Con el Ejército Yanqui en Irlanda (I)
1. Los Americanos en Uniforme
Cómo es el ejército que el Tío Sam ha enviado para la liberación de Europa.- El espíritu de los Pioneers del Far West y el Klondike en la lucha contra el hitlerismo. Un ejército de Ulises o de Robinsones.- Bajo los viejos castillos irlandeses.
Manuel Chaves Nogales Belfast, 11 de agosto de 1942 , 11/04/2015
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Iniciamos con este artículo uno de los grandes reportajes de serie sobre la guerra de Europa cuya exclusiva hemos adquirido a la Atlantic-Pacific Press Agency de Londres. El ejército expedicionario norteamericano que intervendrá en la creación del segundo frente en Europa y la liberación de los pueblos invadidos ha sido visitado en sus actuales acantonamientos de Irlanda del Norte por nuestro corresponsal Manuel Chaves Nogales que describirá en sus artículos la vida y el espíritu de esas tropas que antes de que el año termine habrán emprendido la gesta más formidable de la historia: la invasión de Europa y la derrota del poder militar alemán que hoy se enseñorea del Viejo Mundo.
Los norteamericanos han plantado sus tiendas de campaña y han alzado sus barracones en este viejo país como si fuesen unas tropas de colonos intrépidos que se asientan en una tierra virgen. Pero el Norte de Irlanda no es una tierra virgen, sino un país de vieja civilización, que al lado de sus vestigios históricos muestra orgulloso las febriles aglomeraciones de sus modernos núcleos industriales. Rozándose con las viejas rezadoras que pasan arrebujadas en sus mantones de lana y junto a las alquerías de paredes enjalbegadas de cal, que se levanta el tizón de las chimeneas de Belfast, empenachando la maraña herrumbrosa y sucia de las fundiciones y los astilleros.
Pero a pesar de todo esto, que rezuma tradición y madurez, los americanos han sentado sus reales en el país como si hubiesen llegado a unas tierras nuevas del Far West. Lo traen todo consigo. Sus carros, sus barracones, sus pertrechos y herramientas, sus vituallas... Fuman sus cigarrillos Lucky Strike, mascan sus 'chewing-gum', comen 'strawberry-short-cake', beben sus 'manhattan', tocan sus músicas de 'jazz-band' y juegan su 'base-ball' como si no hubiera en el mundo más civilización que la suya ni más modo de vivir que el suyo. Lo demás no les interesa. Se bastan a sí mismos. Han campado en estos cultivados valles irlandeses como si en ellos hubiese nada, como si fueran sus primeros pobladores.
Hay algo, sin embargo, que les impresiona y desconcierta un poco a pesar del aplomo y la suficiencia juvenil de que alardean. La vejez, la antigüedad, el espíritu de continuidad, el sentido imperdurable de todas las cosas que aquí los rodean.
Han entrado arrogantes y desdeñosos en las viejas alquerías, las granjas de siglos y los castillos milenarios de Irlanda. Han recorrido sus vastas piezas desmanteladas, sus cuadras anchurosas, sus pasadizos abovedados, sus salones cubiertos de alfombras apolilladas y adornadas con arañas de cristal monumentales. Despreciando la inconfortable suntuosidad de estos caserones fríos, con ventanas estrechas y desvencijadas, con paredes húmedas y techos descascarillados, se han puesto a vivir en sus confortables barracones de hojalata, calientes y cómodos, con sus camas de campaña sucintas e higiénicas, sus gramófonos y sus radios y una foto de una "girl" sugestiva y ligerita de ropa, una "Betty Boop" cualquiera clavada con cuatro tachuelas a la cabecera de sus camastros de soldados.
Les gusta, sin embargo, sentirse aquí, en el ámbito resonante de ecos antiguos que tienen estos caserones señoriales donde todo, absolutamente todo, es más viejo que los Estados Unidos.
Todo es anterior a ellos, a su fuerza, a su poderío, a la existencia de esa potencia material de la que se sienten orgullosos. Cuando todavía no había Estados Unidos, ya ardía el fuego de leña de esta chimenea de piedra primorosamente labrada, cuyos morrillos han sido lamidos por una llama de siglos. El raso deslucido y hecho jirones de este canapé ha durado ya más de lo que han durado hasta ahora todas las cosas americanas. El joven oficial que va acompañándonos, me dice con respetuosa emoción:
- Esta finca en la que se aloja nuestra plana mayor está desde hace cinco siglos, tal y como usted ve...
Es una bella propiedad particular, que conserva un cierto encantamiento feudal que los norteamericanos han venido a romper con el estrépito de sus automóviles blindados y sus silbatos estridentes, con su camaradería alegre, sus cocinas de campaña, sus cartapacios de mapas y sus complicados juguetes eléctricos y radiofónicos.
Un ejército de Ulises o de Robinsones
He visto el hormiguero febril de las unidades norteamericanas acampadas en torno a los viejos castillos irlandeses. Contemplándolos en su tráfago, viéndolos talar árboles con recios golpes de hacha, levantar barracones, trazar caminos y construir pistas de cemento a las que invariablemente bautizan de "Fifth Avenue" producen la impresión , más que de un ejército, de una expedición de colonos, de granjeros, de "cow-boys" que se instalan en nuevas tierras. Con sus cuchillos de monte al canto, sus cazadoras de cuero, sus gorros arbitrarios, sus vestimentas dispares en las que no es posible descubrir ninguna uniformidad, sus trajes de faena como si fueran simples colonos, se olvida fácilmente que son un ejército. Más que un ejército, parecen una tropa de plantadores o de buscadores de oro. Sus capitanes son como los capataces de las grandes explotaciones y colonizaciones norteamericanas.
En Europa, los ejércitos tienen todavía el ritmo solemne, el aire grave y la morosa dignidad castrense de las legiones romanas. Nuestros campamentos militares son aún como debieron de ser los castros romanos. En cambio, el ejército norteamericano tiene el aire y el ritmo del rancho, el espíritu de los colonizadores, la moral de las cuadrillas de exploradores, el penacho romántico de los aventureros. Evocan ante todo la lucha del hombre libre que se junta con otros hombres para dominar un medio hostil a fuerza de tenacidad y heroísmo. Es curioso que el ejército más mecanizado del mundo sea el ejército en que el hombre sigue pareciéndose más al héroe a la manera clásica. Es un ejército de Ulises o de Robinsones.
Juventud americana
Lo más impresionante es la juventud de este ejército. El símbolo de los ejércitos europeos es el viejo soldado, el veterano, aquellos soldados romanos encanecidos en las batallas, aquellos viejos centuriones, los veteranos capitanes de los tercios de Flandes, curtidos en el oficio y llenos de cicatrices.
Todavía hoy, en la misma Alemania que presume de juvenil, es la veteranía lo que predomina. El ejército alemán actual, contra lo que generalmente se cree, es un ejército de viejos, de veteranos de la otra guerra que son los que con su rencor de vencidos han provocado ésta.
Los ejércitos europeos están hechos con viejos sargentos, viejos capitanes y viejísimos generales, gotosos, apergaminados, estantiguas con caras arrugadas de vieja, como aquellos mariscales de Francia que pintaba Meissonier. Estos generales americanos, que tienen aires de muchachos, son impresionantes. Estamos ahora en el comedor de la Plana Mayor de una unidad. No hay ni una sola cabeza cana. Vamos al barracón donde tienen su refectorio los sargentos. Ninguno tiene treinta años. No hay ninguno que se parezca al clásico sargento inglés de pecho abombado, voz de trueno y bigotes enhiestos. El viejo gallo polainero que es el típico militar europeo no existe aquí. El sargento americano es un muchacho ágil, despierto, más hábil y diestro que los demás, más vivo, más rápido de comprensión. Son como obreritos aventajados que ascienden rápidamente en el taller, porque son listos y bravos y aprenden pronto (la disciplina del trabajo).
La primera impresión que dan es la de que no son militares. Por lo menos, tal como nosotros, europeos, entendemos el militarismo. Tienen indudablemente una disciplina estricta, pero es sustancialmente distinta de la nuestra. El hombre libre de América no sabe ser militar a la manera clásica del europeo. Yo he visto en Alemania los campos de trabajadores voluntarios que son como cuarteles. Entre los americanos, en cambio, los cuarteles son como campos de trabajo. Un campesino alemán sabe cuadrarse y saludar dando talonazos mucho mejor que cualquier general americano. Indudablemente los americanos tienen una disciplina militar; pero es la misma disciplina forjada en el taller, en la fábrica o en la cuadrilla de colonizadores. Esta cadena puede ser tan dura como la otra y seguramente es más eficaz, pero es sustancialmente distinta.
No tiene ningún ritual, ninguna liturgia. Hay en Europa una tradición militar que viene desde Esparta a Roma, que va desde la guardia amarilla de Felipe II a los granaderos de Federico el Grande, desde Napoleón hasta el Kaiser. Después de la mayor revolución de la historia, los bolcheviques han hecho un ejército que es exactamente como los ejércitos de Pedro el Grande y Souvoroff. Esta liturgia tradicional del ejército se quiebra totalmente en el Nuevo Mundo. Los norteamericanos no saben nada de esto, ni aciertan a representarlo, ni les interesa. Su ejército es un ejército de gente que trabaja y lucha con toda la bravura y heroísmo que sean necesarios, pero sin ninguna liturgia. Es un ejército de obreros, de hombres libres que no saben hacer abdicación de la dignidad humana que el viejo arte militar de Europa ha exigido siempre. El centinela que está de guardia a la entrada de este campamento con un formidable fusil ametrallador al hombro, que bastaría para convertir a un alemán en un Júpiter tonante, no tiene ninguna marcialidad. Fuma su cigarrillo con un aire natural de cazador puesto al acecho, pero nunca con el aire característico del soldado de parada. Es más: cuando los norteamericanos se ponen a hacer espectaculares paradas militares para demostrar la irreprochable instrucción de sus soldados se tiene la impresión de estar presenciando las evoluciones armoniosas de una masa de gimnastas civiles. He visto evoluciones de compañías de infantería tan matemáticas como puedan hacerlas las unidades más selectas de Hitler pero, a pesar de toda su precisión y exactitud, hay siempre en ellas algo que no es la rigidez y el automatismo prusiano. Por muy exactamente que evolucionen, se ve que no son autómatas deshumanizados, sino hombres libres que se han puesto libremente de acuerdo para moverse a compás.
La fuerza constructiva y la potencia destructora
Mandar un regimiento americano debe ser como dirigir una fábrica. El coronel es una especie de gerente, sus comandantes son sus ingenieros, los oficiales sus técnicos, los sargentos, sus contramaestres y capataces, los soldados sus obreros. La disciplina que mueve esta máquina es tan fuerte, tan estricta como la otra. Pero, ya lo hemos dicho, distinta. El problema que se plantea es este: ¿Es que puede hacerse la guerra como se hace una industria? ¿Se puede montar una batalla como se monta una explotación industrial?
Después de haber visto al ejército americano hay que creer que sí. He presenciado unas maniobras de artillería pesada y tanques. En la guerra moderna, asaltar o destruir un poblado es algo tan complejo y difícil como construirlo. Hacen falta los mismos planos, la misma acción metódica, la misma sistematización, la misma concentración de máquinas y materiales. Destruir una posición es exactamente lo mismo que construirla, sino que todo lo contrario. Esta perogrullada se descubre cuando se ve de cerca a los jefes de los ejércitos modernos planeando una acción. En la guerra actual si se tiene en cuenta la proporción constante que existe entre el perfeccionamiento de las armas ofensivas y las defensivas se llega a la conclusión de que cuesta tanto trabajo destruir como construir. La potencia tiene que ser la misma; con exponente positivo o negativo; es igual. Los mejores constructores serán también los mejores destructores. Por eso Hitler, que no era capaz de construir un nuevo mundo, no ha podido, ni podrá nunca, destruir el mundo existente como ambiciosamente soñaba. Y sencillamente por eso, porque los norteamericanos son los mejores constructores del mundo, se puede tener fe ciega en la eficacia destructora de este ejército suyo, el menos terrorífico e impresionante del mundo.
Iniciamos con este artículo uno de los grandes reportajes de serie sobre la guerra de Europa cuya exclusiva hemos adquirido a la Atlantic-Pacific Press Agency de Londres. El ejército expedicionario norteamericano que intervendrá en la creación...
Autor >
Manuel Chaves Nogales
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