Tarde (para mí) voy a escribir un poco a vuela pluma una especie de resumen de este primer debate entre los principales (hoy por hoy) candidatos del GOP (Grand Old Party). Partían 10 ya que los ocho restantes (Perry, Santorum, Jindal, Fiorina, Graham, Jindal, Pataki y Gilmore) participaron en otro minidebate a eso de las cuatro de la tarde. Fue televisado y no lo vio ni perri, como tampoco había ni perri en el pabellón de Cleeveland donde la FOX había organizado el tinglado en espera del gran plato fuerte de la jornada, a partir de las 8 de la tarde hora del este. El primero no lo vi. Solo aguanté cinco minutos. Pero bastaron esos cinco minutos para ver que, en el fondo, los participantes se sentían humillados. Tal era el caso de Perry, ex gobernador de Texas (la 10º economía del mundo, que no es poco) que, para no faltar a su tradición en las carreras electorales, tuvo un par de meteduras de pata. No sé más. Me rendí a hacer cosas más interesantes. Dice la prensa en general que la ganadora fue Carly Fiorina, la CEO de HP. Ni idea.
El gran debate
La expectación era máxima. Se preveía espectáculo, más que nada por la presencia de Donald Trump quien, líder momentáneo de las encuestas, ocupaba además el centro del escenario. La verdad es que los americanos saben organizar estas cosas. El debate fue entretenido y rápido. Los moderadores fueron a la yugular desde el principio y solo aflojaron un poco hacia el final. Si algo sacamos en claro es que Trump no gusta ni en el GOP ni en la FOX. La primera pregunta fue para él, sin mencionarlo. Los tres moderadores querían saber si los candidatos podían prometer que no se presentarían a la presidencia si no resultaban elegidos por la convención. Solo Trump se saltó el guion y dijo que de prometer nada. El fantasma de Ross Perot sobrevoló el plató como sobrevuela las mentes de miles de simpatizantes del GOP. Estuvo rápido Rand Paul para recordar que la carrera no era justa porque Trump puede “comprarse” la política de su bolsillo. Es cierto. Y Trump se ocupó de recordarlo casi toda la noche: él hace lo que le da la gana y dice lo que le da la gana porque puede, tiene el poder que da el dinero. Y hasta ahí. Que comience el show.
Este es mi rápido balance de la noche.
Jeb Bush. Se le vio muy nervioso, inseguro. Se atropellaba en las respuestas, casi parecía más preocupado de no meter la pata, lo que en su caso es no pasarse de frenada ni quedarse corto. Al final fue un ni pincha ni corta, que es lo peor que se puede decir de alguien que quiere ganar una nominación. Se empeñó en ser el campeón pro-vida y presumió de haber gobernado el estado de la gente más feliz de EEUU. Esto último es cierto, Florida es el estado del sol y los jubilados y la felicidad bien puede ser debida a las drogas legales. También es el estado de Hialeah, la ciudad a las afueras de Miami, netamente republicana, que más se ha beneficiado del Obamacare, el programa que la mayoría de los candidatos se quiere cargar si llegan a la presidencia. La parte positiva para Bush es que es el candidato que (Trump aparte) tiene más dinero para la carrera.
Marco Rubio. Uno de los triunfadores de la noche si es que los hubo. De Florida también, hijo de inmigrantes e hispano. Se le vio seguro y le ganó a Bush. Rubio se presentaba esta noche ante una reválida: la de demostrar que no es un candidato sobrevalorado. Es un conservador, pero al menos no quiso parecer un chiflado. Salió reforzado en mi opinión.
El campo de los chiflados estaba abonado.
El reverendo Mike Huckabee… bueno, qué decir. Ya no va por la vida de populista pero sigue viendo el anticristo en cada cartón de leche. Que si los homosexuales, que si Obama, que si Irán, que si los inmigrantes y, ahora, una más: que las prostitutas y los camellos viven del Social Security. Lo siento reverendo, pero no. También dijo algo que, en él, puede resultar racional: que el ejército sirve para matar personas y romper cosas (sic); y que le parecía que los bombarderos B-52 ya no mataban como antes y por eso el Ejército necesita más fondos.
En lo de necesitar más fondos militares es en algo en lo que coincidieron todos los candidatos: todos quieren un Gobierno con mínimos gastos en las personas y un Ejército con una cuenta corriente sin límite.
Ted Cruz. Lo mejor que se puede decir de Cruz es que es canadiense. Lo peor es que renunció a la nacionalidad y por eso ahora puede presentarse a presidente. Cruz es un antitodo menos anti vida. La vida es lo primero para él y por eso se ocupó de recordarnos que si es presidente tratará de acabar con el aborto. Sabe que es una batalla perdida pero qué más da. Es lo que quieren oír los suyos. A Cruz le pones falda y unas gafas y te sale Sarah Palin cuando decía aquello de que veía Rusia desde su casa de Alaska. Y esta comparación puede resumir su política internacional. Matar a todos los enemigos de EEUU. Matar, matar, matar. Cualquiera diría que es un pro vida. También le recordaron los moderadores cuál era su plan para acabar con el ISIS “en 90 días” (esta vez no lo dijo, sí hace unas semanas). Pueden adivinar la respuesta: matar. Y más pasta para el Ejército.
Rand Paul está chiflado. Completamente. Pero tiene su punto de gracia. El tipo vino al debate a recordarnos que está vivo, lo que no es poco dado que, por lo visto, su campaña a duras penas se mantiene a flote económicamente.
Paul tuvo una agarrada con Chris Christie a cuenta de la NSA. Ya saben que Paul es un libertario (y dijo literalmente: “no quiero ni mi matrimonio ni mis pistolas controladas por el Gobierno”: aplausos, por eso lo queremos tanto).
Es un milagro que Christie, actual gobernador de Nueva Jersey, haya estado en el debate. No solo porque es muy moderado para este Partido Republicano sino porque su estado es un desastre económico. En su defensa hay que decir que “desastre” es el estado natural de NJ. En defensa de Christie debemos decir que es como Tony Soprano. En lo bueno y en lo malo. Parece un padrino de la mafia mezclado con un estibador de los muelles. Y lo es. Ha tenido varios escándalos pero ha salido airoso. A la vez parece el “americano medio” si es cierto que existe eso que llaman el “americano medio”. Por eso nos cae bien. Y por su envergadura. El tipo es grande e imaginen un candidato de ese tamaño para el partido del elefante. El sueño húmedo de los humoristas gráficos.
El Dr. Ben Carson. Es el que dijo que el Obamacare había sido lo peor que le había pasado a EEUU desde la esclavitud (en serio lo dijo), pero curiosamente en el debate parecía un tipo normal. Carson es un neurocirujano retirado, multimillonario. Por cirujano y por haber escrito tres libros que vendieron un huevo. Así que vino a vender libros y a hacer el mejor chiste de la velada. Cuando le dijo a la moderadora, “creía que ya no me iban a dar la palabra más esta noche”. Era cierto, todos pasaban de él.
La decepción vino de la mano de Scott Walker, gobernador de Wisconsin. Walker se presentaba con la vitola de “favorito del partido, de la FOX, de las bases y de los millonarios” (esto es de los hermanos Koch). Pero lo suyo fue una decepción en toda regla. El tipo es aburrido como un partido de baseball de alevines sin cerveza ni perritos calientes. Pero es un peligro. Hijo de un pastor, se presentó como otro campeón pro vida y prometió derogar el Obamacare (otro más) y hacer todo lo que ha hecho en Wisconsin, que se resume en recortar impuestos y acabar con los sindicatos. Espero que no vaya a hacer lo mismo con la economía. Ha llevado a Wisconsin al borde de la ruina pero ha revalidado el cargo el pasado noviembre; ya saben, los caminos del votante son inescrutables. Es pronunciar la palabra sindicatos y en la FOX se ponen cachondos. Pero esta vez los moderadores le recordaron el estado de las arcas en su estado y pasó de puntillas. Quizá para no recordar que vive gracias a lo que recibe del Gobierno federal, ese que tanto critica y que promete “reducir a la mínima expresión”.
John Kasich. Desde mi punto de vista, el gran ganador. Lo que significa que no obtendrá la nominación. Por varias razones. La primera es que es un moderado con sentido común. Y en el primer debate grande lo demostró. Evitó meterse con el colectivo LGTB y eso puede ser un error de cara a las bases republicanas. A la larga, el Partido Republicano, si quiere tener alguna posibilidad de ganar en noviembre de 2016 tendrá que elegir a un moderado. El gran problema de Kasich, actual gobernador de Ohio, es el volumen de sus donaciones, muy bajo todavía y está muy lejos en las encuestas. Es el tapado, tendrá buena prensa pero es una incógnita adónde puede llegar.
Y Donald Trump. Llegamos al verdadero protagonista de la noche. Todo giraba en torno a su persona y lo sabía. Disfrutó como un cerdo en una charca. Fue el Donald que todos conocemos. Un showman, un tipo que sabe manejarse ante las cámaras y ganarse a la audiencia con frases a quemarropa. Es un suicida, pero un suicida tremendamente divertido, para todos menos para el partido. Esta vez fue más de lo mismo: comentarios racistas, machistas y broncas con casi todos menos con Bush, comenzando por la moderadora quien le recriminó sus frases sobre las mujeres. Trump contestó con lo de siempre: si no te gusta lo que digo es tu problema. Trump vino a decir lo que ya sabíamos: se la suda lo que pensemos porque “EEUU tiene un problema con la corrección política”. Esto último puede ser cierto pero no en el sentido que lo suele lanzar el multimillonario del tupé indomable. Hasta se permitió el lujo decir que “nuestros dirigentes” son “unos estúpidos” que no saben lo que hacen. De paso, sin nombrarlos, se refirió a todos los representantes en el Congreso, algunos presentes a su lado. Dijo que había donado dinero a Clinton y que por eso había (ella) venido a su boda. Ahí queda eso.
Lo de Trump sigue siendo incomprensible. Lidera las encuestas y la duda está en saber hasta cuándo le durará la bula. También si se dará por vencido si no obtiene buenos resultados en las primarias más tempranas. Y sobre todo, si acabará compitiendo en noviembre de 2016 como independiente. En ese caso, es prácticamente seguro que le regalaría la presidencia a los demócratas.
Con Donald nunca se sabe. Es un colgado. Pero, desde fuera, es un regalo. Todo es mucho más divertido con él en el plató. Todo puede pasar.
Por último, los temas. El debate, ya lo he dicho, resultó entretenido, dinámico. Nada que ver con los de otras latitudes peninsulares. Aborto, derechos homosexuales, Obamacare, impuestos y, sobre todo, política exterior e inmigración fueron los temas en torno a los que giraron las intervenciones. Se equivoca el Partido Republicano en seguir enfangándose en el tema migratorio. Es un asunto que solo preocupa al votante ya convencido, no tienen nada que ganar pero se empeñan en hacerle el juego a Trump, que tiene razón en una cosa que recordó: “Nadie estaría hablando de inmigración si no fuera por mí”. Porque no es un problema, más allá de decidir cómo regularizar la situación de los 11 millones de inmigrantes que ya están en el país, cuya mayoría trabaja, tiene familia y paga impuestos sin tener derecho alguno. Eso, claro, no lo dijo Donald.
No hubo ninguna mención a los asuntos que de verdad son importantes: desigualdad, deuda estudiantil, violencia policial/armas y cambio climático. Era de esperar, y más en la FOX.
Por último, como no, no podía faltar Dios. En serio, Dios. Todos disparando al Irán de los Ayatolás por ser un país en manos de fundamentalistas religiosos y la última pregunta de la moderadora fue si Dios les “había hablado” a los candidatos. Algo que por normal en el PR no deja de ser tremendo. Ahí se lucieron Cruz, Huckabee y Walker, encantados de llevarse a Dios a la boca cada vez que tienen ocasión. Pasó Bush de puntillas, para colmo, convertido a católico vía marital. Respiró tranquilo; en el fondo sabe que Dios ya se lo dijo todo a su hermano.
Lo único que hubo que reprocharle al debate es que se alargó más de las dos horas y acabó por pisarle unos minutos a la despedida de su The Daily Show del grandísimo Jon Stewart. Y eso, amigos de FOX, sí que fue imperdonable.