Crónica
Juana la del Pipa, resplandores del cante
Joaquín Albaicín 2/02/2015
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A modo de ejercicio espiritual preparatorio de nuestra inmersión en el océano musical de Juana la del Pipa, nos pasamos por la Cervecería Alemana. Allí están Luis Aparicio y Juan Maya. El primero, dado hoy al tono oracular, lo tiene pero que muy claro. España camina por errónea senda, se están perdiendo los valores, las nuevas tecnologías van a dar la puntilla al arte y la cultura y, lógicamente, ha de hacerse algo al respecto. La solución reside, a su juicio, en que montemos los tres en su todoterreno y bajemos a Jerez a tomar un café con Rafael de Paula. La propuesta de peregrinación no parece nada mal a Juan. Tampoco a mí. Pero, a las horas que son, lo más cerca que en este momento nos pilla Jerez es Casa Patas, donde canta Juana la del Pipa, y para allá que me voy, dejándoles a ellos la responsabilidad de los preparativos del viaje, que supongo no terminará de concretarse antes del licuado de las nieves.
Entretanto, está todo el papel vendido. Desde Soria han descendido Adolfo Sáinz y Juanjo Hernández, de la Asociación Cultural Celtiberia, bandera de lo flamenco y lo táurico en los numantinos parajes. Bueno, en realidad vienen de Jerez, de pasarlo en grande en una zambomba. De ese Jerez hacia el que esta noche parecen llevarnos todos los aires… A Adolfo –que nos cuenta maravillas de la reciente actuación de María Vargas en la García Lorca- le aconteció allí, en la peña donde zambombeaban, un curioso suceso. Había poca luz, pero ello no le impidió darse cuenta de que, sentado a su lado, estaba nada más y nada menos que el gran Diego Carrasco. Adolfo se presentó y empezaron a charlar. Que si qué bueno es tu disco Voz de referencia, que si cómo me gusta Inquilino…
-Inquilino… Te gusta, ¿no?
-Mucho. Un temazo, de verdad. Un temazo.
-Muchas gracias.
-En serio. ¡Cumbre!
-Gracias. Muchas gracias.
Y así pasaron un largo rato charlando. Por fin, copita por aquí, copita por allá, cigarrito y parabién por acullá, después de hacerse dos o tres fotos juntos, Diego Carrasco le precisó:
-Oye, que me ha encantado conocerte. Eso sí, te aclaro que yo no soy Diego Carrasco. Soy Manuel Molina.
-¿Cómo?
-Sí. Manuel.
-¿Manuel?
-El de Lole y Manuel, sí.
¡Tierra, trágame! ¿Qué pudo propiciar la confusión? No creo que la barba. Adolfo asegura que no había bebido sino moderadamente, lo que –seamos francos- podría incluso considerarse un agravante. De hecho, diría que esta noche le encuentro algo desnortado, que aún no está del todo convencido de si su enigmático y cordialísimo interlocutor era Diego o era Manuel. Cosas de las fechas, de estos días, de las mutaciones en los ritmos planetarios. Y no sé, tampoco es raro que en vísperas de una actuación de Juana la del Pipa proliferen por todo el territorio español los fenómenos de bilocación o parecidos y se funda durante unos momentos algún que otro plomo. Allá por 1950, mi abuelo y Gitanillo de Triana torearon un festival en Cáceres. Todo el mundo se las prometía felicísimas y, en cambio, pegaron un petardo de consideración. Nadie relacionó el suceso con el hecho de que, justo un día antes, la prensa pacense informara de un avistamiento OVNI en los alrededores, pero yo siempre he creído que por ahí iba la cosa.
Traigo a colación esto de la bilocación porque en Juana la del Pipa –fresco en nuestro recuerdo su colosal actuación en el espectáculo presentado en el Español por José Maya, que ahora Antonio Benamargo ha acartelado en Logroño, Burgos y varios teatros del norte… Lo traigo a colación, decía, porque en Juana la del Pipa confluyen, conviven, se amalgaman y cobran cuerpo –en cuanto a mimbres y fibras- cepas genéticas y temperamentales para echar al mundo a, al menos, tres o cuatro cantaoras. Tal es el volcánico calor que sus ecos y maneras desprenden. La precedió sobre el escenario el joven Rafael del Zambo, hijo de Enrique, que nos regaló por Reyes tres martinetes de la cosecha de los Pelaos trianeros que supieron a gloria y le apuntalaron como piedra fundamental en el mañana de su linaje. Habrá que estar atento a sus pasos.
Y Juana la del Pipa, pues eso, su cante por siguiriyas y fandangos arañando el metal, frunciendo todos los ceños del alma. Y un rosario de letras por tangos hirviente de naturalidad y cromatismos. Y su bulería, con cortes y punzadas de terrorífica calidad. Arropando todo, las palmas de Chícharo de Jerez y Macano. Y la guitarra de Manuel Parrilla, a quien escuchar es un exquisito placer, porque (por fin en la calle su primer disco: Pa mi gente) ha alcanzado esa maravillosa madurez como músico que le permite crear en cada dibujo fraseos de una belleza sin paliativos. Al fin de fiesta se suma La Macanita, triunfadora de la noche previa, que se acuerda de Fernanda y Bernarda con los filos de la garganta y se enlaza a la cintura de la Tía Juana antes de, más encendido que nunca el rasgueo de Parrilla, retirarse las dos a compás y al alimón bajo un torrente de palmas y ovaciones.
Sensaciones magmáticas, en fin. Como tomar un café con Rafael.
Así que… lo dicho. Juana la del Pipa. Esa ha sido la estrella de mi Navidad. Su áurea reminiscencia. Su perdurable resplandor.
A modo de ejercicio espiritual preparatorio de nuestra inmersión en el océano musical de Juana la del Pipa, nos pasamos por la Cervecería Alemana. Allí están Luis Aparicio y Juan Maya. El primero, dado hoy al tono oracular, lo tiene pero que...
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Joaquín Albaicín
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