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Reportaje / Después de las revueltas

La "vergüenza" de la sociedad egipcia

A. A. S El Cairo , 12/02/2015

Activistas feministas del Movimiento Juvenil 6 de Abril reparten medicinas en Boulaq, uno de los barrios más deprimidos de El Cairo.
Activistas feministas del Movimiento Juvenil 6 de Abril reparten medicinas en Boulaq, uno de los barrios más deprimidos de El Cairo. Ed Ou

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En una colina a las afueras de El Cairo se hacinan entre ruinas alrededor de un millón de personas. Algunas familias de cinco o seis miembros viven en casas de poco más de 90 metros cuadrados con un gran vertedero que acumula kilos y kilos de basura como pasaje de fondo. Los niños, descalzos y harapientos, juegan por la zona con lo primero que encuentran. El polvo y el humo provocado por la combustión de los residuos apenas deja ver a lo lejos y el olor a putrefacción no permite casi respirar. Es la república independiente de Manshyat Nasser, un barrio que recuerda a otros cientos al norte y al sur, al este y al oeste de la gran urbe. Es el vivo reflejo de que nada ha cambiado para la mayoría de egipcios tras la revuelta de 2011.

Al acercarse al centro de la ciudad las calles se ensanchan pero en el suelo, ya pavimentado, la pobreza no deja de ser evidente. Mujeres que venden pañuelos de papel con sus bebés en brazos o niños como Gamal, que venden todo tipo de artilugios por las zonas más transitadas de la ciudad, son la evidencia de que la justicia social solo ha existido en el imaginario colectivo.

Menudo y aparentemente vulnerable, Gamal agacha la cabeza y corre detrás de cualquiera que repare en su presencia. Con un montón de cuadros en la mano y otros tantos en la bolsa que cuelga de su hombro, mira sin mediar palabra. Cualquier precio es bienvenido y si se le da la espalda y se sigue caminando insistirá y seguirá al visitante unos metros más allá. Con 12 años es un experto vendedor y maneja perfectamente el marketing: vuelve a mirar y señala sus pies descalzos entre la mugre que cubre las calles de El Cairo para lograr vender  uno de esos cuadros que proclaman en letras de colores la grandeza de Dios.

Gana unas 15 libras egipcias diarias (casi 2 euros), que de madrugada lleva de vuelta a casa, a una hora de camino entre metro, microbús y toc toc (una moto con tres ruedas que hace las veces de taxi). Allí, en Abu El Numros, le espera su madre, que sufre una enfermedad estomacal. El dinero que le lleva su hijo es básico para su subsistencia, y "gracias a Dios" puede disponer de él. "No tengo otro remedio. Ojalá no tuviese que enviar a mis hijos a trabajar pero no nos queda otra. Llevamos toda la vida así. Desde la revolución no ha cambiado nada. Todo ha ido a peor. Ahora, la bombona de butano cuesta 50 libras, 50 la carne, el pollo 17 y medio, las medicinas más de 200… No podemos, de verdad que no podemos".

Gran parte de su gasto va destinado a comida, lo que les hace especialmente vulnerables a la inflación, que ha crecido alrededor del 10% anual en los últimos cuatro años con aumentos que han alcanzado el 18% (2013) en productos alimenticios, según la agencia nacional de estadística CAPMAS. Las consecuencias son catastróficas: un 88,9% de hogares calificados como "vulnerables" no llega a cubrir sus gastos mensuales básicos, según el Programa Mundial de Alimentos, que alerta de que más de 13 millones y medio de personas sufren inseguridad alimentaria en el país.

Evidentemente, cuando "no hay" se recorta en los productos más caros, de manera que varios días a la semana en casa de Gamal se comen "lentejas o ful (habas) o nada". Su hermano mayor, Nasser, tiene 17 años y vende vasos de cristal en el mercado central de Ataba. Por cada caja que vende saca 10 libras de ganancia (algo más de un euro) y al día no acumula mucho más que Gamal. Su hermana Hayat, de 15 años, se va a casar "gracias a Dios" y dejará de suponer una carga familiar.

"Ya ves cómo vivimos: dormimos todos aquí [explica señalando una de las dos habitaciones de la casa que tiene exclusivamente cuatro colchones y una vieja y pequeña televisión]. Lo único que tenemos es una cocina de gas y esto. No tenemos lavadora, ni platos ni cubiertos, ni ducha… A mucha gente le puede dar asco porque huele mal pero es lo que Dios nos ha dado".

"La revolución fue una crisis para los pobres que todavía perdura y que cada vez se hace más dura", explica Rim Abdelhalim, investigadora de la ONG Egyptian Initiative for Personal Rights (EIPR). "Cerraron muchas fábricas, ha crecido el desempleo, se han recortado los subsidios y los servicios públicos se han deteriorado muchísimo".

Después de varias tentativas con Mursi (que mantuvo diversas rondas de negociación con el FMI para tomar medidas de austeridad), el Gobierno de Abdelfatah el Sisi decidió recortar el pasado junio las subvenciones que hasta ahora mantenían artificialmente el combustible y el pan a precios asequibles para el grueso de la población, lo que ha supuesto durante años más del 20% del gasto presupuestario del Estado y ha disparado el déficit hasta el 12% (2013).

Sin embargo, esta medida no fue acompañada de medidas de protección complementarias para los más vulnerables o de la necesaria reforma de todo el sistema, en opinión de muchos economistas, que mantiene al 79% de los egipcios con cartillas de racionamiento, mientras gente necesitada no tiene acceso a ellas. "La gente pedía justicia social y, bajo el nombre de la justicia social, lo que han hecho es recortar los subsidios para resolver el problema del déficit pero estas medidas de austeridad están suponiendo aún más carga para los pobres, que actualmente están sufriendo el doble".

Abdelhalim recuerda los tres elementos que mantenían la cohesión social antes de la revolución: los subsidios del Estado, la economía informal (que representa de un 40% a un 70% del PIB) y el sistema de beneficencia de los Hermanos Musulmanes. Ahora, solo la economía informal resiste, ya que en 2013 se lanzó una campaña de persecución de miembros, fundaciones y fondos de los Hermanos Musulmanes y "el Gobierno puso bajo su control todas sus mezquitas y organizaciones caritativas por la preocupación de que los fondos fueran a parar a la financiación del terrorismo".

Hoy en día, más del 26% de la población (21 millones de personas) vive bajo el umbral de la pobreza (fijada en 8,5 libras egipcias, poco más de un euro al día, CAMPAS, 2013) y, aunque no hay datos oficiales, se calcula que hay decenas de miles de "niños de la calle" que se enfrentan a la criminalización de unas circunstancias que no han elegido: "Ya he estado dos veces en la cárcel. La policía me detiene y me encierra por vender en la calle", cuenta Gamal mientras su madre se apresura a explicar el porqué: "Por supuesto, los extranjeros no pueden ver niños en la calle así. Nosotros somos lo más feo, la vergüenza de la sociedad y no podemos estar a la vista. Cuando le encierran le tengo que ir a buscar y la última vez no le dejaron salir en diez días. Nunca sé si va a volver o no. La policía quiere mantener las calles bonitas para el turismo pero, ¿dónde está el dinero del turismo?".

Egipto arrastra las consecuencias de un panorama económico desolador desde 2011: la drástica caída en la inversión y los ingresos extranjeros proporcionados por el turismo, la devaluación de la libra egipcia, una caída del 3% en el crecimiento y un descenso del 60% en las reservas de divisas del primer importador de trigo del mundo. Sin embargo, las previsiones que hace el FMI para los próximos años son optimistas. Prevé un crecimiento del PIB del 3,8% para 2015 que podría llegar al 4% en 2017.

Pero crecimiento económico y llegada de inversiones no siempre son sinónimos de reducción de la pobreza. Durante los últimos años gobernados por Mubarak (6.2% de crecimiento medio anual entre 2005 y 2010) la malnutrición creció un 15,2%. "Es el sistema el que crea pobreza. Si no hay un sueldo mínimo y digno, si no tienes seguridad social, si no tienes educación, si no hay un sistema equitativo de impuestos, ni facilidades para las medianas y pequeñas empresas y, sobre todo, si no se intenta atajar la corrupción, estas creando pobreza todos los días", señala Reem Abdelhalim.

Las ONG denuncian corrupción en todos los rincones del sistema: en el Gobierno, en la judicatura, en la sanidad o en la educación, lo que afecta especialmente a los más vulnerables, como la familia de Gamal. "Tenemos que pagar 50 libras al mes por cada asignatura del colegio para que el profesor le dé las clases particulares que le permitan aprobar. Al final son 200 libras mensuales y, si no, no pasa de curso". La pobreza y la exclusión se larva en los barrios pero se asienta en las escuelas, según explica Walid Sheriff, de la ONG Nebny. "Los niños llegan a nuestro centro con 11 y 12 años sin saber leer ni escribir, pero pasan de curso todos los años".

Nebny, que significa "construimos", nació en la plaza Tahrir al calor de la revolución, donde varios jóvenes que se conocieron durante las protestas decidieron que había que empezar a hacer algo. Se plantaron en una montaña de escombros de Manshyat Nasser, lo limpiaron y alzaron un modesto centro que ayuda al desarrollo de los negocios locales y a la educación de los niños del barrio.

"Antes de la revolución nadie hablaba sobre lo que pasaba en barrios como este. Ahora no habla casi nadie pero, de algún modo, han salido de la invisibilidad total", dice Sheriff.

"Lo mejor de la revolución es que sacó todo a la luz y despertó a parte de la sociedad", reflexiona Abdelhalim. "Los jóvenes son más activos socialmente ahora que antes pero con objetivos menos ambiciosos. No esperan que nada cambie a gran escala pero tratan de mejorar sus barrios o sus comunidades. Ya no creen en un gran sueño. Tienen miedo y simplemente esperan".

Casi 800 niños van todos los viernes y sábados a las modestas instalaciones de Nebny. "No solo tenemos clases de ciencia o idiomas. También impartimos asignaturas como ética y realmente funciona. Estos niños han sido educados de forma violenta y todo lo intentan resolver de la misma manera. Es lo que han visto en su casa y en el barrio. Así que les planteamos una situación imaginaria, por ejemplo, que alguien ha mentido, y les dejamos que interactúen hasta que se den cuenta de que la reacción no tiene que ser violenta", explica Muhammad Reefat.

Además, ayudan a los trabajadores como Muhammad Abdallah a desarrollar sus negocios. Abdallah fabricaba joyas y objetos de decoración que después le compraban los vendedores del turístico mercado de Khan el Khalili. Pero la caída de turistas llevó a la ruina a unos y a otros. Nebny ha ayudado a este hombre "a mejorar la producción, a crear nuevos productos con diseños más modernos y llamativos, y a buscar nuevos mercados, que han permitido un rápido crecimiento de la producción, de los trabajadores y de las ganancias, cuando creía que tendría que cerrar por la falta de turistas", explica Ahmed Reefat.

Las ONG, tanto locales como internacionales, juegan un papel esencial en la sociedad egipcia. Hay más de 45.000 registradas por todo el país y son las que "llenan el hueco que ni sabe ni quiere llenar el Gobierno", según Reefat. Hacen las veces de sistema de educación, sanidad, concienciación, denuncia de la corrupción y otras prácticas abusivas, defensa de los derechos humanos interlocución con el Gobierno… "No puedo imaginar este país sin ONG. Sería catastrófico. Implicaría que solo escucharíamos una voz", dice Abdelhalim. "Pero ahora no podemos trabajar en buenas condiciones porque la ley que ha sacado el Gobierno hace de nuestro trabajo algo inútil. Como organizaciones de derechos humanos, se supone que vigilamos al poder; no pueden ser ellos los que nos digan lo que tenemos que hacer".

Son las ONG las que denuncian la invisibilidad de millones de personas que viven en barrios marginales. "El Gobierno lleva décadas poniendo la pobreza a la cola cuando es uno de los problemas más urgentes", denuncian. La gente salió a la calle para pedir "pan", para pedir "vida",  y cuatro años después la vida es aún más precaria. ¿Podría volver a repetirse una gran movilización social si no mejora la situación en un plazo razonable? Reem Abdelhalim piensa, se entristece. Al final concluye: "Cuando fracasamos en algo es muy difícil que lo volvamos a intentar. Ahora hay miedo y cansancio, así que solo nos queda esperar".

 

En una colina a las afueras de El Cairo se hacinan entre ruinas alrededor de un millón de personas. Algunas familias de cinco o seis miembros viven en casas de poco más de 90 metros cuadrados con un gran vertedero que acumula kilos y kilos de basura como pasaje de fondo. Los niños, descalzos y harapientos, juegan...

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