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Las vidas de algunas personas, contra todo pronóstico, son como se supone que deben ser. Siguen el rumbo normal de los acontecimientos, sin bruscos virajes ni aterrizajes forzosos, deslizándose con suavidad en línea recta como un avión de papel mecido por un aire en calma.
La de Albert Rivera es una de ellas. En progresión lógica se licenció en Derecho, hizo un máster en Derecho Constitucional, encontró trabajo en La Caixa, coqueteó con las Nuevas Generaciones del Partido Popular, ascendió a letrado de la asesoría jurídica de la caja de ahorros y dio el salto definitivo a la política en Ciudadanos. Sota, caballo y rey.
Cuando las cosas salen así uno tiende a pensar que el azar ha jugado a favor. Quizá no aquel azar que Borges relacionaba con la compleja maquinaria de la causalidad, pero sí el mismo al que temen Arturo Belano y Ulises Lima, trasuntos de Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro en Los detectives salvajes, al comprender que "solo los más astutos iban a mantenerse a flote un poco más de tiempo". No iban desencaminados.
La idea de Rivera como un tipo con suerte cobra fuerza al descubrir que el criterio elegido para liderar Ciudadanos fue el alfabético. Había varios candidatos posibles, pero él se llamaba Albert. Y a pesar de lo arriesgado del método, no les salió mal del todo. De una elección aleatoria, basada en la inicial del nombre de los miembros que integraban una lista, podía haber resultado un presidente torpe o poco elocuente. Un líder sin carisma incapaz de convencer a propios y extraños. Alguien como Rajoy o Rubalcaba. Sin embargo, la suerte de Albert Rivera volvió a entrar en juego y el partido encontró a un caudillo ágil en el debate, con dotes comunicativas y capacidad de liderazgo. Un animal político al que el propio Pablo Iglesias calificó como "un crack" al reconocer que no fue capaz ni de rozarlo durante una entrevista, a pesar de sus tablas. La suerte de Ciudadanos lanzando esa moneda al aire fue mucha. Pero si alguien mantuvo su buena fortuna dando un paso de gigante en su carrera, fue Albert.
Sin embargo, como José Luis Cuerda me dijo una vez, el mercado se induce. Y los juegos de azar, también. Por eso el éxito de Rivera se explica mejor al entender que jugaba con varias barajas. Ciudadanos acababa de nacer y en su congreso fundacional, celebrado en Bellaterra los días 8 y 9 de julio de 2006 -no entiendo el empeño por comparar su trayectoria con la de Podemos-, era obligatorio nombrar a un presidente. En la formación destacaban dos grupos, con Teresa Giménez Barbat y José Domingo a la cabeza, y Albert había pactado con los primeros que él sería secretario general si Giménez Barbat ganaba y con los segundos que sería portavoz del partido en caso de que venciese Domingo. Imposible perder. El día 9 todavía no se había llegado a un acuerdo, por lo que se decidió crear una lista alternativa de quince miembros en la que, cómo no, también figuraba Albert. Urgía decidir quién ocuparía el cargo de presidente y quién el de secretario general, y una vez desaconsejado el criterio alfabético basado en apellidos porque el resultado no agradaba, la lista se ordenó en función del nombre, obrándose el milagro: Albert Rivera se convertía en presidente de Ciudadanos y Antonio Robles en su secretario general.
Albert Boadella, uno de los denominados "intelectuales" que junto a Arcadi Espada, Iván Tubau, Félix de Azúa o la propia Teresa Giménez Barbat había fundado la plataforma Ciutadans de Catalunya, embrión de Ciudadanos, criticaba en su blog en 2009 a Albert Rivera como presidente del partido acusándole de carecer de gallardía y lucidez para romper la baraja, al tiempo que, por oposición, ensalzaba la figura de Rosa Díez como portavoz de UPyD. Desconocía entonces Boadella que Rivera terminaría revelándose como un líder sólido, pero como contestó el padre de Leonard Bernstein cuando le preguntaron cómo pudo haberse negado a pagar las clases de piano de su hijo, él no podía saber que su hijo iba a ser Leonard Bernstein. En su artículo, Boadella lamentaba que Ciudadanos se hubiese inventado un líder a partir de una lista donde "la singularidad o la artimaña" hizo prevalecer el nombre sobre el apellido en la elección. Y añadía: "Si Rivera en vez de llamarse Albert se hubiera llamado Xavier hoy no lo conocería nadie".
Escribe Roberto Bolaño: "Supe entonces, con humildad, con perplejidad, en un arranque de mexicanidad absoluta, que estábamos gobernados por el azar y que en esa tormenta todos nos ahogaríamos, y supe que sólo los más astutos, no yo ciertamente, iban a mantenerse a flote un poco más de tiempo". Viendo los recursos de Rivera para que el azar se ponga de su lado, algo me dice que Boadella se equivocaba. Aunque Albert se llamase Xavier.
Las vidas de algunas personas, contra todo pronóstico, son como se supone que deben ser. Siguen el rumbo normal de los acontecimientos, sin bruscos virajes ni aterrizajes forzosos, deslizándose con suavidad en línea recta como un avión de papel mecido por un aire en calma.
La de Albert...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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