Con el Ejército Yanqui en Irlanda (II)
2. En la Guerra Motorizada
Norteamérica sacó su fuerza y su orgullo precisamente de donde el alemán saca su odio. Fortaleza del ejército americano. Recorriendo las carreteras del Sarre. La guerra mecánica. El dinamismo yanqui en la batalla. Como en los personajes del cine.
Manuel Chaves Nogales Belfast, 12 de agosto de 1942 , 11/04/2015
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Si, prescindiendo de toda la consideración accidental sobre los armamentos y la instrucción de los ejércitos, me preguntasen por qué creo firmemente que el ejército americano puede luchar con ventaja contra el alemán, contestaría sin vacilar: “Porque son mejores chauffeurs, porque manejan los automóviles mucho mejor que los alemanes”. Esto, que parece solo una arbitrariedad pintoresca, responde, sin embargo, a un razonamiento que se me antoja inflexible y exacto. No soy yo, es precisamente un alemán, un gran alemán, el conde Kayserling, quien ha llamado a nuestra civilización “la era del chauffeur”. El destino de nuestro tiempo, según Kayserling, está en manos de este tipo humano moderno que es el chauffeur, es decir, el hombre intrépido que conduce intrépidamente una máquina cuyo funcionamiento no conoce ni domina. Toda la fuerza alemana se halla concentrada en este símbolo. Su triunfo es el triunfo de las divisiones motorizadas y los aviones de combate, maniobrados por unos hombres que lo ignoran todo, unos adolescentes que no saben navegación, ni mecánica, ni cartografía, ni meteorología, una especie de robots humanos con reflejos rápidos y decisivos, es decir, el perfecto chauffeur. Pues bien: eso lo tienen los norteamericanos más y mejor que los alemanes. Si el elemento esencial de la actual batalla del mundo es ese, si es ese el peón que gana, la guerra la ganarán los norteamericanos, mil veces antes que los alemanes.
Hace años, recorriendo las carreteras del Sarre, tuve un presentimiento de la derrota de Francia, al considerar tristemente la superioridad indiscutible de los chauffeurs alemanes sobre los chauffeurs franceses, que en aquella zona neutralizada podían verse frecuentemente en competencia. El conductor alemán era más intrépido, más audaz que el conductor francés y lo dejaba atrás invariablemente. Cuando llegase la hora en que algo tuviera que ganarse o perderse conduciendo vehículos de motor, los franceses estaban condenados a perder. La sensación auténtica de potencia que me han dado los rusos, en cuyo régimen político personalmente no creo, se la debo a los pilotos de aviación comercial y a los chauffeurs bolcheviques que, cuando todavía no tenían buenos motores, con unas viejas y lamentables máquinas, se tiraban intrépidamente por las pendientes del camino militar del Cáucaso o volaban rasando el mar y la tierra con un aplomo y una serenidad que a los propios alemanes les espantaban.
El dinamismo yanqui en la batalla
El ejército expedicionario norteamericano es un ejército totalmente motorizado. Es un eufemismo hablar de infantería en un ejército donde ni un solo soldado camina por su pie. Pero, aparte el servicio de camiones de transporte para las masas de tropas, que es hoy elemento indispensable a todo ejército, lo que verdaderamente impresiona en los norteamericanos es la movilidad extraordinaria, el dinamismo increíble que da a sus unidades, la posesión por decenas de millares de pequeños y potentísimos autos fabricados en serie, para atender las necesidades específicas de las operaciones, fabricados como antes se fabricaban botas para los soldados. Son mágicas “botas de siete leguas” de este ejército, para el que no hay ni distancias ni obstáculos del terreno.
Los modelos de estos vehículos de campaña son variadísimos. Los norteamericanos han dado a cada uno un mote pintoresco, generalmente sacado de los personajes de los dibujos animados del cine. Hay los Gybs y los Peeps y no sé cuántos más. Los Peeps, que son los más populares, se tiran barrena abajo o reptan por las colinas más abruptas a velocidades increíbles. Para ellos no hay necesidad de caminos, ni buenos ni malos. Jadeando incansables campo a través, son como corceles ideales que en cualquier momento y en cualquier terreno pueden reproducir, modernizadas, las famosas cargas al galope de la caballería clásica. Montado en sus Peeps y con su fusil ametrallador en el arzón, el moderno jinete americano, el cow boy de nuestro tiempo, puede dar a la batalla un dinamismo que tal vez los mismos alemanes no conciben todavía.
Estos vehículos ligeros y toda la serie de los bren gun carriers, desde los que portan simples ametralladoras hasta los que arrastran verdaderos cañones de calibres que no podemos precisar, pero que superan cuanto se conoce en esta artillería, que llamaremos convencionalmente de montaña, permiten al ejército expedicionario norteamericano proyectar con celeridad insuperable una masa de fuego enorme, inmediatamente detrás de los tanques pesados encargados de abrir camino, de los cuales hablaremos más adelante.
Tales masas de motorización exigen naturalmente el acompañamiento de talleres mecánicos blindados, verdaderas fábricas de campaña capaces, en medio de la batalla y bajo el fuego enemigo, de reparar toda necesidad mecánica imaginable. En esto, los norteamericanos superan cuanto podía esperarse de ellos. He visto los equipos mecánicos al trabajo en pleno desarrollo de una maniobra táctica. El mecánico que en medio de la supuesta batalla saltaba del taller blindado, esgrimiendo la lanza de fuego de su soplete y cubierto el rostro con una espantable máscara de hierro, para efectuar, sobre la marcha, una soldadura autógena, era la encarnación del genio que puede ganar esta guerra de material, esta guerra mecánica, en la que, a pesar de todo, es el hombre, este diablo forjador, este Vulcano yanqui, el elemento esencial.
El ejército más entrañablemente anti nazi
Otra característica del ejército norteamericano que quiero destacar, antes de entrar a considerar sus particularidades estrictamente militares, es su fuerte significación antirracista, que le hace ser el adversario natural del germanismo. Este ejército norteamericano es el ejército más entrañablemente opuesto al hitleriano, es el ejército antirracista por excelencia. De ese gran crisol de razas que son los Estados Unidos ha salido este ejército que tiene, a pesar del denominador común del norteamericanismo, el orgullo de la asombrosa variedad de sus tipos humanos.
Para visitar las unidades norteamericanas hemos venido unos cuantos periodistas, de todos los países neutrales de Europa y América. Una de las cosas que más nos ha sorprendido es que en cada unidad los jefes tenían la vanidad de presentarnos como compatriotas nuestros a los ciudadanos norteamericanos oriundos de nuestros países. En cada regimiento los periodistas suecos encontraban docenas de hombres oriundos de Suecia, que se ponían a hablar con ellos en su lengua. Igual que los suizos, igual que los españoles y los suramericanos. El imperialismo yanqui hace su orgullo y su fuerza precisamente de lo que el imperialismo germánico fabrica su odio. Los jefes militares norteamericanos nos han presentado con satisfacción, no sólo a aquellos de sus soldados que proceden de los países neutrales, sino también de los países adversarios. Nueva York está tan orgulloso de su millón de ciudadanos oriundos de Italia, como de sus miles de germanos, sus cientos de miles de nórdicos y sus millones de semitas. Todos son ciudadanos libres, de USA.
Yo he hablado con oficiales y soldados procedentes de todos los pueblos de Suramérica, he visto portorriqueños, cubanos, panameños, mexicanos, brasileños, chilenos… Encaramado en una torrecilla de un tanque, he encontrado a un hombre de piel morena, blancos dientes y pelambrera hirsuta, que tenía en sus ojos negros toda la fiereza, todo el dinamismo explosivo de un guerrillero de Pancho Villa. "¿Cómo te llamas?", le he preguntado. “Enrique Gutiérrez”, me ha contestado con altanería. He visto también un tipo fino y ágil como una ardilla, un tipo inconfundible para mí. "¿De dónde eres tú?". "Yo he nacido en USA, pero mi madre era filipina, tagala, y mi padre español, de Cádiz". No me había engañado. Me lo daba el corazón.
Esta síntesis de América y del mundo, que es el ejército de los Estados Unidos, es la máxima garantía de la victoria, en esta lucha contra un pueblo que por creerse el pueblo elegido, por creer en la superioridad indiscutible de su raza, tiene la ambición de sojuzgar al mundo entero, como ha sojuzgado a los confiados pueblos de Europa.
Si, prescindiendo de toda la consideración accidental sobre los armamentos y la instrucción de los ejércitos, me preguntasen por qué creo firmemente que el ejército americano puede luchar con ventaja contra el alemán, contestaría sin vacilar:...
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Manuel Chaves Nogales
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