Con el Ejército Yanqui en Irlanda (III)
3. Cómo se Prepara el Ejército Norteamericano
La eficiencia de los estadounidenses frente a los alemanes en la batalla. Importancia del factor humano. Automovilismo y radiotelegrafía, armas del nuevo ejército. Lo que dice el General Hartle. Todo el espacio es batalla. En plenas maniobras.
Manuel Chaves Nogales Belfast, agosto 5 (publicado el 13) , 11/04/2015
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Cuando se asiste a unas maniobras del ejército norteamericano es cuando se comprende exactamente lo que es la batalla moderna, en qué consiste realmente, cuáles son los elementos esenciales y decisivos del combate de ahora. De esto me he dado cuenta únicamente viendo hacer ejercicios a las unidades norteamericanas acantonadas en Irlanda en espera de que llegue su hora.
La fuerza de que se dispone es una masa inerte, un volumen inanimado de hierro y seres humanos a los que se ha privado de toda iniciativa y que, por sí mismos, son en la batalla tan pasivos e inoperantes como si fueran "robots". Esta masa compacta e inerte tiene que estar naturalmente en proporción con la masa que se le oponga, pero en realidad la razón de su fuerza no es su volumen, no es su peso específico, sino el dinamismo de que sea capaz, la acción que le sea posible desarrollar, el movimiento que pueda infundírsele. Y este dinamismo lo determinan en el ejército moderno dos factores: motorización y transmisiones. El alma del ejército actual es esta: automovilismo, radiotelegrafía. Buenos motores y buenas transmisiones.
Esto es más importante que todos los generales, todos los estrategas geniales y todos los caudillos heroicos. Rommel en primera línea animando a sus tanques al combate es una imagen de Epinal perfectamente grotesca.
Ya hemos dicho que en cuanto a su motorización el ejército americano es insuperable y no será necesario insistir. Todo el que se haya puesto al volante de un auto sabe lo que es un motor alemán y un motor americano. En cuanto al sistema de transmisiones, la organización de campaña de las unidades yanquis ha sido para nosotros una verdadera revelación.
Las explicaciones técnicas y el estudio minucioso del utillaje no sirven para darse cuenta exacta del dinamismo fabuloso que la masa inerte de hierro y seres humanos adquiere en el momento de la batalla gracias al mecanismo de las transmisiones. Es preciso estar dentro de la panza de un enorme tanque que marcha a cuarenta por hora con un estrépito infernal arranando aludes de tierra y percibir clara y distinta en el interior del artefacto hermético la voz de mando que a través de las ondas va guiando certeramente a la bestia ciega y dócil que todo lo arrolla. Es preciso estar en el puesto de mando ante el tablero del mapa escuchando la voz misma de los tanques y las baterías, los cañones pesados, los antiaéreos, los antitanques y las ametralladoras que pasan revista constantemente señalando a cada paso su situación y contestando "presente" a cada llamada del mando. Es preciso ver cómo una masa formidable de acero y humanidad se disloca con rapidez vertiginosa perdiéndose en las distancia y cómo, una vez dispersos, cada uno de los elementos que la forman sigue estando estrechamente ligado a los demás y al todo; cómo, aunque los engranajes se separen, el ritmo y la cohesión no se rompen, cómo la máquina sigue funcionando después de haber sido desarticulada y cada ruedecilla gira por su cuenta haciendo las revoluciones que le han marcado con exactitud matemática y diciendo a cada instante: "Aquí estoy y así trabajo".
Se tiene la impresión de que, antes, la batalla era un albur que se jugaba con los ojos cerrados. El mundo disparaba con fuerzas lanzándolas al combate como un proyectil cuya trayectoria era fatal; se daba en el blanco o no se daba. Ahora, el proyectil está dirigido, la dislocación está gobernada, la dispersión no es más que aparente. El sistema de transmisiones llevado a la máxima perfección de los norteamericanos hace que el ejército en plena lucha sea un cuerpo homogéneo estrechamente trabado que domina el vasto ámbito de la batalla teniéndolo bien prendido en la red de las ondas sonoras.
Todo el espacio es batalla, todo es lucha y acción. Las transmisiones inalámbricas han dado a los capitanes una voz jupiterina que pone orden en el caos, domina el estruendo, hace inteligente y dócil el espacio, suprime las distancias y consigue que el aviador que vuela a cinco mil metros y el escucha enterrado en su topera, el tanquista metido dentro de su caparazón y el general que a muchos kilómetros dirige la batalla se sientan hombro a hombre formando todos una fila apretada, una masa que toma posesión auténtica del vasto campo de batalla con una cohesión total e inquebrantable.
Los tanques que avanzan ocultándose en la espesura, desgajando los árboles o azotando sus copas con la fusta de sus antenas de radio van hablándole al oído a los artilleros cuyas baterías invisibles y distantes golpean allí donde les dicen. Retiembla la tierra y el aire se estremece. Los tanques y la artillería cambian la configuración del terreno pero dominando el caos, hendiendo limpiamente el aire asordado resuenan las voces frías, metálicas que transmiten las órdenes insistentes, apremiantes, inequívocas. Esta voz tonante y este oído agudísimo con que ha sido dotado el ejército permiten una irradiación maravillosa del ser humano, una proyección de la inteligencia y la voluntad dueñas absolutas de todo ámbito de la lucha por primera vez. Este es el milagro del sistema de transmisiones. En la oscuridad, como en el estrépito, a través del hielo y del fuego y de la distancia, el ejército mantiene su tacto de codos; vigila la corrección de sus líneas como en un desfile.
-Halló, halló… tanque 47 a tanque 48.
-Halló, halló… batería “A” dispara… batería “B” dispara… batería “C” dispara.
-Halló, halló… caza número 9 a jefe de escuadrilla…
-Halló, halló… puesto de mando a batería… batería a escuadrilla… escuadrilla a tanques... halló halló…
Este diálogo entrecruzado, este discurso intermitente, reiterativo, este razonamiento múltiple, esta resolución morosa del polinomio de la batalla, es el gran secreto de la guerra de ahora. Y esto lo hacen los norteamericanos como nadie. ¿Lo harán en la batalla real como en la simulada?
Esta es la gran cuestión: la única incógnita de este ejercicio (ejército) insuperablemente dotado y entrenado. Los periodistas neutrales después de visitar las unidades norteamericanas en sus acantonamientos de Irlanda del Norte, después de examinar sus máquinas y de verlas en acción hemos llegado a la conclusión de que a este ejército perfecto no le falta más que la prueba de fuego. Todo esto es irreprochable, pero ¿será igualmente eficaz en la batalla real?
Cuando el comandante general de las fuerzas norteamericanas en Irlanda, general Russell Hartle nos ha sentado en su mesa y rodeado de sus ayudantes, nos ha expuesto en sencillas y claras palabras su confianza en sus tropas y su fe en la victoria, hemos aprovechado su amable explicación para exponer nuestras opiniones personales y al decirnos la frase sacramental "Any questions?" uno de nosotros ha dicho:
--General, vuestro ejército es insuperable. Después de verlo en acción la única duda que puede caber en nuestro espíritu es la de si esa perfección teórica correspondería, llegado el momento, a la eficacia práctica para vencer. Falta saber si el mecanismo funciona en la batalla real con la misma exactitud que en el supuesto táctico. Nuestra única duda es ésta. La táctica de esta guerra se está inventando ahora. Las viejas tácticas han tenido que ser abandonadas. Es lógico pensar que el ejército más eficaz sea el que está creando con su propia acción la nueva táctica, el que está adquiriendo en los campos de batalla la nueva maestría. No hay todavía doctrina. No hay más que experiencia personal ¿No teme usted que en esta experiencia personal, que no puede haber sido adquirida en las academias, los ejércitos alemanes que vienen haciendo la guerra moderna por su propia iniciativa, es decir, creando la táctica, tengan una superioridad táctica sobre un ejército como el suyo que aunque irreprochable, no ha sido sometido todavía a la prueba definitiva de la batalla?
El general Hartle después de meditar un momento nos ha replicado:
- No tengo ninguna aprensión por el hecho de que las unidades enemigas hayan adquirido en sus campañas recientes una experiencia que el ejército norteamericano no ha podido adquirir todavía. La naturaleza del combate moderno no deja margen suficiente para una diferencia sustancial entre la maniobra y la batalla real. La máquina de guerra actual una vez puesta en movimiento no debe encontrar en la acción o en la resistencia enemiga ningún obstáculo que no haya sido previsto y vencido de antemano. (Ilegible)
Esta confianza expresada sucintamente por el general Hartle tiene su asiento en la concepción misma de la guerra mecanizada en la que nada debe quedar a merced del azar ni al arbitrio de la individual resolución. Los “imponderables” existen para el hombre pero no para la máquina. Por eso en esta guerra no hemos visto todavía verdaderas batallas al modo clásico, encuentros reñidos con alternativas inesperadas y desenlaces imprevistos. Cuando se tiene la fuerza que decide, se arrolla, se aplasta, se vence. Cuando no se tiene esa fuerza ni siquiera puede iniciarse el gesto defensivo. Los americanos la tienen.
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Cuando se asiste a unas maniobras del ejército norteamericano es cuando se comprende exactamente lo que es la batalla moderna, en qué consiste realmente, cuáles son los elementos esenciales y decisivos del combate de ahora. De esto me he dado...
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Manuel Chaves Nogales
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