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Precisamente porque sólo creo en la lógica, no me cabe ninguna duda de que hay cosas que ésta no puede explicar. Lo contrario sería aceptar un mundo geométrico, sin pliegues indescifrables, en el que los desafíos a la razón fuesen sólo una cuestión de tiempo. No conozco una frase más triste en castellano que "todo tiene una explicación racional", ya que supone la renuncia a lo imposible. Y qué aburrida sería la vida sin actos de fe.
La fe consiste en creer en algo que no puede ser probado. En Solos de Clarín, Leopoldo Alas señala que el error de la fe reside en considerarla como la creencia en lo que no se ve, pero "como si lo hubiéramos visto". En efecto, no puede existir otra clase de fe que no sea la fe ciega, la convicción sin peros. De ahí que el adjetivo sea superfluo. En el caso de la fe religiosa, por ejemplo, yo, que la gran mayoría de los días soy ateo, no comprendo a quienes buscan pruebas de la existencia de su dios en antiguos sudarios y reliquias, sanaciones milagrosas o rebuscados planteamientos teológicos. Si sus creencias requieren de señales que las confirmen, entonces los suyos no son actos de fe. La Bruyère lo refleja muy bien en Les Caractères ou les Moeurs de ce siècle: "Siento que hay un dios, y jamás siento lo contrario; esto me basta para deducir que Dios existe". Yo podría decirlo al revés.
Para que intervenga la fe, la evidencia no debe hacerlo. Creer que tu hijo sacará buenas notas en los exámenes finales cuando durante el curso solo ha obtenido sobresalientes y siempre ha sido un magnífico estudiante no es tener tener fe en tu hijo. Es rendirte a la evidencia. Tuve una amiga que empezó a salir con el tipo más infiel que he conocido. Su fama de mujeriego lo precedía, pero a pesar de todo decidió iniciar una relación con él. Cierto día le pregunté si no le preocupaba que pudiese acostarse con otras mujeres cualquier sábado por la noche, y ella me contestó que tenía fe en él. Y de eso se trata. Qué mérito tendría dejarse caer hacia atrás cuando alguien te dice que te sujetará si has visto que lo ha hecho con otros veinte antes que tú. La fe consiste en haber visto cómo el muy cabrón se ha apartado las veinte veces y aun así cerrar los ojos y dejarte caer. Cuestión aparte es el hostiazo que te puedas pegar. Que se lo pregunten si no a mi amiga.
A veces, no obstante, el pensamiento racional propone posibles interpretaciones para aquello que no se puede explicar y de repente a la fe le entra una piedra en el zapato. Recuerdo un suceso ocurrido en Bélgica en 1990 en el que a lo largo de cinco meses hasta 13.500 personas declararon haber visto unos triángulos negros volando a baja altura y en completo silencio en diferentes zonas del país. Pronto los esclavos de la lógica desarrollaron teorías sobre pruebas militares de vuelo y determinados tipos de helicóptero, hasta que por fin surgió una tesis plausible: una intoxicación masiva por el consumo de patatas fritas con mayonesa. Ahí queda eso. A pesar de la evidente solidez de esta teoría, muchos siguieron pensando que se trataba de naves extraterrestres que estaban explorando el planeta. Porque la fe auténtica es aquella que sigue creyendo en lo imposible a pesar de que se hayan abierto caminos más fáciles.
La única forma de acabar con la fe, por tanto, es mediante la demostración empírica. Ya sea para bien, confirmando aquello en lo que se creía, ya sea para mal, probando el error. Y mientras eso no sucede, solo nos queda el optimismo. Por eso me han llamado la atención las muchas voces que desde el día de las elecciones municipales y autonómicas profetizan desesperanzadas el desastre de los pactos de gobierno. Felipe González lamentando que el PSOE llegue a acuerdos con los "monaguillos de Maduro", Mariano Rajoy calificando los pactos de "excéntricos y sectarios", Artur Mas hablando de la ruptura del voto soberanista... Fuerzas de la derecha y de la izquierda se quejan por barrios, allá donde los acuerdos no les benefician, de un panorama de inestabilidad que provocará que muchos ayuntamientos sean ingobernables. Ponen el foco en la inexperiencia de los nuevos gestores. Señalan la debilidad de los gobiernos nacidos de la alianza de demasiadas formaciones políticas. Si uno afina bien el oído hasta parece escucharse una voz en el viento: "Con nosotros vivíamos mejor".
No aventuremos acontecimientos. Veamos qué sucede. Y cuando suceda, opinemos todos sobre lo mal que ha ido o lo favorable que ha sido el cambio. Juzgar hoy lo que va a suceder en el futuro con los municipios donde hasta ahora siempre han gobernado los mismos y hacerlo en términos apocalípticos me parece, cuando menos, una temeridad. Quién sabe, a lo mejor no lo hacen tan mal. Mientras tanto, tengamos un poco de fe.
Precisamente porque sólo creo en la lógica, no me cabe ninguna duda de que hay cosas que ésta no puede explicar. Lo contrario sería aceptar un mundo geométrico, sin pliegues indescifrables, en el que los desafíos a la razón fuesen sólo una cuestión de tiempo. No conozco una frase más triste en...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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