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A Lía
Cuando niño, mi hermana me llevaba con ella al laboratorio de ictiología de la universidad, a mirar las colecciones de peces. Se ponía a platicar con sus amigos y me dejaban vagar entre anaqueles y anaqueles, iluminados en verdoso, parpadeante neón, con millares y millares y millares de peces en frascos de formol. Los miraba con codicia, maravillado por la variedad. Los había en todas las formas: los cómicos, los temibles por lo filoso de sus dientes, los extrañísimos, los que se podían también hallar con Panchito el pescadero de voz aguda del mercado de San Ángel, los tiburoncitos... Y los que tenían cuernos.
Quería, claro, un tiburoncito, pero quería con toda mi alma contar entre mis tesoros un pez con cuernos. Las tapas de los frascos estaban, ¡uf!, apretadísimas.
Un día me animé a decirle a mi hermana que si no me podía yo llevar uno... ¡Tenían tantos!
Apostaba a que me ayudara en el hurto pero, para mi sorpresa, Lía me llevó ante el director.
Sentado en un banco giratorio frente a la alta mesa de acero inoxidable, el director traía muertas de risa a varias jóvenes biólogas. Como si les hubiera hecho cosquillas. Mi hermana los interrumpió:
- Alejandro, aquí Alain tiene algo que decirte.
Seis pares de ojos se volvieron a mirarme. Me morí de vergüenza. Yo no tenía nada que decirle.
Parada tras de mí, mi hermana me dio un empujoncito.
Todos aguardaban. Como no se me ocurría otra cosa, pedí, mirando mis zapatos, un pez-toro.
- No tenemos, que yo sepa, "peces-toro…”.
- ¡Sí, tienen frascos llenos!
- ¿Sí? A ver, tráete un frasco para acá. Con muuuuucho cuidado.
Me fui a los anaqueles, y ni siquiera tuve que buscar. Tomé un pesado frasco y regresé repitiéndome, durante todo el camino, "no se me vaya a soltar, no se me vaya a soltar, no se me vaya a soltar..."
Lo puse en la mesa y respiré.
- ¡Ah! Esos son Tetraodóntidos. La vaquita marina. Son tóxicos, venenosos, ¿sabes?
Asentí y negué y asentí sin emitir sonido.
- ¿Y así que quieres uno?
- Ajá.
- Pues a ver, explícame para qué lo quieres.
Ahora: uno tiene nueve años y desea con toda su alma poseer un pez con cuernos. Y está rodeado de gente y se da cuenta de que no sabe por qué lo quiere. Sólo sabe que lo quiere.
Sentí que todo estaba perdido.
- ¿Sí?
- Es que lo quiero... lo quiero...
No le iba a decir que lo quería para jugar con mis muñecos.
- ¿Sí?
- Lo quiero dibujar. Lo voy a estudiar.
Miró a las biólogas levantando una ceja, lanzó a mi hermana media sonrisa, acercó el frasco y desenroscó, con algún trabajo, la tapa. Un olor narcótico, penetrante, peligroso, se fugó como un genio recién liberado y flotó por el aire. El director tomó del cajón las largas pinzas de metal y sacó el pez con cuernos. Magnífico. ¡Venenoso! Lo dejó escurrir y lo puso a secar sobre un par de toallas de papel.
- Déjalo que se seque.
El formol se evaporó casi de inmediato.
- El laboratorio no puede estar regalando sus colecciones así nada más... Pero vamos a quedar en algo: me traes los resultados de tu estudio. ¿Eh?
Todavía está por ahí, mi Lactoria cornuta. No tengo aún resultados conclusivos.
[Recordé lo anterior al mirar —fascinado una vez más por la variedad de las formas— estas sorprendentes imágenes del Smithsonian:http://www.flickr.com/photos/nmnh/sets/72157628928831747/ y http://www.flickr.com/photos/nmnh/sets/72157629904393903/ ]
A Lía
Cuando niño, mi hermana...
Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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