Cuándo será lunes
Juan Tallón 9/04/2015
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Harold Brodkey era un novelista que, cuando escribía, siempre iba de aventura, con lo que llevase encima, sin un plan inicial. No soportaba trabajar con demasiadas certezas. Esa vocación quiso trasladarla en cierta ocasión a una novela policial. Después de diez meses llegó a la página 600, y aún no había muerto nadie. Terrible. La mayoría de relatos policiales comienzan con una queja sobre el vacío de la vida, el detective arruinado y esperando a que ocurra algo. “Eso es lo que debería haber hecho. En vez de eso lo hice a mi manera, que no funcionó”. Pero siguió escribiendo siempre de esa manera. Porque un día había resuelto que sería esa clase de escritor.
En general, a una mayoría del público le causan admiración los escritores que pasan varios años documentándose para una novela y pergeñan una compleja trama de personajes con una historia increíble detrás. Cada uno es cada uno. A mí me fascinan esos otros que no se documentan en absoluto, y escriben la novela con lo que tienen en el bolsillo. A veces sólo son unas llaves de casa, tres euros con cincuenta céntimos y un mechero que no enciende. Ya sólo el mechero sin gas serviría para titular el libro. Un buen título puede representar media novela. Enrique Vila-Matas, cuando en una entrevista un periodista se interesó por si estaba trabajando en alguna novela nueva, respondió: “De momento estoy escribiendo el título, nada más”.
Una tarde, hablando con César Aira, me dijo que en literatura basta “un hombre recluido en su casa y un tabique que separe su vida de la vivienda del vecino para escribir un gran libro”. Me pidió que me imaginase ejecutando un placer diario, como vaciar la lavadora, por ejemplo. “Pongamos que sales al balcón para tender la ropa, y escuchas a un vecino revelarle a otro que ha muerto alguien en el edificio de repente, aparentemente sano. Cuando acabase de colgar la colada”, concluyó César, “entraría en casa intrigado por saber quién sería el cadáver. Esa ignorancia, en términos narrativos, es más que suficiente para empezar a escribir”. Me hizo pensar. Y pensé en cuando Juan Benet aconsejaba “no ponerse a escribir si el resultado no es incierto”. Una vez que el autor de Volverás a Región estaba en un bar de Nueva York con Eduardo Mendoza, le dijo: “Hoy he escrito la primera página de una novela y no sé de qué se trata, pero sé que me espera un año de obsesión”. Es como si no le gustase hacer planes antes de morir.
Un misterio, como ese mechero que no enciende, y que sin embargo llevas contigo, es todo lo que precisas algunos días. Cuando algo se oculta es precisamente cuando se desvela la literatura, de ahí la suficiencia de las paredes para disponer de una historia que escribir. Un autor necesita, en líneas generales, una incógnita y un individuo, o un grupo de individuos, roído por ella. Tal vez, secundariamente, necesite whisky, y papel y, si es muy caprichoso, tabaco y algo de cocaína. Detallitos.
Las ideas simples, sin accesorios, a veces le persiguen a uno durante mucho tiempo. Horas, semanas, puede que años. En algunos casos, toda la vida. Me acuerdo de una tarde en que oí, en una redacción, una frase impenetrable que al instante supe que no pasaría en balde por mi vida. En el momento de escucharla advertí que me acompañaría mucho tiempo, y que tardaría años en descifrar. Eso si la descifraba. En un contexto que ya olvidé, uno de los compañeros que introducía la programación de televisión, dijo de pronto: “¿Cuándo será lunes para volver el domingo a misa?”. Se me grabó. Pasaron los días, vinieron las semanas… Ya transcurrieron seis años desde entonces. A veces creo que, por fin, agarré el significado con dos dedos. Pero sólo es un espejismo.
José Antonio Garriga Vela sostiene en Pacífico que los escritores “oyen el silencio, descubren lo invisible y después lo cuentan”. Ese es, en esencia, el mecanismo abstracto de la literatura. No hay nada más. Aunque eso es tanto como decir que detrás de un reloj no hay más que piezas metálicas y cierta continuidad de un tic tac. Todos sabemos que bajo esa apariencia monótona, diciendo todos los días lo mismo, se esconde un orden del tiempo del que los individuos nos dotamos para organizar la vida en relación a la muerte. En la misma medida, bajo la literatura bien y modestamente escrita, sin adornos exuberantes, sin historias rocambolescas, se esconde la conflictividad existencial del hombre. Pessoa lo expresaba de otro modo, cuando afirmaba que “hay poesía en esta mesa, y en este papel, y en este tintero; hay poesía en el ruido de los coches, en la calzada, en cada movimiento vulgar y ridículo de un obrero, que al otro lado de la calle pinta el cartel de una carnicería”. No es preciso tener asuntos más grandes que tratar.
Harold Brodkey era un novelista que, cuando escribía, siempre iba de aventura, con lo que llevase encima, sin un plan inicial. No soportaba trabajar con demasiadas certezas. Esa vocación quiso trasladarla en cierta ocasión a una novela policial. Después de diez meses llegó a la página 600, y aún no...
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Juan Tallón
Juan Tallón (Ourense, 1975) es periodista y escritor. En la actualidad colabora en El País, El Progreso, la Cadena Ser, Ctxt y Jot Down. Licenciado en filosofía por la Universidad de Santigo, es autor de las novela 'El váter de Onetti' (2013) y 'La pregunta perfecta' (2011). En el ámbito del ensayo, ha publicado 'Libros peligrosos' (2014) y 'Manual de fútbol' (2014).
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