Editorial
Rajoy, el liquidador
26/03/2015
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El auto del juez Ruz conocido esta semana, según el cual el Partido Popular ha estado financiándose de manera ilegal desde hace la friolera de 18 años, como mínimo, ha hecho consciente a la gente inteligente que sobrevive en sus filas de que solo una derrota electoral inapelable permitirá iniciar la recomposición o regeneración del partido y establecer nuevas bases que aseguren su futuro.
Como es lógico, la situación se vive como algo trágico. Solo cortando la cabeza a Rajoy y a lo que queda de la generación Aznar, considerada como la más exitosa de la derecha política española en muchas décadas; solo permitiendo una renovación generacional casi absoluta, podría aspirar el Partido Popular a mantenerse como fuerza política decisiva en las próximas décadas.
Las redes ilegales de financiación del PP, según Ruz, se retrotraen a 1992; es decir, que conectan directamente con las detectadas en 1990, poco después de que José María Aznar se hiciera con las riendas del partido, y que fueron conocidas como caso Naserio. El Tribunal Supremo archivó aquellas actuaciones en 1992 por considerar que las escuchas telefónicas en las que se basaba la investigación debían ser anuladas. Rosendo Naseiro, que era entonces el tesorero del PP y que se retiró de la política, pasará curiosamente a la historia no como el primer responsable de la financiación ilegal del PP, sino como coleccionista de arte: en 2006, el BBVA invirtió 26 millones de euros que debía al Estado en concepto de impuestos en la compra de 40 espléndidos bodegones propiedad de Naseiro que se entregaron inmediatamente al Museo del Prado. Fue la operación más grande de dación (obras de arte por impuestos) de la historia de España, al menos hasta ese momento.
La cuestión es que, según el auto del juez Ruz, el Partido Popular dirigido por Aznar no aprovechó aquel momento privilegiado de 1992 para acabar con esas redes ilegales, sino que, bien al contrario, siguió lucrándose de mecanismos similares hasta 2008, que se sepa. Se comprende ahora perfectamente por qué Luis Bárcenas (al que también le gusta mucho la pintura) está tan enfadado y por qué Mariano Rajoy asegura que no entiende tanto escándalo y que no hay nada nuevo bajo el sol.
Lo quiera aceptar o no Mariano Rajoy, la catastrófica situación del PP no se debe exclusivamente al hecho de que haya tenido que enfrentarse a una formidable crisis económica, capaz de desgastar cualquier propuesta política, sino también a una estrategia que hasta los más torpes del partido empiezan a comprender que estaba profundamente equivocada y que impuso el propio presidente del Gobierno desde el primer momento. Las elecciones andaluzas no deben ser extrapoladas automáticamente, pero sí ayudan a ver con claridad los dos errores de Rajoy: uno, creer que todo se limita a una cuestión de cifras macroeconómicas y, consecuentemente, no ser capaz de ofrecer el menor gesto de justicia, ni tan siquiera de comprensión o simpatía, a los más desfavorecidos y, dos, no afrontar la profunda irritación de los españoles con el estallido de la corrupción política. Las dos cosas han permitido la sorprendente irrupción de Ciudadanos como un partido que le come electorado, no por la extrema derecha, sino por el centro.
Quizás la corrupción no afecte a los resultados electorales (algunos estudios mantienen que no arranca más de tres o cuatro puntos al partido implicado), pero lo que sí afecta, fuera de duda, es la falta de liderazgo del presidente del Gobierno en ese campo y la gran pérdida de confianza que provoca. Los índices del CIS muestran que un 72% de ciudadanos valora muy mal o mal a Rajoy (un 44,2% le concede directamente un cero y un 0,7% un 9), una cifra difícilmente sostenible en una democracia mediática.
¿Es posible que el PP corrija esos descomunales errores? ¿Tiene tiempo para ello? No parece posible, no solo por el calendario, muy reducido, sino también porque el presidente del Gobierno no tiene ni la voluntad ni la imaginación necesaria para ello. En el Partido Popular algunos se preguntan cómo es posible que Rajoy se confundiera tanto, pero sobre todo, por qué un partido tan sólido como el PP fió todo a la intuición de su “jefe”.
Es verdad que en el PP existe una larga tradición de “jefes” que mandan mucho. El más evidente fue sin duda José María Aznar. El expresidente ejerció un liderazgo fuerte, pero muy distinto al de Mariano Rajoy. Aznar estuvo siempre rodeado de sus iguales dentro del partido, Rato, Mayor Oreja, Álvarez Cascos, el propio Rajoy, y los reconoció siempre como tales, dándoles entrada en el Gobierno. Existía una especie de generación “Aznar” que se había hecho con el partido y que lo gobernaba con un cierto equilibrio interno.
Con Mariano Rajoy no existe nada de eso. El presidente del Gobierno no se ha rodeado de sus “pares”, ni mucho menos. Ni en el aparato del PP, en Génova, ni en el Gobierno existe ningún “compañero/a”. El único poder político que existe en el PP, al margen del propio Rajoy, está fuera de la organización, y es un poder territorial, que podrían simbolizar Esperanza Aguirre, en Madrid, y Alberto Núñez Feijoo, en Galicia.
¿Por qué eligió Aznar como sucesor a un personaje como Rajoy? Sus admiradores creen que pudo pensar que iba a ser el más integrador. Tanto Rato como Oreja tenían su propia legión de seguidores, mientras que Aznar parecía necesitado de “pescar” en todos los caladeros para afianzar su poder. Quizás si las circunstancias hubieran sido otras, Rajoy hubiera sido un dirigente conservador común, pero coincidió con un periodo extremadamente difícil y, en cuanto surgieron las primeras discrepancias, ocurrió lo inesperado. Rajoy se convirtió en el político menos integrador de la historia del PP. Muy pocos en su partido esperaban un presidente del Gobierno tan cerrado y tan radicalmente alejado de la realidad de su país. Ahora los más inteligentes de la derecha española ya solo esperan una dolorosa pero fecunda debacle que dé origen a una buena pelea interna y permita evitar que los más extremistas se hagan con el partido, alegando que la salvación está en el abismo. Mientras tanto, Ciudadanos se relame tranquilamente con el centro.
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