El pato Obama no estaba tan cojo
A poco más de un año de su salida de la Casa Blanca, con sus luces y sombras, lo que es seguro es que cuando el actual presidente se vaya en enero de 2017, EEUU será más tolerante y abierto que cuando llegó al poder en 2009
Diego E. Barros Chicago , 22/07/2015
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Han tenido que pasar 54 años para que una bandera cubana volviera a ondear de manera oficial en Washington. El tenso paréntesis en las relaciones entre Cuba y EEUU finalizó oficialmente el 20 de julio con la ansiada apertura de la Embajada de la isla en la capital estadounidense. Un gesto que tendrá su contrapartida en La Habana el próximo 14 de agosto. Gestos simbólicos que sin embargo son de una importancia capital y que ponen fin a más de medio siglo de enfrentamiento y al último vestigio de la Guerra Fría en el patio de atrás de la superpotencia.
El primer paso, imposible hace tan solo unos meses, ya está dado. Hoy pocos dudan de que el principal artífice de este acercamiento ―que desde un principio contó con el apoyo de los hermanos Castro―, es el presidente de EE.UU., Barack Obama, a quien muchos habían colocado ya el cartel de lame duck (pato cojo, en su traducción al español), como se conoce en EEUU a un presidente que encara el último cuarto de su mandato, especialmente con el poder legislativo en contra, lo que le deja poco margen de acción política.
Muchos pensaron que la presidencia de Obama sería un mero accidente que no pasaría de anécdota en los libros de historia
Esto fue precisamente lo que ocurrió el pasado noviembre tras las elecciones de midterm [que se realizan dos años después de las presidenciales] en las que el partido del presidente sufrió un severo correctivo perdiendo el control que hasta entonces tenía en el Senado. La derrota, de proporciones épicas, coincidió con los peores índices de popularidad de un presidente desde tiempos de George W. Bush. Muchos pensaron que la presidencia de Obama sería un mero accidente que no pasaría de anécdota en los libros de historia. Pero fue el propio mandatario el que, la misma noche electoral, envió un aviso a navegantes: libre de ataduras (elecciones en su horizonte personal) era hora de plantar batalla, es decir, de dar forma al legado de su paso por el 1600 de la Avenida Pennsylvania.
Con las manos atadas en política interior, Obama puso el foco en el exterior. El primer logro ha sido Cuba. Un proceso que comenzaba el pasado 17 de diciembre, cuando Obama se dirigió a la nación para anunciar el inicio de la normalización de las relaciones entre ambos países. Culminaba así un periodo de negociaciones secretas que había comenzado 18 meses antes y lo hacía con unas palabras que, en boca del presidente, sonaban a lógica aristotélica: "Estos 50 años han demostrado que el aislamiento no ha funcionado. Ha llegado la hora de un nuevo enfoque". El 11 de abril, en la Cumbre de las Américas en Panamá, se produjo la foto para la historia: el primer encuentro oficial entre un presidente estadounidense y uno cubano, Raúl Castro, en más de medio siglo.
Pero Cuba no ha sido el único tanto que el presidente se ha apuntado en política internacional. El más reciente quedó sellado el 22 de julio con la firma del pacto nuclear en Viena con Irán, archienemigo en Oriente Próximo. Con la firma del acuerdo entre el país de los ayatolás y las seis potencias internacionales encabezadas por EEUU, el gobierno estadounidense frena el acceso iraní a la bomba atómica a cambio de levantar las sanciones económicas impuestas contra el régimen de Teherán hace décadas. Un acuerdo que, según las palabras del presidente Obama, "no se basa en la confianza, sino en la verificación" y que como primera consecuencia, como ya ha ocurrido con Cuba, ha supuesto la salida de Irán de los países que componen el denominado Eje del Mal.
El acuerdo con Irán, que para bien o para mal definirá buena parte del legado de Obama, ha sido mejor recibido en el exterior que en casa, donde la oposición republicana no se ha cansado de atacarlo
El acuerdo con Irán, que para bien o para mal definirá buena parte del legado de Obama, ha sido mejor recibido en el exterior ―con la excepción de Israel y Arabia Saudí― que en casa, donde la oposición republicana, muy cercana a los postulados del Ejecutivo de Netanyahu, no se ha cansado de atacarlo. De nuevo, el argumento del aspirante a presidente en 2007 era semejante al esgrimido en el caso de Cuba: cambiar una estrategia de enfrentamiento sin resultados por una de negociación. De momento, una de las consecuencias del acuerdo con Irán será la de sumar a este país a la lucha contra la amenaza del autodenominado Estado Islámico.
Si bien es en política exterior donde el presidente ha centrado sus esfuerzos durante estos últimos meses, en casa no dejaban de producirse buenas noticias para su Administración. La economía se recupera poco a poco y la tasa de paro se sitúa en el 6,2% mientras que tanto Obama como los candidatos demócratas para ganar la nominación han conseguido situar en el debate público no solo la subida de los salarios, sino el creciente aumento de la desigualdad que la última crisis ha provocado.
Inmigración, seguro médico, matrimonio gay
Precisamente con el ojo puesto en las elecciones de noviembre de 2016, Obama se ha metido a fondo en el debate migratorio. Consciente de la importancia que el voto hispano tendrá en la elección del próximo presidente, Obama ha vuelto a abogar por alcanzar una reforma migratoria. El primer paso lo dio en noviembre pasado con el primer gesto hacia los indocumentados, la mayoría pertenecientes a la principal minoría del país. Ha sido este sin embargo un triunfo descafeinado ya que la regularización provisional anunciada por Obama permanece bloqueada en los tribunales a petición de un juez de Texas respaldado por 26 estados, la mayoría republicanos. Todo apunta a que la orden ejecutiva del presidente será un problema a heredar por el próximo inquilino de la Casa Blanca si no acaba en el Tribunal Supremo, un extremo al que por el momento el Gobierno de Obama ha preferido no acogerse.
Y no es porque no le haya ido bien en la máxima Corte de justicia. Recientemente la Corte Suprema —de mayoría conservadora—, ha respaldado con sus fallos dos asuntos de gran calado para la Administración Obama. A finales de junio, los jueces (6 votos a favor y 3 en contra) dieron el espaldarazo definitivo al proyecto estrella del Gobierno Obama, la Ley de Cuidados Accesibles, más conocida como el Obamacare, al dictaminar que los subsidios federales aplicados en aquellos estados que no cuenten con ayudas para que los ciudadanos puedan acogerse a un seguro médico son constitucionales.
Con los republicanos prometiendo eterna batalla, parece difícil que la reforma sanitaria pueda ser revocada. Fundamentalmente por dos razones. Sin ser un sistema sanitario público es lo más cerca que ha estado EEUU ―donde 40 millones de estadounidenses carecían de cobertura sanitaria de ningún tipo― de resolver su principal anomalía frente al resto de países desarrollados. En los casi dos años que lleva funcionando, con sus defectos, más de 10 millones de ciudadanos han accedido por vez primera a un seguro médico.
Solo un día después de la decisión sobre el Obamacare, el 27 de junio, el Supremo adoptó quizá la decisión de mayor calado político en este país desde la prohibición de la segregación en las escuelas en 1954: legalizar en los 50 estados el matrimonio entre personas del mismo sexo. En una sentencia histórica que fue calificada de "victoria para América" por Barack Obama, el Tribunal declaró ilegales las leyes que en 14 Estados prohibían casarse a parejas del mismo sexo.
Obama, cuya popularidad sigue estando por debajo del 50%, ha visto como su país ha protagonizado en las últimas semanas gigantescos avances sociales. Es cierto que la violencia y el racismo siguen marcando a fuego a la sociedad estadounidense. Pero también que nunca ningún otro mandatario se había pronunciado en términos tan claros para denunciarlos como Obama. La primera victoria ha sido la retirada de la bandera confederada del patio del Capitolio de South Carolina, aunque antes un supremacista blanco asesinó a nueve ciudadanos negros en una iglesia.
El último viaje que ha emprendido Obama es el de la reforma del sistema penal estadounidense, uno de los más duros del mundo, que castiga de manera extrema delitos menores. Esto ha convertido a EEUU en el país con la población carcelaria más grande del mundo ―2,2 millones de presos, por delante de China, y más que la de 35 países europeos juntos--. Y, lo que es peor, también uno de los más injustos: el 60% de los presos son negros o hispanos, las dos minorías principales del país. Además, el sistema es caro, puesto que cuesta a los contribuyentes la friolera de 80.000 millones de dólares al año.
Pocos presidentes han contado con un país tan polarizado y con una oposición tan radicalmente en contra como Obama. Es probable que buena parte de la próxima campaña presidencial gire en torno a su legado y está por ver si quien resulte elegido como aspirante demócrata se decidirá a defenderlo en lugar de optar por la distancia con la que los candidatos de su partido acudieron a las urnas el pasado noviembre. Ni Obama ni su presidencia son ya los mismos que entonces.
A Barack Obama le queda poco más de un año en la Casa Blanca. Con sus luces y sus sombras, lo que es seguro es que cuando la abandone en enero de 2017 EEUU será un país más tolerante y abierto que cuando llegó al poder en 2009. No está mal el balance para el presidente al que muchos corrieron a llamar pato cojo.
Han tenido que pasar 54 años para que una bandera cubana volviera a ondear de manera oficial en Washington. El tenso paréntesis en las relaciones entre Cuba y EEUU finalizó oficialmente el 20 de julio con la ansiada apertura de la Embajada de la isla en la capital estadounidense. Un gesto que tendrá su...
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Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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