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Sus padres le dieron la vida y el fútbol, la razón para vivirla. José María Giménez, un niño de 20 años con la madurez de uno de 40, persigue sus sueños con la tenacidad y la jerarquía de la iconografía charrúa. Como Obdulio Varela, aquella leyenda que dejó la imborrable impronta de su liderazgo en el Maracanazo, poniéndose los cojones en la punta de los botines, Giménez está encontrando su lugar en el mundo a base de sacrificio y esfuerzo, destilando energía positiva y hambre de gloria. Su denominación de origen uruguaya, sus impresionantes condiciones físicas y su capacidad para seguir creciendo le han convertido en una referencia obligada para cualquier equipo grande del mundo. Padre desde el pasado mes de diciembre, precoz en todas y cada una de sus actividades fuera y dentro del campo, José María se ha ganado todo lo que tiene: lo ha hecho sin una mala palabra ni un mal gesto. Desde el convencimiento de que su camino pasaba por esculpirse en el esfuerzo, perfeccionar su fútbol y trabajar en la sombra, hasta esperar una oportunidad.
Desde que aterrizó en Madrid procedente del Danubio –magnífica adquisición de la secretaría técnica rojiblanca-, Giménez comprendió que el suyo era un desafío de largo recorrido. Una maratón de tenacidad. El curso pasado apenas fue alineado en un par de partidos, uno de Liga y otro de Copa, pero ya acreditó unas características de juego envidiables en un defensa que se precie de serlo: físico, potencia, colocación y anticipación. En verano, lejos de plantearse un futuro lejos del estadio Vicente Calderón, desechó ofertas de Inglaterra y Alemania, dedicándose a entrenar con la mente puesta en un objetivo: demostrar que podía dar más de sí mismo. Consciente de que Simeone exige competencia interna, Giménez, lejos de quejarse por no disponer de minutos, redobló su compromiso, trabajó sin desmayo y apretó los dientes cuando llegó su momento. Así los quiere el Cholo: entregados en cuerpo y alma, preparados para la batalla, listos para el combate.
En Turín, un escenario hostil, no necesitó ni una sola falta para secar a Llorente y Tévez, en una exhibición de intensidad y juego aéreo. En Copa, ante el Madrid, se marcó un partido para enmarcar, rubricado con un cabezazo inapelable que sirvió para tumbar al campeón de Europa en el Calderón. Y este martes, en la agonía del Atlético ante el correoso Leverkusen, fue el guardián del muro, el bastión defensivo del Cholo, el tipo al que, durante toda la noche, no le habrían pasado ni los Rayos X. José María Giménez, un central con cara de niño que juega con alma de veterano, ingresó en el Atlético como heredero natural de Godín, pero nadie podría discutirle que, a día de hoy, por merecimientos propios, está destinado a ser su complemento. Juntos, las torres gemelas.
En su día, John Galsworthy sostuvo que "el valor de un sentimiento se mide por la cantidad de sacrificio que estás dispuesto a hacer por él". El sentimiento de Giménez es incalculable: se sacrifica por el equipo y en cada pelota divivida, muere por él. Impecable al corte, duro en la marca y potente en la zancada, Giménez ya no es promesa, sino realidad: la de un tipo convencido de que, siguiendo los consejos de Cholo, puede ser un central de leyenda. Uruguayo, puro gen competitivo. Un soldado para Simeone.
Sus padres le dieron la vida y el fútbol, la razón para vivirla. José María Giménez, un niño de 20 años con la madurez de uno de 40, persigue sus sueños con la tenacidad y la jerarquía de la iconografía charrúa. Como Obdulio Varela, aquella leyenda que dejó la imborrable impronta de su liderazgo en el Maracanazo,...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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