La felicidad JAJAJAJA
Hay veranos que se tuercen en primavera
Gerardo Tecé / Txema Salvans 4/08/2015
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Hay veranos que se tuercen en primavera. Se tuercen desde el mismo momento en que a Francisco, el dueño del casino viejo, le da por organizar otra vez allá por mayo, como cada año desde hace veinte, lo del autobús a la playa. El dichoso autobús a la playa. Él lo organiza pero nunca va, claro. Van solo las tres marujas de siempre. A quién se le ocurriría irse en agosto, con lo que se anima el pueblo en estas fechas, que es cuando vienen los forasteros, que diría Prudencio haciendo honor a su nombre, para desmarcarse una vez más, y con esta irían veinte, de las ganas de playa de María Victoria.
El dichoso autobús de la playa. A quién se le ocurriría, pudiendo pasar los días de agosto en el casino viejo, junto a los viejos amigos que emigraron a Madrid, viendo un día sí y al siguiente también partidos de fútbol de esos que sirven para ir entrenando la temporada, diría él. El dichoso fútbol, y encima partidos que no se juegan nada, que diría ella, entendida del asunto futbolero a la fuerza.
Hay veranos que se tuercen desde que a María Victoria, dispuesta a hacer honor a su nombre de una vez como Prudencio lo viene haciendo al suyo, le diera por recorrer la pasada primavera, bolsa de kilo y medio de cerezas de temporada bajo el brazo, los trescientos metros de calle empinada hacia arriba que separan la plaza de abastos y el casino viejo. Trescientos metros de gesta, recorridos sin mirar atrás y sin un gramo de titubeo por María Victoria, cual Maradona contra Inglaterra, dichoso fútbol, que acabarían con el balón en las redes del guardameta Prudencio. Francisco, apúntanos. ¿Al autobús de la playa? Al autobús de la playa. ¿A ti y a Prudencio? A mí y a Prudencio. ¿Pero él quiere ir? Ni lo sé ni pienso preguntarle.
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Gerardo Tecé / Txema Salvans
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