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La elección como obispo de Roma del cardenal-arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, ha trazado un nuevo mapa en la geografía eclesial. Si Juan Pablo II contribuyó al derribo del muro Este-Oeste en Europa, el papa Francisco ha abierto el camino para derrumbar otro muro más fuerte, el que separa el eje Norte-Sur. América Latina, tierra con el mayor porcentaje de católicos, ha pasado a ser punto destacado de la nueva cartografía. El nuevo Papa ha hecho sonar las alarmas de quienes, montados en el caballo del ultracatolicismo, ejercen una oposición larvada y silenciosa.
El pasado 23 de mayo el Papa dio un paso tan importante como necesario, incluyendo en la lista de santos (la proclamación como beato es el paso previo) a Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador, nacido en Ciudad Barrios en 1917 y abatido a tiros en la tarde del 24 de marzo de 1980, cuando celebraba la Eucaristía. Un disparo de un francotirador impactó en su corazón. La muerte le venía pisando los talones. Un día manifestó: "He estado amenazado de muerte frecuentemente. He de decirles que como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño". Y la amenaza se hizo realidad.
En su última homilía se mostró enérgico y contundente: "Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: No matar. ( …) La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada (…) En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno: cese la represión" .
El Papa Francisco, buen conocedor de los latidos de las iglesias latinoamericanas, asumiendo los desafíos del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en Aparecida (Brasil) estuvo presente con una carta (las beatificaciones se hacen en las iglesias locales y las canonizaciones en Roma). En ella decía: "Él supo ver y experimentó en su propia carne el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás". Y, con corazón de padre, se preocupó de "las mayorías pobres", pidiendo a los poderosos que convirtiesen "las armas en hoces para el trabajo".
Pero a los obispos españoles, unos con agrado y otros con disimulado malestar, no pareció interesarles el evento y, respondiendo a la invitación, se excusaron por razones de agenda. No les valió el aliento del Papa ni el malestar del nuncio, Renzo Fratini. Bien es verdad que enviaron un representante cualificado, el Secretario General del colectivo episcopal, el sacerdote José María Gil Tamayo. Sin embargo, y alabando este gesto del sacerdote pacense y su hábil y eficaz gestión del mundo mediático, la ausencia de prelados españoles fue llamativa y significativa. Escenificaron el escaso interés por cruzar el Atlántico el 23 de mayo.
Y más aún. Si su ausencia ha sido acusada es por esa amnesia que ronda por doquier. España ha venido siendo, no solo el "laboratorio del laicismo", al que se refería Benedicto XVI, sino fundamentalmente puente y enlace entre Europa y América Latina. Una larga historia de colaboración, de intercambios. Muchos obispos de aquellas latitudes estudiaron en universidades españolas y España, pese a la escasez de clero, sigue presente en una valiente pléyade de misioneros. Hace unos años, el gobierno español pidió a la Iglesia que alentara la apertura de Cuba, además de otras muchas actuaciones. España no podía estar ausente, de forma significativa, en la celebración. El error ha sido bien señalado por observadores de una y otra parte.
"No hay que crearse fantasmas diciendo que Rouco Varela llamara a varios prelados de su cuerda pidiéndoles que no asistieran".
No creo que haya que buscar culpables, ni crearse fantasmas diciendo que el cardenal-arzobispo emérito de Madrid, Rouco Varela llamara a varios prelados de su cuerda pidiéndoles que no asistieran. Los obispos españoles ahora, no antes, han vuelto la espalda a quien tanto tiempo votaron y mantuvieron como presidente de la Conferencia Episcopal Española. Tampoco creo que se trate de una postura ideológica. Muchos se han vuelto, cosa normal en este país, "más papistas que el papa". No hay homilía, carta pastoral o conferencia en la que no se cite, hasta el abuso, el estilo y las palabras de Francisco. Términos como relativismo y laicismo han sido cambiados por periferias, pobres y misericordia.
Tampoco creo que la ausencia se deba a razones de agenda. Sabemos todos lo ágiles que son a veces en cambiarlas. Creo que la razón es, en el fondo más que en las forma, aún más grave. El desinterés, las viejas precauciones ante la Teología de la Liberación, el miedo a la politización de la ceremonia, la falta de tacto para mirar con ojos nuevos esa universalidad de la comunión eclesial, una de las notas esenciales de la misma Iglesia, "católica", es decir, universal. En esta sociedad líquida, también la Iglesia se ha dejado llevar por el "fast" de una sociedad del deslizamiento.
Y por último hay algo que está en el subconsciente del colectivo eclesial, que en su gran mayoría, deben la mitra al tándem de papas Wojtyla-Ratzinger, dos caras de una misma moneda que han liderado a la Iglesia casi más de tres décadas, toda una generación. Bien es verdad que el papa emérito, Benedicto XVI, comentando el libro de Morozzo della Rocca Primero Dios: la vida de Óscar Romero, dijo que su lectura " fue clave para destrabar el proceso, pues demostró que los textos del arzobispo y su prédica estaban en plena consonancia con la doctrina católica"
Una de las consecuencias que la significativa ausencia de prelados españoles traerá será la sensación, en la opinión publica y publicada, de alineamiento con sectores de la derecha eclesial. Uno de estos grupos de ultracatólicos latinoamericanos dieron a conocer su oposición a la ceremonia. Una de sus plumas periodísticas, Germán Mazuelo-Leytón, escribió: "El anuncio de la beatificación del arzobispo Romero es inoportuno, porque queda claro, muy al margen de las virtudes y credenciales de santidad del candidato a los altares, que su figura es una bandera política antes que modelo espiritual (…) De llevarse a cabo la ceremonia de beatificación para el próximo 23 de mayo de 2015, se estaría dando una carta de naturalización católica a todos los grupos guerrilleros". Postura claramente demencial.
Es el olvido, el aislamiento, el estrecho sentido de la comunión eclesial, el abandono de viejas eclesiologías, la inteligente comprensión del nuevo estilo que en Roma se ha puesto en marcha. No hay más culpable de esta desagradable ausencia que la urgente necesidad de cambiar el paso, algo que en muchos sectores de la iglesia española está costando "sangre, sudor y lágrimas".
Acabo refiriéndome a una anécdota. A finales de 2013 visité a quien desde 1977 hasta 1979 fuera presidente del Congreso de los Diputados, Fernando Álvarez de Miranda. La visita era para pedirle escribiera una carta abierta al Papa Francisco para la sección "Cartas al Papa" que publicó durante un año el semanario de información religiosa Vida Nueva, del que fui director desde 2007 hasta 2014. Aceptó encantado la idea, especialmente porque fue embajador en El Salvador desde 1986 hasta 1989 y conoció el reguero de sangre de sacerdotes acribillados, entre ellos los jesuitas de la UCA y la sombra del asesinato de Romero.
La carta (Vida Nueva, número 2876), publicada con el resto en el libro Cartas al Papa Francisco (PPC. Madrid 2014) se titulaba "Una súplica por monseñor Romero". En ella, con lucidez, pese a su avanzada edad, y valentía, solo tenía una cosa que pedirle al papa: que "la iglesia haga justicia y pronto sea beatificado, como modelo de paz, justicia y reconciliación, al mártir Óscar Arnulfo Romero".
La elección como obispo de Roma del cardenal-arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, ha trazado un nuevo mapa en la geografía eclesial. Si Juan Pablo II contribuyó al derribo del muro Este-Oeste en Europa, el papa Francisco ha abierto el camino para derrumbar otro muro más fuerte, el que separa el eje...
Autor >
Juan Rubio Fernández
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