La felicidad, jajajaja (VI)
Escalera hacia la vida
Moe De Triana / Txema Salvans 10/08/2015
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1.Lo que queda del paisaje, por Joan Fontcuberta.
2.El logro de la felicidad, por Pepe Baeza.
3.Crisis? What crisis?, por Bárbara Celis.
4.Hay veranos que se tuercen en primavera, por Gerardo Tecé.
5.El Infierno son los padres, por Ángeles Caballero.
Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar. Lo que Manrique callaba es que era una mar sin ribera de arena blanca. Una mar sin rumor de olas. Sin el susurro de la brisa. Omitía que se trataba de una incandescente mar de cemento con vistas a la nada, donde una escalera de mano -aparentemente infinita-se convierte a menudo en metáfora del celestial ascenso que precede a la muerte según algunos.
Quien se queja de los sinsabores de su existencia quizás nunca haya paseado sus pensamientos ante una martilleante senda de epitafios tallados en mármol. El silencio y la soledad se hacen rotundos en los cementerios, que no entienden de épocas ni de temporadas para abrir sus fauces. A menudo los imaginamos en torrenciales tardes de invierno o cubiertos por un manto de hojas marchitas, como si en verano la parca se permitiese un asueto para torrarse al sol en Torremolinos. Pero no, ella no es de brindarse respiros entre barquillas de espetos y --nunca mejor dicho-- hace el agosto cuando los termómetros comienzan a sofocarnos vilmente entre paellas y sangrías.
Cuestión de ciclos, la vida termina para unos dando pie a la subsistencia de otros. Allí buscan y hallan recompensa dándoles agua y jabón a las lápidas y nuevo color a los ramos que se van rindiendo bajo el asfixiante sol dominguero. Cuando la crisis aprieta, bregar con la muerte se convierte en necesaria rutina. Un hábito que se alimenta noblemente del mimo con el que muchos honran a sus difuntos bien sobrepasado el 2 de noviembre. Así, a goteo de alquileres, peldaño a peldaño, esos hombres necesitados van ascendiendo hacia el digno estatus que todos merecemos.
No es fácil. Atravesar el umbral de un camposanto siempre supone el feroz reencuentro con nuestros miedos. Caminar por el que algún día será nuestro resort perenne es jodido de digerir aunque --quién sabe-- puede que perdernos durante horas entre nichos y tumbas sea el definitivo planazo del verano que tanto necesitamos. Al fin y al cabo, qué mejor sitio para deambular en vacaciones que ése que de repente consigue sin esperarlo que la vida cobre tantísimo sentido.
1.Lo que queda del paisaje, por Joan Fontcuberta.
2.El logro de la felicidad, por Pepe...
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Moe De Triana / Txema Salvans
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