El PSOE ha adquirido el hábito de tomar decisiones que sus votantes rechazan. Nada tiene de extraño que continúe cayendo en las encuestas. Esa práctica de alto riesgo exige fuerte liderazgo y gran capacidad pedagógica, como demostró Felipe González a propósito de la OTAN. En tiempos más recientes, Zapatero impuso por exigencia de Bruselas un drástico ajuste que nunca supo explicar y que le costó a su partido en 2011 el peor resultado electoral de la historia. La extravagante firma de un pacto antiterrorista que avala la cadena perpetua ha sido el último episodio de esta suerte de funambulismo bipartidista que practica Pedro Sánchez, y ha obligado a sus portavoces a salir en tromba para declarar que siguen estando en contra de la prisión permanente revisable, que la recurrirán al Constitucional y que la modificarán en cuanto tengan la mayoría parlamentaria. Mientras tanto, aceptan que los jueces apliquen esa pena a los terroristas con delitos de sangre, en un inédito rapto de populismo barato y de torpeza política.

A menos de un año de las elecciones generales, el líder socialista parece haber optado por su perfil más conservador, el que más tranquiliza a los poderes económicos y que tantas veces consigue que el PSOE sea indistinguible del PP. Hace un mes, Pedro Sánchez proclamaba que no podía hablarse de recuperación mientras una cuarta parte de la población activa estuviera en paro. Esta semana se ha corregido a sí mismo al aceptar ante un grupo de empresarios catalanes que la economía española ha empezado a recuperarse. Frente a la estrategia habitual de los partidos de oposición, que tienden a distanciarse del Gobierno en plaza a medida que se aproximan las elecciones, Sánchez empieza a parecer un aliado deseoso de compartir pactos y fotos en La Moncloa. En esta situación, resulta baldío el esfuerzo que algunos -cada vez más escasos- dirigentes socialistas realizan por marcar diferencias con el PP.

La cadena perpetua que glorifica las siglas PPSOE es un regalo más a Podemos. El último barómetro electoral del CIS, realizado antes del nuevo "vivan las caenas", pone en tela de juicio la estrategia socialista de avanzar sin ambages hacia la Gran Coalición. Como era previsible, el gran beneficiario del derrumbe del PP, que cae 17 puntos en intención de voto, es Podemos, que puede proclamar sobre bases demoscópicas que ellos son la única y verdadera alternativa al Partido Popular. Relegado al tercer puesto, el PSOE prolonga una caída que parece no encontrar suelo. 

La bandera del cambio, que tan buenos resultados le ha dado al PSOE desde 1982, se la ha arrebatado definitivamente Podemos, que también ha hecho suyo gran parte del ideario socialdemócrata. Pablo Iglesias II y su círculo de profesores no han expuesto aún su programa electoral, ni falta que les hace. Mantienen una narrativa sencilla y una pasión por la política que la gente corriente comparte y entiende. Ahora mismo, al PSOE le faltan propuestas, le sobran barones de medio pelo y exlíderes convertidos al neoliberalismo, y carece por completo de narrativa y de pasión.

Lo ocurrido en Grecia constituye una seria advertencia. La alianza de los socialistas griegos con la derecha en un supuesto ejercicio de responsabilidad política les ha arrastrado a la irrelevancia, mientras Nueva Democracia conseguía salvar los muebles. La mimetización con el PP solo contribuirá a aumentar la sangría de votos socialistas. La estrategia del miedo no impidió la victoria de Syriza, que con una mezcla de audacia y pragmatismo ha empezado a ganar aliados en Europa, empezando por el Financial Times. Otra excelente noticia para Podemos. Y una pésima reverberación para el PSOE, un partido exánime, sin alma y cada vez más sometido a un Gobierno corrupto que solo piensa en las élites, y cuya popularidad, no lo olvidemos, es en este momento tan exigua como la de François Hollande. O incluso peor. Si Pablo Iglesias I levantara la cabeza…