Paella con Tranströmer
Memoria de una visita a Madrid del poeta y músico sueco, fallecido el 27 de marzo y premio Nobel en 2011
Jesús Marchamalo 28/03/2015
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Comíamos con Tomas Tranströmer en la Embajada sueca y a todos nos llamó la atención la elección del menú: paella. La tarde anterior se había celebrado un homenaje en su honor en el Círculo de Bellas Artes –leyeron sus poemas José Manuel Caballero Bonald, Jordi Doce, Esther Ramón y Juan Marqués, entre otros -, y estaba feliz. Fue una tarde extraña y llena de ajetreo porque el acto coincidió con una manifestación, una de esas mareas coloristas, y el centro de Madrid, en los alrededores del Congreso, estaba acordonado; las calles colindantes cortadas al tráfico, y los viandantes controlados por la policía.
Una ciudad en la que anochecía en medio de un silencio impredecible, sin coches ni peatones, y que debieron cruzar a pie su mujer Mónica, él y su editor, Diego Moreno, que empujaba la silla de ruedas al ser imposible circular por allí en taxi.
Un periodista, más tarde, le pidió su opinión sobre la manifestación y la crisis que asuela el sur de Europa, y a través de su esposa contó cómo le había impresionado esa ciudad desierta, los semáforos parpadeando sin que nadie esperara a cruzar, los gritos de los manifestantes, en la calle, que crecían según se iban lentamente acercando, y, al tiempo, el recogimiento de la poesía. Y el que esos dos mundos estuvieran conviviendo en el mismo lugar, al mismo tiempo: el susurro de la palabra poética, y el bullicio de la calle y de las reivindicaciones.
Tomas Tranströmer nació en Estocolmo en 1931, trabajó durante años en cárceles y hospitales como psicólogo, y en 1990 sufrió una hemiplejia que le paralizó el lado derecho del cuerpo, y que le provocó una afasia: no podía hablar, pero sí siguió escribiendo y tocando el piano.
Confesó más de una vez su asombro al descubrir la enorme cantidad de piezas musicales compuestas sólo para la mano izquierda, algunas especialmente para él, obsequios de amigos músicos; las buscaba, las coleccionaba, las estudiaba y las interpretaba.
Su mujer, Mónica, decía ante los periodistas que era un estupendo pianista, y él lo negaba, complacido, modesto y expresivo con su mano izquierda.
La música que salva
Le gustaba comunicarse por medio de la música, hablar con la música, explicarse con ella desde que con dieciséis años, tras una grave crisis personal, se refugió en el piano. De hecho, durante años, pensó que la música sería su profesión, y así fue hasta que llegó la poesía. “Pasado el día negro, interpreto a Haydn / y siento una leve tibieza en las manos”, escribió en ‘Allegro’, uno de los poemas de su libro El cielo a medio hacer.
La música volvió a salvarle otra vez cuando se quedó sin habla. Tocaba a diario el piano, y en el homenaje escuchó emocionado obras de Schumann, Schubert y Haydn antes de prestarse a posar, durante casi una hora, con lectores y admiradores que quisieron fotografiarse con él.
El día de la paella en la Embajada sueca llegó en taxi, apacible y cargado de misterios: el de su silencio, el de su parálisis, el de su mirada, llena de preguntas y de curiosidad; y el de su música, allí en los salones acolchados… Me encantó --y a él-- esa historia que a los postres contó el escritor Carlos Pardo. Durante años todos los poetas suecos --Ekelöf, Aspeström, Martinson-- se publicaban en España traducidos por Francisco Uriz, de modo que hubo quien llegó a preguntarse, medio en broma, si Uriz no sería en realidad el poeta y aquellos nombres desconocidos, insólitos y un poco artificiosos, meras creaciones suyas, heterónimos que Uriz se inventaba. Tranströmer, contó Pardo, fue el primer poeta sueco que negó esa teoría, porque su primer libro en España, Para vivos y muertos (Hiperion), estaba traducido por Roberto Mascaró. Lo que avalaba no sólo la existencia de su generación poética, sino la de su propia poesía. Ese universo de imágenes luminosas y pequeños detalles en apariencia intrascendentes pero cargados de un profundo significado.
Leí en su correspondencia, Air Mail, publicada por Nórdica, una carta que le envió a su amigo Robert Bly en la que habla del frío y de esos días que, en invierno, de pronto, por sorpresa, el termómetro sube de cero grados y se oye el agua, un tenue ronroneo abrigador, gotear por los canalones y el tejado antes de que unas horas más tarde, acabada la tregua, todo vuelva de nuevo a congelarse. Tal vez su poesía sea también así; el agua en un tejado cubierto por la nieve. Nos reímos.
Nórdica ha publicado los libros de Tomas Transtömer Deshielo a mediodía, El cielo a medio hacer, Air Mail, y Visión de la memoria, autobiografía de infancia y adolescencia. La editorial Visor ha publicado Bálticos y otros poemas.
Tomas Transtömer, premio Nobel de Literatura 2011, fallecido el sábado 27 de marzo, visitó Madrid en octubre de 2012.
Jesús Marchamalo publicó este texto en su blog, http://jesusmarchamalo.com.
Comíamos con Tomas Tranströmer en la Embajada sueca y a todos nos llamó la atención la elección del menú: paella. La tarde anterior se había celebrado un homenaje en su honor en el Círculo de Bellas Artes –leyeron sus poemas José Manuel Caballero Bonald, Jordi Doce, Esther Ramón y Juan Marqués, entre otros -, y...
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Jesús Marchamalo
Escritor y periodista, ha desarrollado gran parte de su carrera en Radio Nacional de España y Televisión Española y ha obtenido, entre otros, los premios Ícaro, Montecarlo y Nacional de Periodismo Miguel Delibes. Es autor de más de una decena de libros, entre ellos, La tienda de palabras, 39 escritores y medio, Tocar los libros, Las bibliotecas perdidas, Donde se guardan los libros y Kafka con sombrero. En la actualidad colabora en La estación azul y en El ojo crítico, de RNE.
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