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El Partido Popular ha demostrado a lo largo de los años tener una capacidad sobresaliente para construir mundos paralelos. En un ejercicio de formidable creación literaria, el PP intenta que una parte importante de la población, sobre todo la más derechista y reaccionaria, crea sus embustes, ya sea sobre el Prestige, la guerra de Irak, el proceso de paz con ETA o la autoría del atentado del 11-M, por mencionar solamente ejemplos de un pasado ya algo remoto. Si la realidad no se ajusta a tus intereses, invéntate otra, parece decir el manual de comunicación del PP.
Son tantos los mundos de ficción que ha creado la derecha en la etapa democrática que muchos ciudadanos consideran a los dirigentes del PP mentirosos compulsivos. En España, además, la mentira puede llegar a funcionar si se practica con la suficiente desfachatez y chulería. No hay mayor desfachatez que el PP se atreva a echar en cara a los líderes de Podemos sus “problemillas” fiscales y lo haga desde la sede pagada en negro, o que los portavoces del partido afirmen con total seriedad que el PP es la fuerza política que más ha luchado contra la corrupción en España.
La negación de la realidad puede llevar a comportamientos políticamente extravagantes. Cuando uno se sitúa en un mundo que no existe pero sigue actuando en el mundo real, se producen situaciones que pueden ir de lo cómico a lo trágico, como ya mostró Don Miguel de Cervantes en una famosa novela. En un artículo que publiqué hace unos meses en el diario infoLibre (“Psicopatología política: informe clínico sobre el PP”, 19/11/2014), apliqué las categorías más abstrusas del psicoanálisis freudiano para dar sentido a lo que entonces llamé el “aplauso improcedente”, es decir, el aplauso a destiempo político. Ponía entonces varios ejemplos, como el de aquella ocasión en julio de 2012 en la que el presidente Rajoy anunció en el Congreso los mayores recortes de la historia de la democracia y la bancada popular se puso en pie aplaudiendo de forma ciega y energúmena.
Un comportamiento todavía más extravagante, extemporáneo e injustificable consiste en mofarse de los débiles. “¡Que se jodan!”, exclamó la diputada popular Andrea Fabra, en un rapto de sinceridad, durante ese mismo pleno de julio de 2012 al que me acabo de referir y en el que sus señorías de la derecha aplaudían a rabiar los recortes del Gobierno. La frase iba dirigida a los parados que sufrían una merma en el seguro de desempleo.
En el último debate parlamentario de presupuestos, Pedro Sánchez intervino para hablar sobre pobreza infantil y sus palabras fueron recibidas con risas y sarcasmos por los diputados populares. Pero la cosa no acaba ahí. Cuando Tomás Gómez pidió al presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, que mantuviera los comedores escolares abiertos durante el verano, el dueño del ático de Marbella respondió que el principal riesgo de malnutrición de los niños madrileños era la obesidad. Asimismo, Rafael Hernando, en agosto de 2013, declaró en el programa “Al rojo vivo” de la Sexta que los problemas de malnutrición eran anecdóticos, responsabilizando en todo caso a los padres; Hernando, por supuesto, cargó contra la Junta de Andalucía por garantizar tres comidas a los niños durante el verano. En la Comunidad Valenciana, durante el debate presupuestario, Mónica Oltra sacó el asunto de la pobreza infantil y un diputado del PP no tuvo mejor ocurrencia que decir “ahora saco el pañuelo y lloro”. Montoro, siempre Montoro, habló con desdén de los datos de Cáritas sobre pobreza infantil, asegurando que las políticas para combatir la pobreza son propias de “países de planificación central”. Así, con un par.
Esta actitud despectiva hacia la pobreza infantil es consecuencia directa del negacionismo que mantiene el PP sobre cuestiones económicas. En el mundo paralelo en el que vive no hay lugar para la desigualdad o la pobreza. Rajoy, en la entrevista publicada por El País el 8 de diciembre de 2013, ponía en duda que la desigualdad hubiera aumentado en España. Montoro, siempre Montoro, tuvo el cuajo de negar en el Congreso que los salarios estuvieran disminuyendo. Su inolvidable frase fue “los salarios no bajan, moderan su subida”.
En el relato del PP no hay lugar para los malos datos. Como dijo en 2013 Montoro, siempre Montoro, España es “el ejemplo del mundo”. Según el discurso popular, España está saliendo adelante tras haber hecho unos sacrificios duros pero necesarios, que quizá haya producido algún problema puntual, pero esos problemas serán corregidos con el crecimiento económico.
El ilusionismo político del PP casi siempre ha salido mal. Las mentiras sobre la guerra de Irak tuvieron un alto coste, pero mayor aún fue el coste de mentir miserablemente sobre la autoría del atentado del 11-M, que les llevó a perder el poder cuando el más pesimista de sus escenarios era ganar sin mayoría absoluta.
Todo apunta que el alma negra, ruin y ponzoñosa que revela el PP cuando se niega a reconocer la pobreza infantil o la desigualdad que sus políticas han producido no encontrará la comprensión de sus votantes. El electorado de derechas es más compasivo que el partido: le ofende profundamente que el PP, por mantener el discurso del crecimiento, no quiera hacerse cargo de las situaciones límite que ha generado la crisis.
La ruindad política del Partido Popular es insondable. Quizá no haya un ejemplo más acabado que aquella frase que Montoro, siempre Montoro, le soltó a Ana Oramas para justificar la falta de apoyo del PP al plan de ajuste de Zapatero de mayo de 2010: “dejemos que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros”.
(Agradezco a Vanesa Jiménez la ayuda prestada con la documentación para este artículo)
Iganacio Sánchez-Cuenca es director de investigación de CEACS y profesor de Sociología en la UCM. Ha sido profesor asociado de la Universidad de Yale. Es autor de Más democracia y menos liberalismo (Katz, 2010), entre otros.
El Partido Popular ha demostrado a lo largo de los años tener una capacidad sobresaliente para construir mundos paralelos. En un ejercicio de formidable creación literaria, el PP intenta que una parte importante de la población, sobre todo la más derechista y reaccionaria, crea sus embustes, ya sea...
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Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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