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Cuando Pujol defendía la Constitución

El expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, explica, en1978, las razones del voto a favor de la Constitución de Convergencia Democrática de Cataluña

9/09/2015

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Discurso de Jordi Pujol en el Parlamento el 4 de julio de 1978, con motivo del debate sobre el texto de la Constitución, antes de que fuera votado por el Senado.

Señor Presidente, señoras y señores Diputados, no era en principio nuestra intención intervenir en este momento en este debate. Nuestra minoría no tenía por objeto en esta sesión defender su propia concepción de lo que es la real estructura de España, de lo que es su concepto de la nacionalidad, sino que básicamente nuestro objetivo era colaborar con nuestra intervención o con nuestro silencio a la aprobación del texto redactado por la Comisión y que es fruto de esa política de consenso que, por supuesto, nosotros asumimos plenamente. Pero ha habido esta mañana y esta tarde algunos planteamientos que nos aconsejan esta intervención: los planteamientos de Alianza Popular y, también, los planteamientos que insisten en considerar que el texto constitucional establece unas diferencias de de trato que resultan lesivas, que resultan ofensivas. Intervenimos, pues, para argumentar por qué vamos a votar este artículo y concretamente por qué defendemos la inclusión del término «nacionalidades» y, además, para explicar, si el tiempo da para ello, el espíritu con que lo hemos hecho. Nosotros somos una minoría nacionalista, y es lógico, por consiguiente, que votemos este artículo. Es más, no es un secreto para nadie que nuestra minoría ha sido la que introdujo en su día ese término y luego lo ha defendido, ha hecho de él un punto esencial, absolutamente básico en su política en materia constitucional y, en general, en su política consensual. No voy a entrar en esa vieja polémica semántica que ha habido sobre si el término nacionalidad es o no reciente, porque no importa; lo que sí es importante es que lo que no es reciente es la realidad que se encubre bajo ese término de «nacionalidad» y, concretamente, no es el caso de Cataluña. Es una realidad que no es reciente y que, además, no es ficticia. Quiero citar un personaje histórico que esta mañana ha nombrado el Diputado señor Fraga. Él ha hablado de Ramón Muntaner. Sabe el señor Fraga, puesto que lo conoce bien, que los tratadistas de historia política han calificado a Ramón Muntaner precisamente de uno de los primeros nacionalistas de la historia política europea. La tenemos, es una realidad antigua, es una realidad que arranca de siglos, hoy viva, plenamente viva, en absoluto ficticia; una realidad que entronca con un pasado, que nunca se ha interrumpido, incluso en el siglo XVIII cuando los historiadores de la época hablaban del fin de la nación catalana, y así lo decían, «el fin de la nación catalana)). En realidad, justo en aquel momento, se estaban poniendo las bases de esta nacionalidad que hoy pedimos, que no es una nacionalidad que sea una reliquia del pasado, sino que es una nacionalidad renovada, antigua, muy antigua, pero renovada en los siglos modernos y hoy con plena vitalidad. Yo, puesto que el señor Fraga dice tantas citas, me atrevo a hacer una y a recomendarle, si no lo ha hecho (pocas cosas debe haber que no haya leído Manuel Fraga), que lea una tesis monumental, importantísima, de Pierre Vilar: (Cataluña en 'la España moderna)). Ahí sí se ve cómo se forja una nacionalidad hoy, una nacionalidad que no arranca de los almogávares ni de los siglos XIV o XV, sino que arranca de los siglos XVIII, XIX, XX y que está viva hoy en el año 1978, y que es peligroso, por supuesto injusto, negar a esa realidad su personalidad, el reconocimiento pleno de su identidad. En realidad, es lo único que pedimos los nacionalistas catalanes; y lo que (lo digo con agradecimiento) piden los grandes partidos políticos españoles de hoy, como UCD o el Partido Socialista Obrero Español y es que se produzca el reconocimiento de esa realidad, que no es ficticia, que tiene arraigo profundo, y que es una realidad auténticamente popular. Y haciendo una leve digresión hacia los argumentos que esta mañana se han hecho respecto a los tratos de favor, quiero decir que el pedir el reconocimiento de nuestra personalidad no es pedir trato de favor, y eso queremos subrayarlo.

Quiero decir que el pedir el reconocimiento de nuestra personalidad no es pedir trato de favor, y eso queremos subrayarlo

No queremos tratos de favor ni los hemos tenido nunca, y me parece que después de esos cuarenta años hablar de trato de favor a Cataluña resulta, por lo menos, chocante. Se habla ahora (y es justo que se hable de ello y nos parece bien) de la necesidad de restituir tantas y tantas cosas: restituir edificios, periódicos, zonas sociales, y nos parece muy bien; pero pregunto: ¿qué reparación no podemos pedir por el hecho de que, por así decirlo, cuarenta quintas de ciudadanos catalanes hayan sido privados del conocimiento de su lengua? Porque entendamos bien, para una gran parte de la población catalana, para tres millones y medio, por lo menos, de la población atalana, su lengua es el catalán; no es el castellano. Con toda la cordialidad, con todo el respeto, con todo el reconocimiento del carácter universal, de la capacidad creadora que ha demostrado la lengua castellana he de decir que la lengua de Cataluña es el catalán. ¿Que reparación se puede pedir? Ante eso nos parece que los argumentos del Diputado señor Silva nos parece que, por lo menos, no muerden en lo que es la realidad viva del problema. (Por supuesto, podemos ir todos desgranando nuestra teoría, hablando de lo que es la lengua según ese tratadista o según ese otro, pero lo cierto es que aquí hay una realidad, y sobre esa realidad se ha producido un acto de expoliación importante. Ustedes saben, por las pocas veces que he hablado en esta tribuna, que siempre me he expresado en términos de moderación y, en términos de moderación, subrayamos la voluntad que tiene Cataluña y la voluntad, por ejemplo, que tiene mi partido, que es nacionalista, de colaborar en la construcción de una España progresiva, de una España democrática, de una España para todos. Pienso que lo hemos demostrado, pero eso no debe llevarnos a confusión. Debemos decir que Cataluña ha sido objeto de una gran expoliacióa. Ahora, ante esto, sucede algo positivo y es que las grandes fuerzas políticas españolas se dan cuenta de ello y plantean con valentía -en un acto que creo ha sido el señor Peces-Barba quien lo ha calificado de histórico- el hacer una rectificación que queda concretada en esto: en que existen en España las nacionalidades y que, por supuesto, una de esas nacionalidades es Cataluña.

Ahora sucede algo positivo y es que las grandes fuerzas políticas españolas se dan cuenta de ello y plantean con valentía el hacer una rectificación que queda concretada en esto: en que existen en España las nacionalidades y que, por supuesto, una de esas nacionalidades es Cataluña

Insistimos en que nosotros nos consideramos y queremos ser reconocidos como nacionalidad porque queremos que en este momento recuperación, no sólo de la democracia, sino de las libertades de todos los hombres de España, se reconozca el real alcance, la real profundidad, la importancia de lo que es el hecho nacional de Cataluña. Y es por eso por lo que nosotros hemos concedido a este aspecto una importancia absolutamente fundamental. El tiempo no me permite hablar de un tema, que para nosotros es muy esencial demostrar con hechos: que no hay voluntad discriminatoria de Cataluña respecto a los otros pueblos de España. Si cabe luego en la explicación de voto o en algún otro momento de este debate, intentaremos explicarlo; pero, por lo demás, quede clara esta afirmación de que ya no sabemos exactamente cómo explicar ni cómo convencer a la opinión pública ni a algunos de los Diputados del Parlamento español de que esta radical afirmación nacional, en el sentido de que nosotros somos lo que somos y queremos seguir siendo lo que somos, es perfectamente compatible con una actitud de colaboración, con una actitud de auténtica voluntad de entendimiento y de auténtica voluntad de integración en el quehacer del conjunto español. No sabemos exactamente cómo explicarlo. Habría una forma de convencemos de que quizá no es vano nuestro empeño, de que quizá esta vez no va a suceder lo que le sucedió a Cambó o a los hombres de Ezquerra Republicana, que hicieron enormes esfuerzos de aproximación, no siempre comprendidos, sino que esta vez sí que desde fuera de Cataluña se va a entender realmente cuál es nuestra intención, cuál es nuestra voluntad de afirmación catalana y nuestra voluntad de colaboración. Para ello entendemos que lo más demostrativo sería, más que la atribución, más que cualquier otro planteamiento de tipo estrictamente político, que hubiera esta afirmación, ese reconocimiento por parte de los representantes del pueblo español; que nos dijeran: «Sí, esta vez estamos convencidos de que vosotros los catalanes queréis participar de una forma absolutamente decisiva, con la ambición casi ingenua de un gran protagonismo, en la política española y, en general, en la llamada construcción de España; pero que queráis hacerlo -y nos parece bien desde las coordenadas de vuestra personalidad, de lo que vosotros sois, de lo que vosotros queréis seguir siendo)). Por lo tanto, yo pido a esta Cámara que dé a ese voto a favor de la palabra nacionalidad» todo el sentido profundo de cambio histórico, todo el sentido profundo de obra de gran entendimiento colectivo. 

Discurso de Jordi Pujol en el Parlamento, el 31 de octubre de 1978 con motivo de la aprobación del texto definitivo de la Constitución, una vez debatido en el Senado.

Señor Presidente, Señorías, todo cuanto pueda decirles yo hoy en mi explicación del voto positivo de nuestra Minoría -explicación que, por supuesto, no puedo hacer extensiva a nuestro compañero de Minoría señor Barrera, que se ha abstenido-, todo cuanto pueda decirles ya lo dije el 21 de julio, la fecha en que aprobamos el primer texto de la Constitución. Entonces, en la valoración positiva que hacíamos del consenso, por lo menos en esta circunstancia histórica y en este país, me congratulé, además, de la aportación que en este sentido nuestra Minoría había hecho. Valoré positivamente también lo que a nuestro entender era un carácter netamente progresivo del texto constitucional y me referí de una forma especial al acierto de haber constitucionalizado el deber que el país en su conjunto tiene de luchar contra los desequilibrios territoriales, contra este grave hecho que pone de manifiesto fallos políticos, fallos sociales de antigua raíz histórica, e incluso fallos éticos, y que, además, amenaza la democracia, amenaza, más simplemente todavía, la convivencia y el progreso general del país. Desde entonces pensamos que los hechos han reforzado la necesidad de dar un voto positivo a esta Constitución, dentro, si ustedes quieren, de la relatividad de las cosas; pero, en último término, de una forma clara y tajante, voto positivo.

Pensamos que los hechos han reforzado la necesidad de dar un voto positivo a esta Constitución, dentro, si ustedes quieren, de la relatividad de las cosas; pero, en último término, de una forma clara y tajante, voto positivo. 

Porque si alguna duda hubiéramos podido tener entonces, hace tres meses, de la validez de esta Constitución, pensamos que los hechos, tal y como han sucedido, la hubieran desvanecido. Porque luego, en la discusión en el Senado, si bien es cierto que hubo una serie de puntos en los cuales hubo mejora, en el sentido progresivo, por lo menos a nuestro entender, del texto que nosotros, los Diputados, aprobamos aquí, también lo es que en otros hubo modificaciones de signo regresivo. Y no hay en eso, por supuesto, crítica ni al Senado ni a los Senadores ; simplemente, la constatación de que viejos reflejos, comprensibles, yo diría que casi legítimos, dada nuestra Historia y nuestras personalidades, pero reflejos negativos hallaron la posibilidad, civilizadamente, muy constructiva, si ustedes quieren, pero, en último término, hallaron la posibilidad de aflorar en el Senado. El resultado fue que, por un momento, pareció que el texto que iba a aprobarse -que se aprobó en parte, aunque luego hubo rectificaciones sobre la marcha en el propio Senado-, era un texto que no respondía, en algunos aspectos, a las esperanzas que había despertado el texto que aprobamos aquí en el Congreso. Entonces, todos cuantos -y eran muchos y pienso que vale la pena decirlo- habían erosionado sobre la Constitución, todos cuantos habían erosionado sobre el consenso, todos los que habían denostado a los partidos del consenso, muchos de ellos no desearon otra cosa que la recuperación, lo más exacta posible, del texto inicial del Congreso. Les digo esto, que quizá sea una defensa atípica de nuestro voto positivo de hoy, porque pienso que en ciertos aspectos, de cara al futuro, aclara más el valor de esta Constitución que no lo que podría ser, quizá, una disecación de su texto, o simplemente una glosa entusiasta o glosa, por así decirlo, generosa, una glosa optimista de la Constitución con vistas al futuro. Porque el caso es que (y me permitirán que yo centre brevemente este análisis, repito un poco atípico en nuestra problemática concreta de signo catalán, y concretamente en el título VIII, y que lo centré ahí precisamente por toda la carga de posible sentimentalismo y de fácil radicalización que siempre comportan los problemas de signo nacional) los peligros que acechan a la Constitución en el futuro podrían estar precisamente en una cierta tendencia, podríamos decir, a erosionarla, a desvalorizarla, a presentarla como algo que fue culpa, que fue fruto de un pacto hecho con dignidad, sin energía, sin exigencias; un pacto en el cual todas cedimos más de lo que realmente luego recibimos en compensación. Por supuesto que no voy a meterme en absoluto, por el conocimiento y por el respeto que sentimos por toda la problemática vasca, en el tema concreto vasco. Aquí hablo de Cataluña, donde no ha sucedido, pero hubiera podido suceder lo mismo, como en otros casos supongo ha sucedido en otros partidos, porque todos los partidos tienen su gente atípica, su gente impaciente, su gente radical. su gente que vive en su torre de marfil, la gente que hubiera llevado a cabo una campaña de erosión contra la Constitución, precisamente porque la hubieran presentado como un hecho sin valor, como un hecho ya vulgar, como muchas veces sucede con lo que se ha conseguido, que no se valora debidamente. En este sentido yo debo decir que esta especie de «impasse», esta especie de suspense, como se dice ahora, en que hemos vivido, con una serie de aspectos respecto al tema autonómico, que es uno de los más sensibles, uno de los aspectos más difíciles, uno de los temas en los que más fácilmente podríamos deslizarnos por la pendiente de la radicalización, esto ha sido útil. Porque toda aquella gente que durante unas semanas nos denostó, que nos dijo que la Constitución era una especie de nuevo decreto de nueva planta ; que en realidad nos habíamos vendido al país, a los intereses del país de cientos años de Historia, en cuanto empezaron a llegar noticias del Senado, que no era más que una Cámara, y ése es su mérito, en la cual en un momento determinado, que luego pasó, resonaron, por así decirlo, tiempos, voces del pasado; resonaron viejos reflejos, como decía antes; resucitaron algunas antiguas actitudes de una forma fugaz, ello fue útil, porque dio a entender al país que ciertos planteamientos de pura utopía, ciertos planteamientos basados en la insolidaridad no pueden tener cabida, no solamente porque no serían viables, sino porque pudieran dar lugar a reacciones enormemente negativas. Fue entonces cuando empezamos a saber que pudiera suceder que se cercenaran las competencias de las Comunidades Autónomas, por ejemplo, en el campo de su Derecho Civil propio; o que se iban a conceder al Estado, a expensas, por supuesto, de las Comunidades Autónomas, nuevas competencias exclusivas en campos, por ejemplo, del medio ambiente, investigación científica y técnica o recursos hidráulicos; o cuando se dijo que se recortarían las posibilidades de las Comunidades Autónomas en la normativa del ejercicio de las profesiones tituladas; o cuando se introdujeron determinadas novedades sobre los centros de enseñanza que podrían significar una intromisión grave en el campo cultural y en las posibilidades de actuaciones educativas de las Comunidades Autónomas; o cuando se nos habló de que no había competencias en materia de casación; o de que los Estatutos se podrían modificar sin previo referéndum; o bien cuando se insinuó, se dijo, e incluso se presentó la correspondiente enmienda que desposeía a las Comunidades Autónomas de autoridad en lo relativo a museos, bibliotecas, archivos, patrimonio cultural y artístico. Cuando sucedió todo esto, toda aquella acusación basada en la utopía, basada en la ilusión, basada probablemente en la buena fe, pero basada en los planteamientos absolutamente irreales y, en algunos aspectos, hoy peligrosos, todo aquel planteamiento se vino abajo, y lo que nos sucedió a nosotros, por lo menos a los Diputados de Convergencia Democrática de Cataluña, fue que estuvimos sometidos a una nueva presión (que procedía de los mismos sectores que durante semanas y semanas habían hecho otro tipo de presión) para que volviéramos, en lo posible, al texto que había sido aprobado en el Congreso. Pienso que eso es, quizá, un elogio atípico ; pienso que eso es un elogio poco brillante probablemente, y en todo caso un elogio no entusiasmante de la Constitución.

Es una Constitución que se ha basado sobre la generosidad de muchos, porque todos hemos cedido y todos hemos conquistado algo, y algo importante; pero hemos cedido, y todos sabemos perfectamente que siempre duele más, se nota más lo que se cede que lo que se consigue

Algunos de ustedes pueden pensar que éste es un elogio que se basa demasiado en el compromiso, en el posibilismo, pero quiero decirles que no deben ustedes engañarse contra las apariencias. Nosotros, nuestra Minoría, que es una minoría pequeña, con sólo dos excepciones, sólo dos de sus Diputados no han conocido ni la prisión ni el exilio ni, incluso, alguno de ellos la tortura. Por lo tanto, no les hablamos de esto desde una perspectiva acomodaticia; no les hablamos desde la perspectiva de un perfil bajo, sino simplemente al hablar hacemos esa defensa de la Constitución, precisamente ésa, porque entendemos que puede ser comprensible a sectores que podrían erosionar y atacar a la Constitución, no a través, no mediante bombas o mediante una crítica abierta desde posturas nostálgicas del pasado, sino a través de presentarla como algo insuficiente, como algo pobre, como algo triste, como algo avaro, por así decirlo, en sus planteamientos, en sus concesiones, cuando en realidad es una Constitución (de eso estamos perfectamente convencidos, y ya nos lo decía el 21 de julio el profesor Tierno Galván) que se ha basado sobre la generosidad de muchos, porque todos hemos cedido y todos hemos conquistado algo, y algo importante ; pero hemos cedido, y todos sabemos perfectamente que siempre duele más, se nota más lo que se cede que lo que se consigue. Hemos pensado, pues, que no había nada más que añadir a lo que fue nuestro elogio de esta Constitución ahora hace tres meses, con esa especie de demostración al revés, esta especie de hacer notar hasta qué punto había alarmado la posibilidad de que aquella Constitución fuese modificada en sentido negativo. Hemos pensado que era era también una forma de defender, quizá no de una forma entusiasmante, pero sí realista, y pienso que eficaz, la Constitución que acabamos de votar. Por supuesto que esta defensa no la completaremos hasta que no hayamos terminado la serie de leyes orgánicas que hay que hacer, toda la serie de leyes a través de las cuales se consolidará la democracia. Habrá una marcha clara, segura y firme hacia la justicia, y además, a través de esto, habremos también estructurado España de acuerdo con la realidad de sus diversas regiones, de sus diversas nacionalidades, de sus lenguas y de sus culturas. Para terminar, quería decirles, en nombre de nuestra Minoría, que nosotros estamos convencidos de que esto lo conseguiremos. Nosotros sabemos que algunos de los reflejos y actitudes que nos ha llevado a colaborar durante este tiempo pasado van a reflejarse ahora. Sin embargo, queremos manifestarles, en nombre de nuestra Minoría, que de la misma forma que hemos conseguido -digan lo que quieran sus detractores- un cambio importante en el país, equilibrado y al propio tiempo profundo, nosotros, con la ayuda de ese gran instrumento de la Constitución, conseguiremos lo que les decía: consolidar la democracia, marchar adelante en el camino de la justicia y estructurar definitivamente España, de acuerdo con la realidad de sus diversas regiones y diversas nacionalidades. Gracias. 

Discurso de Jordi Pujol en el Parlamento el 4 de julio de 1978, con motivo del debate sobre el texto de la Constitución, antes de que fuera votado por el Senado.

Señor Presidente, señoras y señores Diputados, no era en principio nuestra intención intervenir en este...

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