Apuntes de un viaje por los Balcanes
VI. Los países del sur: de Kosovo a Macedonia pasando por Albania
Felipe Nieto 15/07/2015
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Adentrarse por estos países procedente del norte significa retroceder en muchos aspectos, en el desarrollo económico –como se aprecia desde que uno contempla estos paisajes predominantemente montañosos con sistemas agropecuarios, salvo excepciones, muy poco modernizados–, en los niveles de vida y, lo que es más importante aunque no se perciba a primera vista, en el sistema político. Las transiciones a sistemas políticos de democracia parlamentaria en Albania y Macedonia están siendo difíciles, con avances y retrocesos, mientras que en Kosovo, independiente desde 2008, la construcción de un Estado democrático de derecho ha chocado desde el principio con un sinfín de dificultades, que hoy, siete años después, está muy lejos de superarse.
Los tres países disponen de un nuevo símbolo nacional compartido, la Madre Teresa de Calcuta, a la que, a su manera, los tres rinden culto público, en momentos como estos en que han desaparecido las grandes figuras, reales o en piedra y bronce de la época comunista, como mucho conservadas en las zonas traseras de los museos. Nacida en Skopje, la capital de Macedonia, de familia albanokosovar, son estos tres simples datos biográficos los que autorizan a los respectivos países a dedicarle plazas e inmortalizar su figura en efigie, incluso a difundir, como sucede en Skopje, por los muros y fachadas de muchos edificios públicos, sentencias atribuidas a la premio Nobel de la Paz, grabadas en placas broncíneas, en lengua macedonia e inglesa, la mayoría de ellas, dicho sea con todo respeto, pensamientos intrascendentes, cuando no ofensivos para el sentido común, como el que informa, según una de esas placas inserta en un poderoso arco de triunfo de construcción actual, que «el aborto es la mayor amenaza para la paz mundial».
El sur de los Balcanes tiene otros rasgos comunes más relevantes, empezando por lo escaso de su población. Albania, el más poblado, apenas supera los 3 millones. A cifras tan exiguas contribuyen en todos los países sus altas tasas migratorias. Los emigrantes conforman hoy una diáspora fértil, presente en numerosos países de Europa y América. Sus remesas son un alivio para sus familias y una fuente de ingresos para sus países. Comparten también los países del sur un desarrollo económico débil, bajos salarios –el salario medio se sitúa en torno a los 250 euros– y unas tasas elevadas de paro, juvenil en especial, es decir, una falta prolongada de perspectivas económicas y de otra índole que empuja a muchos a huir de sus países y al débil compromiso de sus ciudadanos con una situación que, 25 años después del fin del comunismo, sigue sin ser atractiva.
Los responsables políticos no solo no resuelven los problemas pendientes, sino que ellos mismos son parte central del problema por su venalidad, por la apropiación de los recursos públicos y por la creación de redes corruptas que penetran y se extienden por el tejido social y funcionan como entramados clientelares de reparto de prebendas o simples favores, al margen de toda norma jurídica. «Sin conocimientos (léase contactos) no se es nada», me dicen en Tirana y en Skopje. La alta abstención en las elecciones confirma el desinterés y la desconfianza ciudadana en sus políticos y en el sistema político en general, a lo que se añade la acusaciones recurrentes de fraude electoral y compra de votos, frecuentemente denunciadas pero difíciles de probar fehacientemente. Debe sumarse a todo ello la actuación de organizaciones criminales mundiales dedicadas a los más conocidos negocios ilícitos: el contrabando, el blanqueo de dinero, el tráfico de drogas –en tránsito desde Asia o de producción propia: recientemente se “descubrió” en el sur de Albania una enorme plantación de marihuana, al parecer muy conocida–, el tráfico de armas (quedan muchas armas almacenadas en los Balcanes) y el de seres humanos, sean mujeres forzadas a ejercer la prostitución, sean hombres introducidos ilegalmente en Europa. La cercanía de los criminales al poder y su capacidad para corromper a los mal pagados funcionarios de justicia hacen muy difícil la erradicación de este comercio que, además de los perjuicios económicos, causa anualmente numerosos crímenes y muertes violentas, la mayoría impunes.
Las instituciones internacionales que tutelan y orientan las transiciones de estos tres países condicionan las ayudas y los proyectos de integración en organismos internacionales a la reducción significativa de estas prácticas criminales, menos la OTAN, poco escrupulosa en estos menesteres. Por lo que hace a Kosovo y Albania, la impresión general es que se ha avanzado muy poco en esta vía, si es que no se ha retrocedido, como sostiene más de un experto.
Kosovo, país-Estado en construcción
Este pequeño estado de 11.000 km2 y menos de 2 millones de habitantes aparece a ojos del viajero como algo que aún está por hacer, incompleto se diría, no solo por lo desarreglado del campo y sus poblaciones, o por el aspecto exterior de Pristina, su capital, con un trazado desordenado de calles enrevesadas, construcciones inacabadas ya decrépitas y un tráfico caótico de personas y vehículos de todo tipo que no da tregua desde primeras horas del día, sino porque resulta imposible concebir que una construcción tan endeble pueda sustentar un Estado, por más que sea una criatura de menos de ocho años. Solo el gran bazar de herencia otomana, donde se muestran productos de hoy y reúne más vendedores que clientes, los minaretes de las mezquitas reconstruidas o los grandes edificios de fachadas relucientes para albergar ministerios y sedes de organismos internacionales parecen capaces de transmitir fragmentarias señales de la existencia de una cierta organización sociopolítica.
Delegaciones de organismos internacionales como la OSCE y organismos específicos como EULEX (European Union Rule Law Mission in Kosovo) se proponen que el nuevo estado kosovar esté bajo el imperio de la ley. Para ello organizan campañas con vistas a fomentar en la ciudadanía hábitos de convivencia pacífica entre las distintas comunidades nacionales, el respeto a las minorías, la igualdad de la mujer y la educación en los valores democráticos, proyectos que, me comenta una responsable española del programa, avanzan con lentitud extrema, como es fácil de constatar. Valga de ejemplo, informo a mi interlocutora, que a mí, apenas llegado a la ciudad, se me ha dicho más de una vez que «todos los serbios son criminales». Por desgracia, admite la experta que lleva más de cinco años trabajando en Pristina, esos juicios sumarios de la mayoría albanokosovar sobre la minoría serbia siguen siendo frecuentes. Ni siquiera han logrado impedir que hoy todavía coexistan dos sistemas de enseñanza para cada una de esas dos comunidades principales, empeñadas en vivir de espaldas entre sí. Y para confirmarlo no tengo más que desplazarme a Gračanica, a 15 minutos de taxi desde la capital, a una localidad nacida en torno a su admirable monasterio ortodoxo del siglo XIV. Entro en un mundo exclusivamente serbio, una isla, con el dinar como moneda, el alfabeto cirílico rotulando calles y negocios y las cúpulas de las iglesias ortodoxas como única referencia religiosa.
¿No sería más conveniente, pregunto un poco a lo Perogrullo a la responsable humanitaria de la OSCE, empezar por formar en los principios democráticos y el respeto a los derechos humanos a las autoridades políticas? Son ellos, reconoce, los que atizan los odios, los que mantienen los resentimientos mientras administran el país de forma corrupta, como es fama internacional. La actuación de EULEX en estos seis años también es sometida a crítica por no haber sabido atajar prácticas delictivas por muchos conocidas. En definitiva, no se puede decir que Kosovo viva hoy mejores momentos que cuando se declaró independiente. Su reconocimiento internacional pleno sigue en el alero. La viabilidad de este nuevo estado resulta tan problemática ahora como en los comienzos.
Albania, una transición inacabada
El país más pobre de Europa, muchos años maltratado por un partido comunista singularmente férreo y opresor, encuentra hoy dificultades notorias para abandonar los niveles de postración económica y social en que está sumido desde entonces, en buena parte por responsabilidad de sus nuevos gobernantes, llegados tardíamente, ya bien entrados los años 90 del siglo XX, al Estado pluripartidista y de economía de mercado del que no dudaron en adueñarse para su beneficio, el de las nuevas oligarquías y sus clientelas correspondientes.
La corrupción mina las instituciones políticas y la sociedad albanesa, me dice Mimoza Dhima, corresponsal de la agencia EFE en Tirana. El poder judicial que desempeñan funcionarios con salarios muy bajos para las cifras europeas es quizá el más corrompido. Por su parte, la ciudadanía hace lo propio a su manera. Son muchos los que rehúyen el pago de sus impuestos mientras que un 50%, se dice extraoficialmente, no paga la electricidad que consume. El sistema sanitario ha degenerado. Ahora la “mordida” se hace imprescindible para llegar a obtener una cama digna y medicinas en los hospitales públicos.
Un recorrido por Tirana da cuenta de todas estas realidades. El espacio central, superviviente de la época del dominio fascista, aparece ahora remozado con edificios institucionales, avenidas y parques notables. Le rodea una zona residencial de viviendas, el Blloku, el bloque, antaño residencia de la nomenklatura comunista, cerrada militarmente al pueblo en cuyo nombre ejercía un dominio tiránico y hoy es zona de diversión nocturna. Por fin, a pocos metros, se sitúan las hileras de los humildes bloques de viviendas degradadas donde se cobija el grueso de esta población urbana muy poco urbanizada. Hace unos años, el alcalde Edi Rama, hoy primer ministro y secretario general del Partido Socialista, pintor de cierto renombre, hizo decorar las deterioradas fachadas de algunos barrios de Tirana con unas atrevidas franjas quebradas, de colores vivos, que dotaron de cierta dignidad a las maltrechas construcciones, un limitado cambio cosmético que no dejó de causar asombro, aunque la cosa no pasó de ahí, de la fachada precisamente.
Para salir de esta situación de postración y carencia de confianza en las propias fuerzas se cuenta, en este país como en los otros, con la ayuda exterior, de origen europeo en medida dominante. Albania, informan mis interlocutores, es el país más prooccidental de entre los antiguos países comunistas, el más proamericano –en una plaza de Tirana se levanta una estatua del presidente Wilson, en agradecimiento por su mediación en la independencia del país al final de la primera Guerra Mundial– y el que cuenta con mayor porcentaje de población favorable al ingreso en la Unión Europea. Ante sí tiene una ardua tarea programada por las instituciones europeas: entre otras medidas, la reducción efectiva de la corrupción, la limpieza de los distintos poderes del estado, el fin del crimen organizado y el respeto a los derechos humanos. Son retos para los políticos en ejercicio pero también para una sociedad desmovilizada, según mis interlocutores, con pocas organizaciones civiles predispuestas a intervenir activamente en la escena pública. Una vez más, las esperanzas se centran en las generaciones jóvenes que se decidan a permanecer en el país y a luchar por su regeneración.
Macedonia en una encrucijada continua
En los momentos actuales todo es problemático y endeble en esta República –la primera en desgajarse pacíficamente de Yugoslavia en 1991–, en contraste vivo con la solidez pétrea de su profusa ornamentación urbana, inspirada en la vieja Macedonia guerrera de los tiempos de Filipo II y Alejandro Magno. Ni siquiera su denominación oficial es segura. El rechazo cerrado por parte de Grecia, y en menor medida de Bulgaria, al empleo del histórico nombre de Macedonia, del que dicen ser detentadoras únicas, obliga al uso de un grotesco nombre oficial auspiciado por Naciones Unidas, Antigua República Yugoslava de Macedonia (FYRM, según las siglas inglesas), una solución que las autoridades y el pueblo de Macedonia rechazan vehementemente y que se mantiene a la espera de solución definitiva, probablemente cuando se produzca el ingreso del país en la UE, bien entrada la segunda década de este siglo según las previsiones más optimistas.
Tal vez sea esta debilidad constitutiva la que mueve al actual gobierno de la derecha nacionalista a promover el programa de obras públicas grandiosas que se extienden por el centro de Skopje, sólidamente representado por una estatuaria de caudillos y santos de dimensiones sobrehumanas, enmarcada por monumentales edificaciones, teatros, museos, puentes, arcos de triunfo y otras construcciones, más faraónicas que herederas de la tradición helénica de la que se reclaman. De más está decir que el espectáculo, lejos de impresionar, deja frío al espectador, atónito ante tanto derroche sin medida.
Es relativamente más sorprendente que este país de dos millones de habitantes, con recursos económicos tan escasos como los de sus vecinos, esté padeciendo en el curso de este 2015 oleadas de protestas desconocidas por su intensidad en los otros países. Objetivo central de la protesta es el gobierno nacionalista presidido por Nikola Gruevski, en el poder desde 2006, acusado por la oposición y la ciudadanía activista de corrupción, fraude electoral, supresión paulatina de derechos y libertades, las de expresión en especial, y de abuso de poder para anular a los sectores críticos disconformes, todo ello, me reconocen fuentes diplomáticas, traicionando paso a paso un prometedor comienzo liberal moderado. La oposición socialista ha ido haciendo estallar públicamente a lo largo de todo este año sucesivas “bombas” informativas, conversaciones grabadas que revelaban la corrupción gubernamental y la compra de votos. La ciudadanía ha saltado a la calle y se han producido episodios de violencia indignada por la reacción del Gobierno, que niega los hechos, culpa a potencias y agentes extranjeros y, en última instancia, según diversas fuentes, provoca incidentes para desviar la atención de las protestas ciudadanas, como los de mayo de Kumanovo, la segunda ciudad del país, en los que intervino violentamente la policía con la excusa de unos atentados terroristas atribuidos a unos extremistas albaneses. Por primera vez, me comenta el politólogo y máster de estudios europeos por la Universidad Carlos III de Madrid Andrej Stojkovski, lo más destacable en las protestas ha sido la intervención de numerosos jóvenes, estudiantes y profesionales, portavoces de un descontento social que el autoritarismo del primer ministro no puede frenar tan fácilmente. La situación sigue siendo tensa.
Gracias a la intermediación de la UE, la oposición y el primer ministro se han visto obligados a negociar. Ante las pretensiones de la primera, el segundo ha soltado lastre cesando a dos ministros y al jefe de los servicios secretos. La oposición quiere más, exige que dimita Gruevski y que se convoquen elecciones generales. Difíciles negociaciones continúan. Mientras tanto, cada parte moviliza sus fuerzas. Si grupos heterogéneos protestan desde mayo acampados ante la sede del gobierno, el ejecutivo por su parte contraprograma e impulsa la concentración de sus partidarios ante la sede del Parlamento. Las expectativas más optimistas, según Stojkovski, prevén un periodo transitorio que debería culminar con una convocatoria de elecciones generales en 2016. No es fácil decir si estas previsiones son realistas o pecan de exceso de optimismo, como me transmiten otras opiniones.
Muchos son los cambios que tienen que operarse en los sistemas políticos y en las sociedades balcánicas del sur de cara a su eventual incorporación a la UE, hoy todavía lejana. Si bien esta es percibida aquí, más que en otros territorios balcánicos, como una oportunidad para la estabilidad y la convivencia de los pueblos y una esperanza para la mejora de las condiciones de vida, las condiciones mínimas fijadas por las instituciones europeas invitan a pensar que, incluso con la mejor disposición y voluntad política por parte de los países aspirantes, la esperada incorporación va a llevar años hasta su cumplimiento definitivo.
Adentrarse por estos países procedente del norte significa retroceder en muchos aspectos, en el desarrollo económico –como se aprecia desde que uno contempla estos paisajes predominantemente montañosos con sistemas agropecuarios, salvo excepciones, muy poco modernizados–, en los niveles de vida y, lo que es más...
Autor >
Felipe Nieto
Es doctor en historia, autor de La aventura comunista de Jorge Semprún: exilio, clandestinidad y ruptura, (XXVI premio Comillas), Barcelona, Tusquets, 2014.
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