Reportaje
Volver al sur arrasado del Líbano
Llegada la fecha acordada del alto al fuego entre Hezbolá e Israel, los tanques israelíes se marchan de la mayor parte del Líbano, pero dejan a su paso un reguero de destrucción en el sur del país
Marta Maroto Kfar Kila , 19/02/2025

Hajje camina por Kfar Kila tras la retirada del Ejército israelí. Pueblo fronterizo del sur del Líbano, ha sido primera línea de batalla y reducido a escombros. / M.M.
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
A la entrada de Kfar Kila, convertida ya la carretera en barro, hay un cartel que dice “gracias por la visita”. En las puertas del primer edificio, el único en pie y con una pared grafiteada con mensajes en hebreo, una pareja que acaba de entrar al pueblo agarrada de la mano abraza a otros dos vecinos. El Ejército libanés ha cortado los accesos y no queda más remedio que caminar. Pasados los primeros charcos y edificios derrumbados, Hajje avanza sola a paso lento y cubierta por su abaya negra hacia lo que queda de su casa. Los ojos color cielo de la anciana, ahora rojos de lágrimas, escudriñan muy abiertos el horizonte y otras aldeas sobre las colinas: no queda nada, todo son ruinas.
En algunas zonas, la guerra no ha parado siquiera durante la tregua. Exhausta y descabezada tras el asesinato de gran parte de sus líderes, la milicia libanesa Hezbolá aceptó un acuerdo de alto al fuego con Israel a finales de noviembre. Con la mediación de Estados Unidos, establecía un plazo de dos meses para la retirada de las tropas israelíes del sur del Líbano, que en octubre habían comenzado una lenta invasión de algunos sectores del país. A cambio, Hezbolá debía retirar sus armas de la misma región sur, un área comprendida entre la frontera de facto y el río Litani, que corre en paralelo a la divisoria en torno a unos 20 kilómetros.
Pasados los dos meses, Israel mantuvo la ocupación de varios pueblos. En la fecha marcada, los vecinos trataron de regresar a sus casas, y llegaron incluso a enfrentarse al Ejército israelí. Más de 20 personas fueron asesinadas solo en un día, entre disparos y ataques, y se decidió extender la frágil tregua otras tres semanas. Durante este tiempo, el Ejército libanés ha continuado aumentado su presencia en el sur, y junto a la misión de vigilancia de las Naciones Unidas, ha creado una suerte de colchón para impedir la actividad militar de Hezbolá, muy reducida e incluso eliminada.
La retirada de las tropas israelíes ha dejado montañas de hormigón y muebles rotos por las que las familias trepan tratando de identificar cosas que puedan salvar
Horas antes de terminar la ampliación del acuerdo, Israel ya avisó de que se iba a marchar, pero que seguirá ocupando hasta cinco posiciones estratégicas dentro del Líbano que ha llamado de observación, para asegurarse, según dijo su ministro de Defensa, de que Hezbolá cumple su parte del trato. La retirada de las tropas israelíes de los pueblos fronterizos ha dejado kilómetros de destrucción, de edificios irreconocibles convertidos en montañas de hormigón y muebles rotos por las que las familias trepan tratando de identificar cualquier cosa que puedan salvar. Como Em Ali, que ha conseguido recuperar el vestido de gasa y flores con el que se casó hace décadas. Junto a su marido, camina por la entrada de lo que era su casa con una sonrisa desencajada.
“La razón por la que estamos aquí es la sangre de nuestros mártires”, dice, en clara réplica al discurso de resistencia a Israel que esgrimen los seguidores de Hezbolá. En un sur de mayoría chiíta, muchos vecinos simpatizan con el Partido de Dios –Hezbolá en árabe– y exhiben las banderas amarillas con las armas en verde de la milicia, o incluso portan la fotografía de Hasán Nasralá, exlíder asesinado. La historia de guerras y ocupación en el sur del Líbano se remonta a la fundación del Estado de Israel y para muchos la milicia es la única forma de protección en un país sin apenas presencia estatal.
Em Ali ha logrado recuperar de la montaña de escombros que es ahora su casa el vestido de gasa y flores con el que se casó. / Marta Maroto
Lejos de las generalizaciones y caricaturas de quienes justifican el castigo colectivo y los crímenes de guerra en la lucha contra el terrorismo, la población del sur es rica en matices y opiniones. “No sé si merece la pena reconstruir, vivimos guerra tras guerra. Estamos agotados”, comenta un señor de mediana edad apostado en la puerta de su casa en las afueras de Mais al Jabal, pueblo cercano a Kfar Kila. En esta zona las viviendas no han sido arrasadas aunque sí muy dañadas, y sin servicios básicos como el agua tampoco es posible que regrese la vida.
Después de la guerra
Al final de la calle a la que los tanques israelíes han arrancado el asfalto en Kfar Kila, un muro de hormigón separa el Líbano de Israel. La destrucción de la parte libanesa contrasta con las casas en pie de la vecina Metula, sobre una colina, tan cerca que pueden verse hasta las ventanas y puertas. De momento, los residentes del norte de Israel no han regresado a sus hogares. Em Ali y su marido aguantaron los primeros meses de guerra en su pueblo, hasta septiembre de 2024, cuando los bombardeos se intensificaron y escalaron a todo el país, dando lugar a la invasión terrestre.
Un campo de olivos arrancados y viviendas quemadas en el Líbano. Separado por un muro de hormigón, en la colina está el pueblo israelí de Metula, a donde los vecinos todavía no han regresado. / Marta Maroto
Pero la mayoría de las familias en esta frontera llevan casi un año y medio desplazadas, desde que comenzó el conflicto en octubre de 2024, que ha discurrido en paralelo a la invasión israelí de Gaza. Esta revista pudo acceder en mayo a Kfar Kila, primera línea del frente de batalla en el lado libanés, junto a una patrulla de los cascos blancos de Naciones Unidas. Ya entonces era imposible la vida y apenas quedaban civiles en el pueblo de casi 6.000 habitantes. Sin embargo, no era comparable a la miseria que han dejado estos meses. Los vecinos cuentan que lo que no consiguieron destruir las bombas, lo hicieron las detonaciones del Ejército israelí, que voló por los aires barrios enteros en varias aldeas en las zonas que ocuparon, e incluso durante los meses de la tregua.
Hasta la noche anterior se escuchaban explosiones desde el interior de Kfar Kila. Las violaciones del acuerdo de alto al fuego han sido casi diarias: demoliciones de edificios, ataques aéreos y con drones a objetivos de Hezbolá, o a líderes de Hamás, y disparos a la población en áreas fronterizas. A comienzos de febrero, el Gobierno libanés elevó una queja a Naciones Unidas en la que señalaba más de 800 incumplimientos del acuerdo. Israel también ha acusado a Hezbolá de violar los términos con incursiones a su territorio ocupado. Durante las primeras horas del regreso de los vecinos, un dron sobrevoló el pueblo, y sonaron disparos de aviso del lado israelí cuando un coche que portaba la bandera de Hezbolá cruzó Kfar Kila.
Algunos vecinos de Kfar Kila apoyan a la milicia libanesa Hezbolá, que comenzó la guerra contra Israel en octubre de 2023. / Marta Maroto
Hay por delante un largo proceso de reconstrucción, en un país en el que la presencia del Estado es casi invisible y en el que la milicia que lo sustituía en la zona sur está debilitada, y su mayor aliado, Irán, empobrecido. Zeinab, de 20 años, está sentada en una piedra en un trozo de césped al que no han llegado los escombros: “Aquí hemos hecho nuestras vidas, es nuestro hogar, qué vamos a hacer más que tratar de reconstruirlas”.
Vecinos de Kfar Lila regresan a las ruinas de su pueblo tras casi un año y medio de guerra y tregua con Israel. De unos 6.000 habitantes, la destrucción hace imposible la vida en muchos pueblos fronterizos. / Marta Maroto
A la entrada de Kfar Kila, convertida ya la carretera en barro, hay un cartel que dice “gracias por la visita”. En las puertas del primer edificio, el único en pie y con una pared grafiteada con mensajes en hebreo, una pareja que acaba de entrar al pueblo agarrada de la mano abraza a otros dos vecinos. El...
Autora >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí