La ciudad media
Tras la pista de Cervantes en Alcalá de Henares
Esperanza Moreno 9/04/2015
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Novelesca, muy novelesca. Como una obra salida de sus manos. La vida de Cervantes tiene mucho de la de sus personajes: galateas y gitanillas, rinconetes y cortadillos, licenciados, amantes liberales e indianos celosos. Pero, sobre todo, mucho de Quijote. Siguiendo sus andanzas se podría trazar una ruta, mejor aún si fuera a caballo, de kilómetros y kilómetros. Sus pasos llevarían hasta Argamasilla de Alba, el más probable lugar “de cuyo nombre no quiero acordarme”; y también a El Toboso, a Esquivias, Sevilla, Toledo, Valladolid… hasta llegar al Barrio de las Letras de Madrid, donde se escribe el último de los capítulos de esta novelesca historia. Es aquí donde se encuentra el convento de las Trinitarias, en cuya cripta, como se intuía y ahora parece más verosímil, pueden reposar sus restos.
Pero en este itinerario, como en toda vida, habría que empezar por el principio. Y en el principio de Cervantes fue… Alcalá de Henares, la ciudad en la que nació aquel 29 de septiembre de 1547 ese “manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, el regocijo de las musas”, y la misma en la que también lo hizo Galatea, la protagonista de su primera novela: "En las riberas del famoso Henares, que al vuestro dorado Tajo, hermosísimas pastoras, da siempre fresco y agradable tributo, fui yo nascida y criada, y no en tan baja fortuna que me tuviese por la peor de mi aldea”.
Es a Alcalá a donde hay que ir en su busca, porque aquí su nombre sigue muy vivo. Se le recuerda en el Abril de Cervantes, un mes en su honor que llena la ciudad de eventos culturales; en las Jornadas Gastronómicas Cervantinas, en la Semana Cervantina… y en cada uno de los rincones de esta ciudad del saber.
Para que fuera perfecto, a Alcalá habría que llegar, en primavera y otoño, en el Tren de Cervantes y meterse en harina empapándose en un ‘animado’ viaje de las historias que relatan un curioso grupo de viajeros recién llegados del Siglo de Oro. Puestos ya los pies en tierra firme, lo que toca es ir en busca de los lugares cervantinos, que son muchos, aunque no hay pérdida, porque la mayoría se concentran en el cogollo que se extiende desde la plaza de Cervantes hasta la de los Santos Niños, en la que se levanta la catedral, y que la Unesco ha tenido a bien declarar Patrimonio de la Humanidad.
Encontrar el primero de los hitos del itinerario no es fácil, es facilísimo. La casa en la que nació Cervantes se ve a la primera. Está en la calle más viva y transitada de Alcalá, la porticada calle Mayor, donde los alcalaínos fomentan el hábito del paseo, las compras y el placer de sentarse en una terracita a disfrutar de la vida y de las tapas, que en esta ciudad tienen merecida fama. Y además, tiene pista: delante de la vivienda esperan sentados Don Quijote y Sancho Panza, siempre dispuestos a posar para un selfie.
Cruzado el umbral, el Museo Casa Natal recrea la vida de una familia acomodada del siglo XVI, con un pequeño jardín, un patio central con columnas y sus dos plantas, en la que se reparten las estancias. De abajo arriba, se pasa por las estancias comunes, el comedor, la cocina, la sala donde las damas se reunían a las labores de aguja y también a charlar o rezar, otra donde el padre del escritor, un “zurujano sangrador” —un oficio a medio camino entre barbero y médico— de nombre Rodrigo atendía a sus pacientes; mientras la superior está reservada a la vida privada, con las alcobas, una sala dedicada al Retablo de Maese Pedro, que recrea un episodio del Quijote, y otras que acogen una exposición de obras de Cervantes en numerosas lenguas.
A ambos lados de la casa de Cervantes quedan el Hospital de Antezana, una institución para pobres en funcionamiento desde el siglo XV donde trabajó Rodrigo de Cervantes; y, en la esquina con la calle Imagen, la placa que recuerda que ahí estaba la casa de la Calzonera, que fue propiedad también de la familia del escritor. No hay que irse muy lejos para toparse con otro lugar cervantino, porque dos pasos más allá, frente a la vivienda de otro alcalaíno de renombre, Manuel Azaña, está el convento de las Carmelitas Descalzas de la Imagen, en el que Luisa de Cervantes –hermana del escritor– ejerció como priora y también murió.
Calle Mayor abajo se llega a la plaza que Alcalá dedica a Cervantes. Todo pasa por ella. Y él, desde su pedestal, en el mismo centro, es testigo de todo. Aquí está, bajo sus soportales, el Corral de Comedias más antiguo de Europa, en el que se llevaron a escena varias de las comedias que Miguel de Cervantes escribió a partir de 1585. Y también los restos de la parroquia de Santa María, en la que el escritor recibió las aguas bautismales, de la que solo se conserva la torre y las capillas de Antezana y Oidor, que en la actualidad acogen el centro de interpretación Los Universos de Cervantes.
De la plaza también parte la calle Libreros, la que en otro tiempo concentraba librerías e imprentas y en cuyo número 9 vio la luz en 1585 la primera gran novela de Cervantes, La Galatea. Y el callejón de Santa María, donde en el Antiguo Colegio de la Madre de Dios de los Teólogos (actual colegio de Arquitectos), estaba ubicada la Fe de Erratas por la que pasó El Quijote. Y también la calleja que lleva a la Universidad Cisneriana, donde cada 23 de abril, Día Internacional del Libro, resuena en su paraninfo el nombre del escritor más insigne de las letras castellanas.
Acabado el periplo por la ciudad complutense solo queda echar mano de los consejos de Cervantes y seguir nuestras andanzas porque “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Y en esas seguimos…
Novelesca, muy novelesca. Como una obra salida de sus manos. La vida de Cervantes tiene mucho de la de sus personajes: galateas y gitanillas, rinconetes y cortadillos, licenciados, amantes liberales e indianos celosos. Pero, sobre todo, mucho de Quijote. Siguiendo sus andanzas se podría trazar una...
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Esperanza Moreno
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