasó a mí de pequeña, no tienes una base
No tenía expectativas, pero sí esperanzas. Creo que las personas dotadas se identifican con algo que has escrito porque en tu escritura hay ejemplos de asuntos similares que han vivido. Y es algo que siempre resulta interesante y bastante conmovedor cuando pasa. Es interesante que tú también te sientas identificada. La cosa es que, si no tenemos una base segura, estamos ocupados intentando conseguirla. Y si estamos demasiado ocupados con conseguirla, no nos desarrollamos. No salimos a explorar el mundo, estamos demasiado ocupados preguntándonos adónde volver porque nuestra base es muy inestable. Así que pienso que tener un espacio físico donde desarrollarse es importante, porque nos sitúa en el mundo. Cuando eres una niña y no tienes una habitación estable porque no paras de mudarte, como me pasó a mí de pequeña, no tienes una base. Escuché a una persona en la radio ayer y su padre trabajaba en las fuerzas aéreas, y se mudaban entre tres y dieciocho meses. Seis meses en un sitio, seis meses en otro. Y me sentí identificada. No se tiene una habitación propia, sino una maleta propia.
Pero como mencionó en la presentación del libro en Madrid, hay un anhelo por tener estabilidad física, aunque también una necesidad general por tener libertad y por echarse a volar. No creo que sea una contradicción total, pero es posible que el lector lo vea como tal.
Bueno, para mí mi casa es como el punto de partida. Si sé que tengo una casa estable a la que volver, un sitio estable, no tengo ningún problema en irme. Pero si estuviera viajando y no tuviera ningún sitio en firme al que volver, me sentiría bastante perdida. Necesito, básicamente, un sitio donde poner mis cosas pero que no sea solo un almacén, sino un espacio con una tetera eléctrica y una cocina funcional. Es entonces cuando puedo irme o no, puedo tomar decisiones. Pero tampoco me gusta sentirme atrapada. Es gracioso porque incluso me cuesta aparcar en un aparcamiento a no ser que esté cerca de la salida o que nadie aparque frente a mí. Tengo una especie de claustrofobia social. Si me invitan a una fiesta enorme, siempre me aseguro de saber dónde está la salida y no hay nadie que me dificulte el paso. No me gusta sentirme atrapada de muchas maneras, pero en cuanto a mi casa es distinto porque mi casa es mi nido, mi lugar seguro.
Es importante tener un sitio donde tener tus cosas y que no estén en cajas. Yo siempre necesito volver a mi casa para poder estar tranquila y sin muchas personas a mi alrededor.
Necesitamos un sitio para pensar, estar solos y organizar nuestros pensamientos. Me resulta algo muy importante. Me encanta la gente, me encanta la compañía, pero mientras necesito estar apartada y sola con mis pensamientos, nunca escribiría o pintaría si tuviera gente a mi alrededor.
Con George, además de escribir su testimonio, considera importante defender este tipo de conexión entre animales y seres humanos. ¿Cree que sería fácil conseguir esta conexión en ciudades grandes o, al menos, en un sitio no tan cercano a la naturaleza como es su caso al vivir en Gales?
No lo sé, supongo que sí. Me refiero a que, si piensas sobre ello, si vivieras en una ciudad y un pájaro se cayera del nido y cayera en, supongamos que un árbol cercano o en un tejado, y te encontraras con el polluelo y después lo dejaras libre, puede que vuelva cada noche durante cuatro o cinco meses, porque la fecha de los cinco meses suele ser el tope. Cuando tuve huevos de búhos y nacieron, a los dos meses pueden volar, pero se quedan unos tres meses más conmigo. A los cinco cambian de forma drástica. Y es como si te dijeran: “Ya nos hemos cansado de ti, has hecho lo que debías hacer, nos vamos, ¡adiós!”. Es bastante estremecedor. Te preguntas qué has hecho mal y se van. No veo que sea imposible, nunca he escuchado un caso como tal, supongo que ha pasado, porque hay muchas personas y muchos pájaros, puede que haya ocurrido. O puede que una persona haya adoptado a uno de esos zorros que viven en la ciudad. En los suburbios de Londres hay muchos. Una vez estaba cruzando la carretera en mitad de Londres, no en los suburbios sino en una zona cercana, y noté que me rozó algo las piernas. Miré hacia abajo y pensé que el perro de alguien se había escapado, pero no, era un zorro. ¡Y ni le importó que estuviera allí! Me dio por sentado.
Cambiando de tema, en el diario refleja, a propósito de la desaparición de George, que sintió que todas las pérdidas y muertes de su vida están conectadas. ¿Cree que todas las pérdidas son la misma pérdida?
Cuando murió la princesa Diana, me resultó curioso porque hubo un derramamiento de luto nacional, y sentía que muchas personas estaban de luto por sus pérdidas personales
Pienso que todas las pérdidas son diferentes, pero mi reacción a ellas me recuerda a las pérdidas previas de mi vida. Aunque no crea que una pérdida es la misma pérdida, creo que es una acumulación que alimentamos con cada pérdida. Y desde luego que todas están conectadas, así que es interesante. Cuando murió la princesa Diana, me resultó curioso porque hubo un derramamiento de luto nacional, y sentía que muchas personas estaban de luto por sus pérdidas personales. No se trataba solo de la pérdida de Diana, sino que la gente pensaba que sus hijos habían perdido a su madre, y lo relacionaban con sus propias pérdidas. No la conocían, no eran sus amigos, pero imaginaban cómo sería todo si la hubieran conocido, porque mucha gente asociaba su muerte, porque muchos habían perdido a alguien muy cercano, así que sacaban provecho de esa pérdida cercana y alimentaban a esa acumulación de pérdidas con la muerte de la princesa Diana. Así que creo que sí existe algo parecido a una acumulación de pérdidas y están todas conectadas, pero las pérdidas tienen identidades propias. Perder a mi padre fue bastante distinto que perder a mi cuervo o a mi urraca, que en este caso fue una pérdida y no una muerte como tal.
Las fechas del diario y de los dibujos de George son distintas. ¿Los dibujó pensando en que aparecieran en el libro? También hay poemas en él, ¿fueron escritos en la misma fecha que el resto del diario o más tarde?
En el proceso de edición me di cuenta de que había cosas que George hacía que necesitaran una imagen, porque si no los lectores no me creerían
Escribí los poemas en ese momento porque era lo que estaba pasando. Cuando observaba a George escribía los poemas. Y justo cuando murió Oscar, escribí los poemas sobre él. Lo hice así porque era tan inmediato, y tenía los sentimientos a flor de piel. En cuanto a los dibujos, no estaba segura de incluirlos, pero en el proceso de edición me di cuenta de que había cosas que George hacía que necesitaran una imagen, porque si no los lectores no me creerían. Como cuando estaba colgándose de las antenas del coche o cuando aterrizó en el sofá. Quería dibujar cómo se veía.
Al ser una artista multidisciplinar, como ha demostrado en el libro con sus poemas, sus ilustraciones y con la escritura autobiográfica, ¿con qué disciplina se siente más identificada? ¿Hay algún conflicto entre estos aspectos en usted como artista?
No hay ningún conflicto real en el sentido de que para mí se complementan, aunque sí que existe un conflicto de tiempo, porque quiero hacer todo a la vez. Si tengo que elegir si escribir o dibujar, no puedo hacerlo. Y depende también de si he empezado un cuadro o si estoy a medias con la escritura de un libro, y de cómo me siento. Así que hay un conflicto interno, me faltan horas en el día para hacerlo todo. Pero los cuadros, sobre todo los abstractos, son mi reacción emocional a las cosas, mientras que en un poema o en un relato tengo que medir las palabras porque quiero que el lector lo sienta, quiero que el lector sienta la emoción. No quiero dictar qué deben sentir, pero cuando pinto, pinto mis propias emociones. Para mí se complementan, pero he intentado no dibujar y escribir, y no escribir, aunque sí dibujar, pero no se me da bien así. Tengo que hacer ambas a la vez.
Con su columna en el Times sobre poesía se convirtió, según ha comentado, en “Frieda Hughes, columnista de poesía”, en vez de “Frieda, hija de Ted Hughes y Sylvia Plath”. ¿Ha cambiado este apodo-apellido con el tiempo? ¿Le sigue molestando cuando alguien le presenta así?
La respuesta rápida para esta pregunta es que sí, pero lo ignoro porque no hay tiempo suficiente como para perder el sueño por ello. Pero es muy cansado. Respecto a la pregunta siguiente, mi madre lleva muerta décadas. Bueno, ¡mis padres llevan muertos décadas! ¡Décadas! Y no conozco a ninguna otra persona a la que la presenten como la hija o el hijo de sus padres. No sé si a Julian Lennon lo presentan así, el apellido ya es una señal que revela de quién es hijo. No conozco a otra persona que le pase esto. Ahora lo dejo pasar y ya está.
¡Mis padres llevan muertos décadas! ¡Décadas! Y no conozco a ninguna otra persona a la que la presenten como la hija o el hijo de sus padres
Sus padres llevan muertos décadas, y además su madre murió cuando usted era muy joven, pero la gente le sigue preguntando por ellos. Puede que lo hagan porque son poetas clave de la poesía estadounidense y británica del siglo XX, o porque les resulta morboso. ¿Está cansada de ello después de tanto tiempo?
No dedico tiempo a esta cuestión. No me puedo dar el lujo de responder a las preguntas de otras personas sobre mis padres. Ya hay muchos libros sobre ellos, como sus cartas o sus diarios. Y los diarios de mi madre, sobre todo, que son riquísimos. No puedo responder a la mayoría de las preguntas porque estoy ocupada viviendo mi propia vida. Y además… las preguntas que suelo recibir suelen ser de estudiantes. Y si alguien está estudiando a mis padres, no soy la persona a la que le tienen que preguntar. Deben investigar por su cuenta, porque yo me dedico a investigar otras cosas, no me dedico a responder preguntas. No estoy aquí, viva, para ayudar a alguien a que apruebe exámenes.
Para terminar la entrevista, en el libro menciona lecciones y dichos que aprendió de su padre, ¿de cuál se acuerda más? ¿Cuál fue la lección que le enseñó George?
Mi padre no paraba de decir dichos y proverbios, pero me quedo con “pelo a pelo se deja calvo a un tigre”, que es, aparentemente, un proverbio chino. Lo decía con el sentido de que, si eres muy paciente y te esfuerzas un poco cada día, llegarás a algún sitio en algún momento. Así que cuando pintaba cuadros muy pequeños, como algunos en acuarelas hace muchos, muchos años, trazaba cada pelo de los tigres que pintaba. Me llevaba días, semanas, pero con el paso del tiempo tenía a un animal con todos y cada uno de sus pelos que conformaban su pelaje. Es un buen proverbio para conseguir terminar las cosas. Y lo que he aprendido de George es que puedo comprometerme en un proyecto de atención y cuidados. No sabía si podía comprometerme a él, o cuánto podía hacerlo, hasta que se fue. Me enseñó también a vivir con mucha mierda de pájaro y a no tomarme la vida demasiado en serio. A veces nos tenemos que reír de nosotros mismos. A veces me miro a mí misma, a los búhos, a las mierdas de los pájaros y a los hurones y me digo: sí, sí que tengo que reírme. Así que entre George y mi padre me llevo muchas lecciones vitales buenísimas.
Creo que la lección de su padre está muy cerca de la de George porque, por ejemplo, cuando pinta pelo por pelo en un cuadro, se está comprometiendo con algo. Están conectadas, ¿no cree?
Sí, es cierto, sí. Tienes toda la razón. Y sigo intentando hacerlo. Hice un experimento hace tiempo. Pintaba mi diario, lo escribía y después lo pintaba, durante 400 días. Y tenía 400 cuadros pequeños, y es otro compromiso. A veces me pongo proyectos, como ese, y me pregunto si los puedo hacer. ¿Puedo subir esa montaña? ¿Qué pasa si lo hago? Y una vez que los empiezo, gracias a esas lecciones, tengo que intentar terminarlos.
El nombre de Frieda Hughes (1960) nos suena a muchos, pero por una razón que ella nunca eligió. La editorial Errata Naturae ha publicado este año George, con la traducción de Regina López Muñoz. Se trata de un diario sobre la relación entre la autora y una urraca, que provocó que ahora, en un pueblo de...
Autora >
Gudrun Palomino
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