Tradicionalmente el diseño y la publicidad han tenido como objeto hacer atractivo un producto sin que tenga el vendedor del producto que ponerse a explicar que el producto es atractivo. Tener que pararse a explicar esto supondría el inmediato cese del autor del logo o de la campaña publicitaria. En la política o en las pescaderías esto funciona de otra manera. El consumidor no se acaba de fiar y el político llega al punto de poner, junto al pescado recién mojado con la manguera, un cartel que dice: “Mira cómo brilla, eso es porque está fresco”, sin ni siquiera preocuparse de esconder la manguera, que sujeta en su mano a la vista del comprador, que ya sabe de qué va esto.

Ayer el PP presentaba su logo y Pablo Casado nos explicaba, manguera en mano junto al logo, lo que el logo había venido a decirnos. Queremos transmitir una imagen más fresca y moderna, más centrada, queremos transmitir diálogo con todos y que nos sentimos orgullosos de lo que somos y de lo que decimos, explicaba sin corbata, a juego con la nueva imagen fresca y moderna, el fresco y moderno Pablo Casado. Nos explicaba Casado el logo, no fuéramos a sacar interpretaciones erróneas. El círculo que encierra las siglas del PP no era una cárcel llena de corruptos, ni tampoco un “lo de dentro es España y lo de fuera del círculo es ETA”,  sino apertura y buen rollo. Las dos pes apretadas como ojos junto a la gaviota no deben llevarnos a pensar en la cara de Aznar con bigote en la frente, sino en cohesión y sencillez.

Meses después de que Rajoy achacara el descalabro electoral de las municipales y autonómicas a errores de comunicación, el partido presentaba un logo que se encargará de dialogar, un logo que practicará la modernidad, un logo que está orgulloso de ser el logo del PP. Un logo al que solo le falta hablar, como al pescado un viernes.