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Como si de una insignia se tratara, cuando llega el momento de despedirse de un jugador de referencia no pocos madridistas recuerdan que a Alfredo Di Stefano se le acabó pitando en el Bernabéu. Que el hombre que cambió la historia, el faro que disparó al Madrid en Europa y en el mundo también se fue por la puerta de atrás. Que no pudo esquivar un inevitable declive.
El Real Madrid no espera. El examen al que están sometidos sus jugadores es continuo, y las malas actuaciones difícilmente pueden compensarse con logros pasados. Una crueldad asumida por todo futbolista que viste la camiseta blanca y que en el club entienden como grandeza: no hay nada por encima de la institución, eterna ella, por la que han pasado y pasarán jugadores que la engrandecen, sin que ninguno de ellos pueda hacerle sombra.
La reciente marcha al Oporto de Iker Casillas, canterano desde la niñez, capitán y emblema del club y la selección durante todo este siglo, despierta varias dudas. La primera es si Casillas no merece vestir más la camiseta del Real Madrid. Ningún aspirante real a ganar la Champions League ha mostrado interés por hacerse con sus servicios. Sorprende que un portero considerado hasta hace bien poco uno de los mejores del mundo, si no el mejor, abandone repentinamente la sala VIP del fútbol mundial.
Ya no sorpresa, sino estupor, provoca que el capitán del Real Madrid --toda una vida dedicada al club-- haya sido señalado en el propio Bernabéu primero como traidor y después por sus fallos hasta convertir la crítica en una burla, una cita periódica con el desprecio a su persona. La campaña que inició el sector más recalcitrante del estadio (y acabó secundando una buena parte del mismo) fue acompañada en los medios por voces que acusaban al portero de falta de profesionalidad y nivel para defender la portería blanca.
Casillas fue cuestionado por primera vez en la temporada 2012/13, cuando quedó relegado por Adán en primera instancia, y después por otro portero de la casa, Diego López, repescado tras una lesión del mostoleño. Había ganado Liga y Eurocopa la temporada pasada sin mostrar debilidades y su suplencia no encajaba en otra lógica que no fuera la del castigo al capitán por parte de su entrenador, José Mourinho, ante el choque entre el portugués y una parte del vestuario. Pocos recordarán que el segundo capitán, Sergio Ramos, también fue enviado al banquillo entonces, y este no parecía encarar ninguna recta final en su carrera.
Las contradicciones sobre la voluntad del protagonista completan la confusa escena. Casillas nunca ha manifestado su intención de marcharse del Madrid. Al contrario, reiteró su intención de retirarse en el club, seguir compitiendo por la titularidad y, en caso de perderla, asumir un rol secundario. Menos de dos meses después, se despidió del club que le hizo futbolista sin que nadie de la casa lo acompañara en su despedida.
Al día siguiente, ya como jugador del Oporto, Casillas acudió al estadio para respaldar con su presencia, que no con sus palabras, las explicaciones del presidente Florentino Pérez sobre su marcha. Según Pérez, la salida del portero responde al deseo expreso del mismo y si por él fuera, Casillas --“nuestro gran capitán”-- habría acabado su carrera en el Madrid. No solo eso. Afirmó que él siempre le defendió del acoso sufrido durante estos años. Lo cierto es que el club en ningún momento se posicionó a favor del portero. Lo cierto es que el presidente, que ha pagado para poder cerrar la salida de Casillas al Oporto, nunca respaldó públicamente a su capitán ante las acusaciones de traición hasta que Mourinho había abandonado el club. Habría bastado una simple señal para dejar de alimentar una bola que estaba devorando al portero y unas dudas que nunca se despejaron.
A Florentino no le interesó defender a su capitán ante el entonces entrenador. Los mismos que demonizan a Casillas entronizaban a Mourinho, siempre defendido por Pérez. Mientras Mourinho demostraba a cada paso que los únicos intereses que defendía eran los propios, se permitía repartir carnés de madridismo amparado por un presidente que le daba vía libre y no censuraba actuaciones y actitudes francamente deleznables, impropias de ese ideal señorío, cada vez más hipócrita a medida que se consumaban los hechos.
No deja de ser curiosa (y paradójica) la debilidad de Pérez por personas muy alejadas de los valores de que tanto presume el club, incluido Florentino, y el desencanto por otras, entrenadores especialmente, que mejor encarnan, o cuando menos no ensucian, ese ideal. La despedida de Del Bosque, la cacería en torno a Pellegrini o la inexplicable ‘patada’ a Ancelotti (encargado de encauzar milagrosamente el desaguisado dejado por Mourinho) son ejemplos de las paradigmáticas predilecciones y fobias del presidente.
La marcha de Carletto, siempre bajo sospecha pese a ganar en su primer año esa ansiada ‘Décima’ que todo lo valía (y una Copa del Rey, que puede parecer poco pero a Mourinho le proporcionó el crédito para continuar en su estreno en el banquillo blanco), más el firme empeño mostrado por Ramos en abandonar el club y la salida de Casillas colman la incredulidad de una afición que hace unos meses celebraba el mejor juego de su equipo en años y esperaba que la continuidad, por fin, abriera un ciclo de victorias no vivido por el madridismo desde la consecución de la Novena en 2002.
Aquel ciclo acabó en 2004, con el despido del mencionado Del Bosque y el entonces capitán del equipo, Fernando Hierro. El Real Madrid no volvió a ganar un título hasta la dimisión de Florentino Pérez. Hoy no son solo los aficionados y voces críticas las que se dirigen al palco en busca de responsabilidades. El club ha quedado a ojos del mundo como un ingrato sin clase, incapaz de dar un trato decente a la que debiera ser su figura más respetable de su plantilla. Y por mucho que él diga que su vida es ACS y él en el Real Madrid solo ayuda, nadie duda de quién es el responsable de tal ingratitud.
Como si de una insignia se tratara, cuando llega el momento de despedirse de un jugador de referencia no pocos madridistas recuerdan que a Alfredo Di Stefano se le acabó pitando en el Bernabéu. Que el hombre que cambió la historia, el faro que disparó al Madrid en Europa y en el mundo también se fue por la puerta...
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