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Hizo siempre lo que le dio la gana, así labró su leyenda. Siendo adolescente, Frida Kahlo se vistió de hombre desafiando a su entorno con su bisexualidad precoz. Mientras las mujeres se subían el largo de las faldas, ella se lo bajaba vestida como una india Tehuana. Lucía sin complejos un incipiente bigote y era cejijunta. En plena apoteosis de los grandes murales mexicanos, épicos y reivindicativos, ella pintaba pequeños cuadros, intimistas y personales. Tuvo todos los amantes que quiso (Trotski, el fotógrafo Nicholas Murray, la pintora Georgia O´Keeffe, el escultor Isamu Noguchi, la cantante Chavela Vargas, entre otros muchos) pero se enamoró y se casó con uno solo, Diego Rivera. Se paseaba desnuda mientras impartía clase a sus alumnos en el jardín de su casa azul. En una cena desafió el antisemitismo del magnate Henry Ford, padre del mecenas de Rivera, preguntándole si era judío. Procuró hacer siempre todo aquello que su debilitada salud le impedía hacer; en su última y única exposición en México, desencajada por el dolor, se saltó la prohibición de su médico y acudió a la sala en camilla. Su imagen y su personalidad permanecen tan imborrables en nuestra mente como su obra: estuvieron a la altura de su arte.
“Sufrí dos accidentes: el primero, cuando me atropelló un tranvía; el otro fue Diego”, contaba la artista. A los seis años contrajo la polio que le dejó la pierna derecha inútil y coja de por vida (en la actualidad se baraja también la hipótesis de que padeciese de espina bífida). A los 18 años sufrió un terrible accidente. Viajaba en un autobús cuando este fue embestido por un tranvía. El pasamanos traspasó el lado izquierdo del cuerpo de Kahlo y salió por su vagina. Padeció las consecuencias durante el resto de su vida; se sometió a 32 operaciones y le amputaron una pierna poco antes de morir. Su otro accidente, Diego, la mortificó sin cesar con sus infidelidades y egoísmo.
Así, los límites se los marcaron la salud y el amor, pero consiguió volcar la parte amarga de la vida en su pintura para luego vivir con alegría. Decidió tapar sus cicatrices, tanto las reales como las vitales, y dar vida a su cuerpo dañado a través de coloridas y suntuosas telas, llamativas joyas y otros adornos. Afianzó su fuerte personalidad a través de su forma de vestir y de acicalarse, y con ello era capaz de acentuar tanto sus atributos femeninos como los masculinos de una manera sorprendentemente armoniosa (la dualidad siempre estuvo presente en la pintora). Sus ropajes indígenas, que muchas veces ella misma diseñaba o personalizaba, eran una demostración más de su desdén por la uniformidad de la moda occidental y una forma de reivindicar su sentido de la identidad.
Afirmaba que pintaba para sí misma, de manera que nunca le importó que durante su vida su pintura permaneciera en parte oscurecida, pero quizás no hubiese soportado que su persona pasase desapercibida. Acostumbrada a sorprender con su presencia allá donde fuera, en México, en San Francisco, en Nueva York o en París, su singularidad y magnetismo dejaban huella. Fue una de las mujeres más retratadas de la época, de la que se conocen más de 2.000 imágenes. Ya en 1937, Toni Frissell la retrató para la portada de Vogue y desde entonces no ha dejado de ser fuente de inspiración para el mundo de la moda (Elsa Schiaparelli, Alexander McQueen, Comme des garçons, Riccardo Tisci de Givenchy y Jean-Paul Gaultier se han inspìrado en ella).
En 2004, la artista Ishiuchi Miyako, una de las grandes referencias de la fotografía japonesa actual, recibió el encargo, por parte del Gobierno mexicano, de fotografiar parte de los objetos personales de Frida Kahlo, que habían permanecido ocultos desde hacía 50 años. Gran parte de la obra de Miyako, cuyos estudios universitarios se centraron en la rama textil, es fruto de su obsesión con el rastro que dejamos los seres humanos tanto como individuos como sociedad. En su serie ‘Mother’, fotografió los artículos personales de su madre y más tarde realizó una inquietante serie sobre la ropa y los objetos encontrados de las víctimas de Hiroshima. Ella misma ha manifestado su afición por fotografiar lo que denomina “cicatrices”: "Son acontecimientos visibles, registrados en el pasado. Tanto las cicatrices como las fotografías son la manifestación de dolor por las muchas cosas que no se pueden recuperar y del amor a la vida como un recordado presente”, dice la fotógrafa. Qué mejor oportunidad que fotografiar las “cicatrices” de una de las mujeres más fascinantes del siglo XX con una tempestuosa vida emocional. Sus fotografías de los objetos personales de la pintora mexicana se exhiben ahora en la Michael Hoppen Gallery londinense hasta el 12 de julio bajo el título de Frida by Ishiuchi Miyako.
Los objetos fotografiados se encontraban en ‘La Casa Azul’ de Coyoacán, Ciudad de México, hoy en día Museo de Frida Kahlo, el lugar donde nació y murió la artista (1907-1954). A su muerte, Diego Rivera decidió esconder bajo llave parte de las pertenencias de la pintora, en un pequeño baño cercano al dormitorio de la artista, con el fin de preservar la intimidad de ambos. Rivera falleció en 1957 y dejó escrito en su testamento que debían pasar 15 años antes de que los objetos guardados fueran mostrados al público. Sería la coleccionista de arte Dolores Olmedo, musa de Rivera, y por tanto rival de Frida, la encargada de velar el deseo del artista. Esta murió en 2002, sin que los objetos salieran de nuevo a la luz. Hubo que esperar a 2004 para que esto ocurriera.
Entre los miles de documentos, fotografías, decenas de dibujos y su correspondencia se encontraban las 300 ‘reliquias’ que Ishiuchi Miyako tuvo la oportunidad de fotografiar: accesorios, vestidos, joyas, zapatos, bañadores, aparatos ortopédicos y corsés de yeso pintados cubiertos por el polvo y la humedad de medio siglo traían de nuevo a la escena trozos de la vida de esta mujer que es ya una imagen de culto. “Si tuviera la oportunidad de conocerla, no le preguntaría nada”, dice Miyako, “simplemente querría observarla y tocar su cuerpo”.
El descubrimiento de los objetos personales de Frida Kahlo supuso una nueva oportunidad de acercarse a la figura de esta artista plagada de leyendas y enigmas. Pero su espíritu rebelde y vivaz seguirá desafiando a toda una legión de especialistas empeñados en desentrañar los misterios de una mujer que escapó siempre a cualquier tipo de intento de catalogación o cliché. “Pies, ¿para qué os quiero si tengo alas para volar?", escribió.
Hizo siempre lo que le dio la gana, así labró su leyenda. Siendo adolescente, Frida Kahlo se vistió de hombre desafiando a su entorno con su bisexualidad precoz. Mientras las mujeres se subían el largo de las faldas, ella se lo bajaba vestida como una india Tehuana. Lucía sin complejos un incipiente bigote y era...
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