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Conocí al granado y tortuoso Enrique Morente en su gran ascensión hacia la canción imposible. Traté con Mario Pacheco, madrileño de ‘nuevos medios’ y visionario de objetos musicales no identificados (hasta su reconocimiento), pero nunca tuve el honor de encontrarme con el gaditano ‘ensabicado’ (por Sabicas) Paco de Lucía. Sin embargo, le hice de mensajero en una ocasión en que llevé en mi antigua maleta de madera y cuero de color marrón su disco 12 Canciones de García Lorca para guitarra, donde el ‘maestro de las cuerdas líquidas’ --¡con 18 años! y junto a Ricardo Modrego-- interpretaba composiciones tradicionales de origen popular --tonadillas, bulerías, jaleos, seguidillas--, recopiladas por el universal poeta granadino. Era un disco de ejecución impecable y musicalmente grato que había seguido en mi discoteca a su primer vinilo doble, publicado a principios de los años 70: La Guitarra de Oro de Paco de Lucía, cuyos surcos, de cortada maestría, resonarían cientos de veces en el yunque martilleado de mis elípticas aurículas hasta llegar a mis ventrílocuos ventrículos, produciendo un placentero humor glorioso.
La raída maleta desembarcaría conmigo en la soleada isla griega de Hydra, donde Leonard Cohen habitaba en aquellos días de finales de 1980, “entre dos aguas,” me dijo sonriente. Yo le respondí con una mueca cuyos pliegues albergaban la alineación de los planetas en mi rostro. Era el día de Navidad cuando Leonard me abrió la puerta de su casa, enclavada en lo alto de un estrecho callejón pavimentado con enormes guijarros y sembrado de frescas heces de mulas. Me recibió con bata, barba cerrada de cuatro días y el rostro demacrado por la fiebre y el ayuno. Acababa de concluir una larga gira europea, y estaba agotado. Cuando puse el disco en sus manos --con el retrato de Lorca en su portada--, lo desenfundó inmediatamente, destapó su viejo tocadiscos monoaural, y nos sentamos a escuchar en un silencio de solemne pleitesía. Al término de los dos primeros temas, me preguntó con aire extrañado: “Pero ¿dónde está el cantante?”. Le expliqué que eran composiciones del repertorio tradicional español arregladas por su "compadre gitano", que Lorca también tocaba el piano, e incluso había acompañado a una cantante llamada La Argentinita, ante cuyo descubrimiento Cohen exclamó exaltado: “¡Bravo, Lorca!”. El poeta me confesó que era la primera vez que escuchaba “unas cuerdas de agua,” y que amaba la guitarra española sobre todas las cosas. Su composición favorita era el Concierto de Aranjuez del Maestro Rodrigo.
El poeta me confesó que era la primera vez que escuchaba “unas cuerdas de agua,” y que amaba la guitarra española sobre todas las cosas
Es cierto. Paco de Lucía nos demostró que podía andar como la luz sobre las aguas, y pasaría más tiempo en ellas que el propio Jesucristo –-que, por cierto, dicen que no se entretuvo mucho--. Paco rielaba deslizante y hondo, dejando una estela de notas danzarinas, y sus frágiles golpes a las cuerdas eran como cargas de profundidad intentando alcanzar de lleno el alma humana, provocando sismos íntimos. Su nailon fundido con el de otros maestros de la guitarra --John McLaughlin, Al Di Meola, Larry Coryell-- le había llevado hasta lejanos terrenos abismales donde ningún mortal se había atrevido pisar, articulando un plácido discurso penetrante en nuestros absortos corazones.
Morente me dijo una vez que Paco estaba en otra división. Fue en su casa, sobre El Rastro madrileño, en un tiempo que no volverá --el tiempo se lo llevó a la hora que no era--. Estábamos ultimando unas canciones de Leonard Cohen que iban a ser incluidas en su disco Omega. Lagartija Nick aún no había aparecido, y trabajábamos con Pepe Habichuela y Raúl Alcover: ‘Pequeño vals vienés’, ‘Manhattan’, el imponente, feroz y sereno ‘Aleluya’ y ‘Sacerdotes’, junto a otras composiciones que no acabarían de ver la luz: ‘Dama Errante’ --donde Morente había añadido un poema anónimo del Cancionero y Romancero Español de Dámaso Alonso--, ‘No hay cura para el amor’ --cuando llegaba el caso, Enrique siempre hacía el chiste de “ni hostias ni cura, el amor no necesita ningún cura”--; la rumba preciosista de ‘Oye, ésta no es manera de decir adiós’, y, sobre todo, un tema que a mí me resultaba muy interesante en clave flamenca: ‘Un cantaor debe morir’. Fue una pena que, por los malos consejos, Morente no quisiera sacarlo del sombrero.
El maestro guitarrista Cañizares, que participó activamente en Omega, especialmente en los arreglos musicales de ‘Manhattan’, tiene una curiosa opinión al respecto: “Enrique me llamó porque tenía un par de temas con los que no sabía qué hacer. Uno era ‘Niña ahogada en el pozo’, de Lorca. El otro era ‘Un cantaor debe morir’. Este tema era muy bonito y me extrañó mucho no encontrarlo en Omega. Me imagino que, quizá por el título, no quiso sacarlo a la luz. Y quizá también debido a la prudencia y respeto de Enrique hacia sus compañeros cantaores. Cuando lo escuchábamos, lógicamente nos reíamos, pero por el título, porque musicalmente no había ningún motivo”. Morente asintió: “Ahí Cañizares toca genialmente bien. Pero a todos los que les ponía el tema, la mezcla final, aquí en Madrid, se reían. Les hacía gracia eso de que ‘un cantaor debe morir’, y a mí eso me preocupó bastante y no lo puse. Es el juicio que se le hace a un cantaor. Cosa que, además, va muy conmigo, porque estuve muy tonto y muy torpe --por mis dudas, ya te digo; no es por modestia, te lo digo con sinceridad-- de no sacarlo. Y todavía me arrepiento. Pero ahí está. Está hecho”.
Omega es el perfecto encuentro poético-musical en Nueva York de dos de los más grandes poetas del siglo XX: Lorca y Cohen, compartiendo paisaje, vals y estigma. Omega es una apasionante explosión de poderío, capaz de cambiar el curso musical, no solo del flamenco, sino del Arte en mayúsculas, una alquimista jondura de nuevo cuño, visionario y transgresor. Sin embargo, y probablemente debido a su inabarcable maestría, el testigo de La Gran E Impersonal Voz Ungida De Las Tabernas no sería recogido por nadie (todavía) con la talla y personalidad camaleónica del Maestro Morente - preciso calco del alma universal del artista -, cuya milenaria oscuridad, anhelando terremotos, nos lanza contra las cuerdas de las perplejas ambigüedades del corazón, para poder respirar de nuevo el aire infantil, el Reino de la Pobreza, lejos del barro de la esperanza.
Morente también estuvo en uno de los conciertos de homenaje a Leonard Cohen --Acordes con Leonard Cohen (Discmedi)-- que produje en el verano de 2006. Fue en Lorca (Murcia). Aquel día, Enrique estaba en Madrid. A media tarde me llamó: “¿Cómo llego ahí?”, me preguntó. “No lo sé, Enrique. Me dijiste que no me preocupara”, le respondí. “Vale, cogeré el coche. ¿Qué guitarristas tienes?”. “Tengo a Raúl Rodríguez, Toti Soler y Charlie Cepeda”,le dije. “Vale, lo haré con Raúl”. “¿Qué tema vas a hacer, Enrique?” le pregunté. “Sacerdotes”, me contestó. Llegó con el tiempo justo, apenas media hora antes de su pase, escoltado por un coche de la policía municipal que le había abierto paso hasta el castillo. Raúl, que no conocía ‘Sacerdotes’, llamó a su madre, Martirio, para que le pusiera al teléfono el tema en cuestión. Minutos después, Morente y Raúl, acompañados por Son de la Frontera, subían al escenario para bordar el final del concierto con broche majestuoso, improvisado a flor de piel.
Omega es el perfecto encuentro poético-musical en Nueva York de dos de los más grandes poetas del siglo XX: Lorca y Cohen, compartiendo paisaje, vals y estigma
Tras la publicación de Acordes con Leonard Cohen, pensé en rescatar algunos temas de flamenco interpretados a lo largo de la gira y que habían sido descartados para el disco por no adecuarse al sonido del concierto celebrado en el Teatre Auditori de Sant Cugat (Barcelona) --que sería finalmente utilizado en su integridad para el álbum--. Tenía la canción de Morente en Lorca (‘Sacerdotes’), junto a la maqueta de los temas que no habían aparecido en Omega: “Un cantaor debe morir”, “Dama errante”, etcétera, la iconoclasta versión de “I Tried To Leave You’ (‘Yo quise dejarte’) que compuso Son de la Frontera --John Cale llegó a preguntarme: “¿Pero qué canción de Cohen es ésta?”--. de Mayte Martín ‘Oye, esta no es manera de decir adiós’, el 'Pájaro En El Cable’ de Kiko Veneno, y ‘No hay cura para el Amor’” de Pasión Vega, junto a los temas de Duquende -‘Mi gitana’- y Toti Soler - ‘Susana’-, que sí habían aparecido en Acordes.
De modo que me reuní con Mario Pacheco en Barcelona para proponerle que hiciéramos un disco titulado Cohen Flamenco con ese material. Desgraciadamente, Mario estaba ya muy delicado, y pocos meses después me enteré de su fallecimiento. Aún sigo pensando en ese proyecto, con la esperanza de que María (la hija de Mario, que ahora lleva las riendas de Nuevos Medios) lo haga realidad algún día.
Mario, alimentando el ‘nuevo flamenco’ en los estrictos confines de la dignidad y la belleza. Enrique, cantando a la luz como un gallo ciego. Paco, llorando con su guitarra por cosas lejanas. Tres duendes.
Alberto Manzano es autor de Leonard Cohen. La biografía, y de Palabras, poemas y recuerdos de Leonard Cohen (Alfabia), entre otros libros.
Conocí al granado y tortuoso Enrique Morente en su gran ascensión hacia la canción imposible. Traté con Mario Pacheco, madrileño de ‘nuevos medios’ y visionario de objetos musicales no identificados (hasta su reconocimiento), pero nunca tuve el honor de encontrarme con el gaditano ‘ensabicado’ (por Sabicas) Paco...
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Alberto Manzano
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