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Sí, yo también crecí pensando que todos los empresarios llevaban Rolex y Mercedes, como si formara parte de un maquiavélico pack de bienvenida del Departamento de Recursos Humanos, y que salivaban ante cada despido. Teniendo en casa padre empresario, fue mi forma de rebelarme ante el mundo al mismo tiempo que demostraba lo idiota que era.
El tiempo y el contacto profesional con muchos de ellos, libreta en mano, me sirvió para constatar mi estupidez y admitir que montar una empresa es lo suficientemente complicado como para mofarnos del asunto. Especialmente cuando la mayoría de los que pontificamos tenemos un trabajo en el que el máximo momento de implicación en su gestión viene a final de mes cuando recibes un correo con la palabra mágica: Nómina.
Por supuesto que sigue habiendo empresarios con excesivo amor por el show off y tendencia a las comidas de tres horas con la santísima trinidad laica: copas, puro y mujeres. Pero hay una moda irritante de empresario vestido de Converse, anglicismos y camisas blancas, camuflado bajo el disfraz de emprendedor, que aparenta ser cool pero que acaba volviendo a lo siniestro. Como aquel empresario digital y dicharachero, un singermorning de primera, al que entrevisté hace años y al que en el momento de las fotos, cuando mi colega pidió que sonriera, solicitó, con una gracia que ya quisieran para sí ustedes, que yo me quitara la ropa. Por favor, no lloren de la risa, y sigan leyendo.
Pienso en esa temible coletilla de rehuir de la palabra empresario y entregarse al emprendedor, especialmente en días en los que ha salido a la luz el caso de Dídac Sánchez, un chaval que tiene más empresas que años, sin formación alguna, que ha salido en todos los medios importantes de éste y otros países y cuyo ‘imperio’ ha sido desmontado, cual castillo de naipes, por mis colegas Carlos Otto y Alfredo Pascual. Pienso en Gowex y su wifi que no fue y en las fotos de Jenaro García con políticos y su aparición en un calendario de una entidad del Ibex 35 como uno de los personajes del año. Pienso en Fever, el sueño de criatura de 18 años llamada Pep Gómez que ha conseguido en cuatro años fundir diez millones de euros y a decenas de empleados por el camino. Y me acuerdo de un emprendedor que me dijo que para no contratar a gente tenía a todo su equipo bajo la figura de falso autónomo. Aún no sé si fue antes o después de soltarme un discurso anticasta empresarial: “A los pequeños no se nos ayuda”.
Generalizar, esa cosa tan terrible en la que caemos todos alguna vez al día, es tremendamente injusto. Pero quizá las corbatas no son tan malas y la juventud y la osadía están tremendamente sobrevaloradas. Quizá no debemos dejarnos llevar por alguien que de cada cinco palabras suelte una en inglés. Quizá, en el fondo, tengamos que seguir encomendándonos a San Amancio Ortega y ahora a Martin Winterkorn, la primera víctima del escándalo Volkswagen. Ojalá alguien invente un detector de gente decente para acabar con los tópicos. Ni puros ni Converse. Siempre nos quedará el chándal.
Sí, yo también crecí pensando que todos los empresarios llevaban Rolex y Mercedes, como si formara parte de un maquiavélico pack de bienvenida del Departamento de Recursos Humanos, y que salivaban ante cada despido. Teniendo en casa padre empresario, fue mi forma de rebelarme ante el mundo al...
Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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