Fútbol y guerra
Estrella Roja, un equipo de ensueño
Juan José Montero 5/02/2015
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Estaba en casa cuando mi mujer me lanzó la siguiente pregunta: "¿Dónde nació Robert Prosinečki?" Y me dio cuatro opciones. Me quedé con la boca abierta y pensé: "Por fin mi mujer se ha interesado por el balompié"; mi decepción fue grande. Me realizó aquella pregunta porque estaba jugando a una aplicación y luchaba por un quesito de Deportes.
Esta anécdota hizo que pensase en Žuti, apodo que sus compañeros empleaban con Prosinečki y cuyo significado se asemeja al de rubiales que empleamos en España. Pensé en él y en sus compañeros de equipo, ese grupo de jugadores del Estrella Roja de Yugoslavia campeona de Europa de clubes en 1991. Años después de la Perestroika, de la caída del Muro de Berlín. Quién iba a pensar que un club del Este podría ganar una gran competición en aquellos años de convulsión, pues esos 'locos' yugoslavos lo consiguieron. A los jóvenes de hoy esto les puede pasar desapercibido, pero la antigua Yugoslavia ha sido, es y, posiblemente, será una bomba explosiva, un caos de etnias, de nacionalidades, de lenguas y de conflictos. El deporte no ha sido una excepción en esto.
Sin embargo, lo que logró el Estrella Roja en aquel año hizo que los ojos del fútbol mirasen a Belgrado y conociesen a jugadores como Belodedici, Jugović, Mihajlović, Savićević, Prosinečki, Pančev… que, tras la conquista de la Copa de Europa se dispersaron por el continente europeo. La diáspora de jugadores del Este por Europa occidental no se puede explicar sin la Perestroika, sin la caída del Muro o, en el caso yugoslavo, sin la Guerra de los Balcanes.
La muerte de Tito en 1980 inicia un potencial proceso de desmembramiento que durará toda la década. En realidad, y pese a la duración de su mandato, Tito nunca llegó a resolver cuestiones nacionales básicas. Las identidades de cada uno de los pueblos balcánicos, aunque adormecidas, siempre permanecieron latentes y fue tras la muerte del Mariscal cuando esta hibernación comenzó a desperezar. Varios factores hicieron de despertador, casi todos ellos derivados de una traumática transición al capitalismo. EE.UU. abrió su mercado a Yugoslavia antes que a ningún otro país del Este liberado de la URSS. Este comercio fomentó el crecimiento de la zona norte (Croacia y Eslovenia,) que vio lastradas sus economías por la improductividad del sur (Montenegro, Macedonia). Debido a esta circunstancia algunos historiadores consideran la maniobra estadounidense una estrategia bautizada como ‘revolución callada’. También las clases altas serbias estaban molestas por el injusto reparto de la riqueza con musulmanes y albaneses (estos últimos habitantes, en su mayoría, de Kosovo), de menor poder adquisitivo. Con el paso de los años la crisis se acentuó y las distintas repúblicas dejaron de cumplir sus compromisos con el Fondo Común de Yugoslavia. Croacia producía el 22% de la Industria del país, por el 6,1% de Macedonia o el 1,8% de Motenegro, mientras que Eslovenia exportaba el 28,8% de la producción yugoslava por el 1,3% de Kosovo o el 1,6% de Montenegro.
Al escenario económico se unió el político. Croatas y eslovenos entendían la democracia de una forma federalista y consideraban “artificial” la Yugoslavia unida. Los serbios tenían una visión mucho más centralista y autoritaria. Entendían que los demás pueblos eslavos del sur estaban en deuda con ellos y su aspiración, aunque federal, pasaba por que todo gravitase alrededor de Belgrado.
Este paisaje fue provocando un desgaste social que fomentó las expresiones nacionalistas y la propaganda religiosa, étnica y nacional: “Nos obligan a los croatas, católicos y europeos a vivir bajo la dominación de pueblos ortodoxos y bizantinos”, aseguraban los líderes en Zagreb. A finales de los 80 la fragmentación política de Yugoslavia era un hecho; no en el gabinete de Belgrado, que negaba cualquier conflicto, pero sí en la calle y, también, en los campos de fútbol, un microcosmos donde la guerra llevaba diez años fraguándose con escandalosa evidencia. Sólo al final de la década los políticos comenzaron a quitarse las caretas: Croacia y Eslovenia pusieron sobre la mesa sus reivindicaciones identitarias en 1989, definitivamente impulsadas por la toma del poder yugoslavo de Slobodan Milošević .
Milošević, quien a partir de 1989 radicalizó su discurso nacionalista serbio y echó más gasolina al fuego que existía en aquella zona del mundo. Importante fue para aquella región el discurso que llevó a cabo en Kosovo Polje, el Discurso de Gazimestán, una exaltación nacionalista que trajo graves consecuencias futuras y que muchos analistas consideran el "pistoletazo de salida" a las guerras yugoslavas.
En este contexto, el campeonato de Europa del Estrella Roja tiene aún más mérito, en un vestuario donde convivían serbios, macedonios, croatas, montenegrinos, la situación político-social del momento no ayudaba nada, donde durante meses en la liga doméstica acudían a estadios donde les recibían como criminales y con una violencia que era premonitoria de lo que años después llegaría.
La sala de operaciones y de pruebas fue la Prva Liga, primera división yugoslava extinta en 1991, y un partido, entre el Dinamo de Zagreb y el Estrella Roja, se convirtió en el prólogo perfecto para comenzar una guerra. Poco antes del comienzo del partido, algunos ultras serbios acceden a la grada de los ultras croatas y empiezan las peleas, las carreras de aquellos que iban a ver el fútbol, las patadas, golpes y mientras tanto la policía no hacía nada. Los jugadores del Estrella Roja volvieron inmediatamente al vestuario, pero los del Dinamo de Zagreb se quedaron en el terreno de juego, asombrados de la pasividad policial. Estaban indignados y Boban (el grandísimo jugador croata que encandiló durante años a la afición del Milán) realizaría una acción que pasó a la historia. Harto de observar la inacción de los agentes del orden, se acercó a uno de ellos y le lanzó una patada. Para los que vivían en Yugoslavia, ese acto fue el desencadenante de la guerra.
Boban no se había callado durante los meses previos, no había ocultado su sentimiento croata. En una ocasión, un periodista le recordó que él años antes había defendido a Yugoslavia en competición internacional; él contesto: "Jugué con gran honestidad, respetando al equipo. Pero Yugoslavia nunca podía ser lo que mi corazón croata. Lo di todo por mis compañeros. No para Yugoslavia".
Es cierto, Boban jugó con Yugoslavia, en la inolvidable selección juvenil que se hizo con el título en 1987 en Chile. La calidad de aquella selección era asombrosa y reunía a nombres como Mijatović, Šuker, Prosinečki, Jarni. Una selección que, sin la guerra, podría haberse convertido en una de las grandes selecciones de la historia.
Como amante del fútbol, doy gracias al Estrella Roja, por haber dado sus últimos coletazos de fútbol, y un fútbol brillante, intentando aislarse de todo lo externo, y como dice Prosinečki: "intentábamos que no nos afectase. Era imposible, vecinos contra vecinos. Era horrible, pero salíamos juntos a ganar y lo conseguimos. Hicimos historia, fuimos los mejores del mundo".
En efecto, el Estrella Roja fue el campeón de la Copa Intercontinental al vencer al Colo Colo en la final disputada en Tokio el 8 de diciembre de 1991. Con dos goles del exatlético Jugovic. Un broche final a un conjunto de ensueño. Lástima de guerra. Aunque como dijo George Orwell: "El fútbol es como la guerra, pero sin disparos".
Por cierto, fallé la pregunta del lugar de nacimiento de Žuti. Éstas eran las cuatro opciones:
- Macedonia
- Alemania
- Serbia
- Croacia
Estaba en casa cuando mi mujer me lanzó la siguiente pregunta: "¿Dónde nació Robert Prosinečki?" Y me dio cuatro opciones. Me quedé con la boca abierta y pensé: "Por fin mi mujer se ha interesado por el balompié"; mi decepción fue grande. Me realizó aquella pregunta porque estaba jugando a una aplicación y...
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Juan José Montero
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