El descontexto
La tijera y la mordaza
1/07/2015
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De todas las escenas que el franquismo podría haber arrasado de Bienvenido Mr. Marshall sólo desapareció una: la bandera americana agonizando en un triste regato que era lo más parecido a un río que tenía Villar del Campo. Se quedó Berlanga sin su plano nostálgico porque alguien en Cannes lo consideró antipatriótico. Aunque, sobre el papel, ya le habían negado a la señorita Eloísa un sueño feliz y lúbrico con los fornidos muchachos de un equipo de fútbol americano.
Así eran los Señores Censores. Porque los censores eran Señores. Vestidos de oscuro, con la cara avinagrada y la tijera muy evidente. Se cegaban por el impulso de las bajas pasiones --las suyas-- y cortaban allí donde su virilidad les indicaba. Contaban los directores de la época, medio en broma medio en serio, que escribían escenas trampa para que el Señor Censor picara. Una rodilla al aire o un beso sin matrimonio se colaban en el guión como víctima propiciatoria para salvar otras cosas. Como las fantasías de la pobre Elvira Quintillá esperando a Mr. Marshall en forma de quarterback. Obsesionado con los actos impuros, al Señor Censor se le escapó el resto del cuadro: el retrato vitriólico de una España de cartón que era feliz disfrazada.
Al fin y al cabo, en el juego de la censura, ganaba la inteligencia. Y quien era más listo podía convertir un plano en un caballo de Troya. Esconder un zarpazo al sistema en una novela, en un verso, en una obra de teatro. Los autores aprendieron que era mejor decir entre líneas que negro sobre blanco. Y soñaban con el día en el que la Democracia jubilaría al Señor Censor.
No podían imaginar que el Señor Censor, con su rotulador negro, dejaría paso a otra especie más sofisticada. Un diseccionador silencioso e implacable que se iría colando en todas las cosas y en todas las casas. Y en la placidez de aquella sociedad donde ya se podía decir todo, donde ya no importaba el largo de las faldas, aterrizó la corrección política para evitar que nos pasáramos. Pero como siempre, otros ponían la raya.
Al principio estaba bien. Se trataba de no herir al otro, de cuidar la lengua para que aunque fuera bífida no cortara. Y en el diccionario comenzaron a caer palabras en desgracia. Y lo de Blancanieves dejaron de ser enanos y desaparecieron de los recetarios los brazos de gitano y el negro quedó para el fondo de armario. Hasta que de pura rectitud, la corrección política se convirtió en una rígida fusta más expeditiva que la vieja tijera. Y se llevó por delante lo excesivo, lo sarcástico, lo esperpéntico, lo turbio, lo pecaminoso, lo quevediano.
Los fantasmas de los censores del franquismo celebraban en su paraíso de fotogramas guillotinados el nuevo invento importado de fuera. ¿Cómo no se nos ha ocurrido? ¿Cómo no caímos en que sería más fácil si les hacíamos creer que eran ellos los que tenían que cortarse? Y animados en aquelarre como de pintura negra invocaron una censura con la que ya no podría nadie. Una censura a la que la inteligencia no vencería. El caballo de Troya dentro del caballo de Troya. Una censura invisible y efectiva. Que estaría en todas partes.
Y llegaron los tiempos de la autocensura. Los tiempos de ahora. Los tiempos del neo-lenguaje. Esos en los que los muertitos de las guerras se empezaron a llamar daños colaterales. Y los despidos, ajustes. Y los ladrones, amnistiados fiscales. Esos en los que no basta el colmillo retorcido para romper la mordaza. La distopía perfecta en la que no hace falta que venga nadie de fuera a silenciarnos.
No sé por qué me ha venido esto a la cabeza cuando realmente quería hablar de la Ley Mordaza. Ésa que prohíbe protestar en sitios, subirse a sitios, gritar en sitios, sentarse en según qué sitios y perturbar la sacrosanta seguridad ciudadana. Ésa que celebran viendo mil veces Gilda los fantasmas erectos de los censores.
Será porque se empieza con la corrección política y se acaba así. Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit, sed do eiusmod tempor incididunt ut labore et dolore magna aliqua. Ut enim ad minim veniam, quis nostrud exercitation ullamco laboris nisi ut aliquip ex ea commodo conseqfuat. Duis aute irure dolor in reprehenderit in voluptate velit esse cillum dolore eu fugiat nulla pariatur. Excepteur sint occaecat cupidatat non proident, sunt in culpa qui officia deserunt mollit anim id est laborum. Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit, sed do eiusmod tempor incididunt ut labore et dolore magna aliqua. Ut enim ad minim veniam, quis nostrud exercitation ullamco laboris nisi ut aliquip ex ea commodo conseqfuat. Tachando. Por si acaso.
De todas las escenas que el franquismo podría haber arrasado de Bienvenido Mr. Marshall sólo desapareció una: la bandera americana agonizando en un triste regato que era lo más parecido a un río que tenía Villar del Campo. Se quedó Berlanga sin su plano nostálgico porque alguien en Cannes lo consideró...
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