La cultura occidental, en manos de incompetentes
El anticuado y prejuicioso sistema de calificación cinematográfica norteamericano conforma la cultura e incluso el pensamiento de Occidente
Pedro Torrijos 9/04/2015
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Hace apenas unas semanas, Nickelodeon, cadena de televisión americana especializada en contenido infantil, retiró de sus emisiones un episodio de Oggy and the Cockroaches, teleserie animada de humor que cuenta las aventuras de un gato azul que vive en un piso con tres cucarachas. El motivo de la retirada fue la queja de un padre que dijo haber tenido “una desagradable conversación sobre anatomía femenina con su hijo de 9 años”. Al parecer, durante 0,8 segundos, apareció en el fondo de la imagen la caricatura de una fotografía de una mujer haciendo top-less en la playa.
¿Por qué sucedió esto? Esencialmente porque Oggy and the Cockroaches no es una producción estadounidense sino francesa –el original es Oggy et les Cafards- y en Francia, de momento, los pechos femeninos no representan la encarnación del mal absoluto como si parecen hacerlo en Estados Unidos. En realidad, el verdadero problema de la cultura de masas norteamericana y, por extensión, la del mundo occidental, no es el mal absoluto sino el miedo absoluto. El miedo a salirse de unas reglas que no vienen marcadas por la supuesta corrección política, sino por una compleja amalgama de prejuicios, dobles raseros, ignorancia, conservadurismo y, sobre todo, mastodónticos intereses económicos. Una nube de control que se retroalimenta socialmente y que tiene su base fundacional en un organismo supuestamente consultivo: la Motion Picture Association of America. La MPAA.
Birdman, la película triunfadora en la pasada edición de los Óscar de Hollywood es un filme muy intenso que narra la crisis existencial de un actor al borde permanente de perder el juicio. En la cinta no aparece ninguna muerte y apenas una escena de sexo fingido. Recibió de la MPAA la calificación R: acceso restringido a los menores de 17 años salvo que vengan acompañados por un padre o tutor. El filme más taquillero de 2014 fue El francotirador, una película que gira en torno a la muerte. Concretamente, las 255 muertes que se cobró el epónimo francotirador al que da vida Bradley Cooper. ¿Su clasificación? R. La misma que Birdman, que ocupa el puesto 78 en la lista de recaudación. Es más, la segunda película más taquillera del año, Los juegos del hambre: Sinsajo –parte 1, durante cuyo metraje hay varias decenas de muertes, aparte de desarrollarse en una sociedad opresiva y dictatorial, tiene la calificación PG-13: los padres están avisados de que algún contenido puede ser inapropiado para menores de 13 años.
¿Encuentran alguna lógica en las distintas calificaciones? Yo tampoco. Y me temo que las personas que concedieron dichas calificaciones tampoco la saben.
Nacida en 1922, la MPAA es una asociación comercial que representa a los seis principales estudios de Hollywood (Warner, Disney, Universal, Columbia, Fox y Paramount) y cuyas funciones incluyen la coordinación con las distribuidoras o la lucha contra las infracciones de copyright. Con todo, el cometido más relevante de la asociación reside en la MPAA Rating Board, el tribunal de calificaciones. La Rating Board es la heredera del código Hays, introducido por el Will H. Hays, primer presidente de la MPAA, y que funcionaba como mecanismo explícito de censura estadounidense hasta que Jack Valenti se puso al mando de la asociación en 1966. Una de las primeras decisiones que tomó Valenti fue sustituir el código Hays por un sistema voluntario de calificaciones “para limitar el poder de la censura y proporcionar información adecuada a los padres sobre la idoneidad de los filmes para sus hijos”.
Así, el actual tribunal de calificaciones de la MPAA está formado por entre 8 y 13 personas que cobran una serie de dietas y cuyo periodo en el tribunal siempre es inferior a 7 años. La identidad de estas personas es secreta y anónima y la única aptitud requerida es que sean padres mayores de edad con hijos entre los 5 y los 17 años. Ellos sabrán lo que es mejor para los niños de Estados Unidos. Además, las calificaciones que emiten, que van desde la G (todos los públicos) hasta la NC-17 (estrictamente prohibido para menores de 18 años), tienen un carácter exclusivamente consultivo. Ningún cine puede legalmente prohibir el acceso a nadie que quiera ver una de las películas que proyectan, da igual su edad. De hecho, las productoras no están obligadas a que sus filmes sean calificados por la MPAA; tan solo tienen que exhibirla con la etiqueta NR: Not Rated.
Sin embargo, la realidad difiere casi diametralmente de lo que la MPAA afirma.
El documental de 2006 This Film Is Not Yet Rated –traducido en España como Los censores de Hollywood- destapó un buen número de irregularidades en la Rating Board, y puso de manifiesto su verdadera capacidad censora. Mediante una serie de entrevistas a personalidades del mundo del cine y una extensa labor detectivesca, la cinta dirigida por Kirby Dick llega a varias conclusiones verdaderamente turbadoras. En primer lugar, solo 3 de los 10 miembros del tribunal investigados tienen al menos un hijo menor de 18 años (15, 16 y 17) y la mayoría de los “niños” tienen más de 20 e incluso 30 años. De hecho, uno de los miembros ni siquiera tiene descendencia. Igualmente, los periodos en el cargo superan a menudo los supuestos 7 años que afirma la asociación. Visto así, cuesta creer en la idoneidad de estas personas para soportar una responsabilidad de tal calibre.
¿Una responsabilidad de tal calibre? ¿No habíamos quedado en que la MPAA Rating Board solo es un organismo consultivo? Pues tampoco, porque los exhibidores cinematográficos –las salas de cine, vamos- penalizan gravemente a los filmes calificados por encima del PG-13. Los proyectan menos tiempo, en menos salas o directamente ni los compran para proyectarlos.
¿Encuentran ahora la lógica en las calificaciones? Seguro que sí, porque es perfectamente lógico comprobar que la recaudación mundial de las cintas PG-13 es mayor que todas las demás calificaciones juntas. Y eso sabiendo que apenas el 17% de los filmes estrenados fueron PG-13. Claro que el presupuesto de las películas PG-13 también es mucho mayor que el de las demás; y teniendo en cuenta que más del 35% de esos presupuestos se destinan exclusivamente a publicidad y marketing –una media de 25 millones de dólares que puede alcanzar hasta los 100 millones para los blockbusters-, entonces las piezas parecen encajar suavemente.
Se diría que los exhibidores trabajan en connivencia con los grandes estudios. Porque, de hecho, es así. Por encima de la MPAA Rating Board solo hay una instancia: el tribunal de apelación. Y resulta que este tribunal no está compuesto por personas anónimas, sino por representantes directos de los grandes estudios, de las principales cadenas de exhibición y, agárrense, un miembro de la Confederación Americana de Obispos Católicos y otro del Consejo Nacional de Iglesias Protestantes. ¿Quién va a pensar en los niños? Pues estos señores.
La MPAA modela la estructura de pensamiento occidental.
“No intentamos fijar unos estándares, tan solo reflejamos los que existen” afirma Kori Bernards, vicepresidenta de publicidad de la MPAA. Quizá tiene razón y las calificaciones están retroalimentadas por la sociedad, pero quizá lo que sean es un reflejo de los prejuicios de las personas que realmente tiene la responsabilidad de emitirlas. El caso es que, como se demuestra en el documental de Kirby Dick, la MPAA es mucho más tolerante con la violencia aséptica que con la violencia real. Es mucho más tolerante con cualquier tipo de violencia que con las palabras malsonantes o el sexo. Es mucho más tolerante con el sexo heterosexual que con el sexo homosexual.
Así, las productoras acaban adaptando sus filmes a estas reglas con el único objetivo de conseguir la PG-13; sobre todo las que no pertenecen a los grandes estudios. Y el resultado es que la narrativa cinematográfica norteamericana y, por extensión, la mundial pertenece a un universo estilizado y prefijado para el consumo de la población adolescente. Al fin y al cabo, la calificación PG-13 se creó en 1984 por las presiones de Paramount para que Indiana Jones y el templo maldito no recibiese la temida R. Steven Spielberg y George Lucas sabían muy bien lo que hacían porque ellos fueron principales responsables de la colonización de la franja adolescente. Porque sabían que el dinero ya no estaba en los espectadores de 30 años sino en los de 15. A veces se habla de la infantilización del cine, pero en realidad habría que hablar de su hipercomercialización.
Podríamos decir que esta situación solo afecta al cine americano, pero la influencia de éste es decisiva en el panorama global; el cine se termina construyendo como se construye el cine americano. Podríamos decir que esta situación solo afecta al cine y no al resto de productos culturales, pero el cine es la industria narrativa más importante de Occidente y su dominio sobre las demás formas culturales es prácticamente incontestable. En un mundo donde existe Juego de Tronos, Mad Men, The Wire o Los Soprano, las series con mayor audiencia son Friends, Cheers, Seinfeld o Cómo conocí a vuestra madre. Podemos afirmar que los espectadores son lo suficientemente inteligentes como para elegir los contenidos que le interesan, pero ¿cómo van a ver una película o una serie o leer un libro al que no tienen acceso porque no la proyectan o no la emiten o no lo publican o ni siquiera lo han escrito? Miren las listas de libros o discos más vendidos y comprobarán que la cultura de masas tiene miedo a no salirse de los márgenes. Podemos decir que nosotros somos distintos, que somos una élite, que somos un precioso y único copo de nieve. Pero no lo somos. Por mucho que decidamos colocarnos fuera de esos márgenes, no somos completamente impermeables a la exposición cultural masiva.
Y lo que es más decisivo, como el cerebro humano necesita el lenguaje para pensar, y el lenguaje se estructura mediante narrativa, al final fabricamos nuestro pensamiento conforme a la narrativa a la que estamos mayoritariamente expuestos. Y así, terminamos por construir un mundo donde los filetes nacen de las bandejas de corcho blanco porque no somos capaces de aceptar la muerte del animal. La queremos aséptica, la queremos sin sangre, la queremos lejos, en otro lugar, realizada por máquinas. Un mundo donde podemos ver 255 personas perdiendo la vida porque están al otro lado de una mira telescópica. Un mundo donde el único sexo aceptable es el heterosexual. En definitiva, un mundo que no puede tolerar la visión, durante 8 décimas de segundo, de la inocente e infantil caricatura de un cuerpo desnudo.
Hace apenas unas semanas, Nickelodeon, cadena de televisión americana especializada en contenido infantil, retiró de sus emisiones un episodio de Oggy and the Cockroaches, teleserie animada de humor que cuenta las aventuras de un gato azul que vive en un piso con tres cucarachas. El motivo de...
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Pedro Torrijos
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