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“Oye, Teresuqui, que te quiero un montón”. La frase se repetía cosa de una vez por semana y así durante algo más de un año. La pronunciaba la jefa que tuve durante ese tiempo y era la coletilla final con la que se despedía de la que escuchaba y le hacía reír al otro lado del teléfono. Enseguida me enteré de que Teresuqui era Teresa Arellano, secretaria de Rodrigo Rato. No indagué más, al fin y al cabo mi jefa había trabajado a las órdenes del entonces ministro de Economía, del que repetía que era un trabajador incansable y se enorgullecía de las horas echadas en esa época de su vida, dándonos a entender al mismo tiempo que ninguno de sus esbirros habríamos estado a la altura de Rato. Salvo ella, obviamente.
Y así, Teresuqui y esa despedida telefónica formaron parte de mi memoria. Recordadas por mis compañeros de sección sin necesidad de excusa pero con muchas ganas de guasa.
Años después el director de Ctxt me encargó escribir un perfil de Rato, y al tirar de teléfono acabé topándome con el de Teresa. La persona que me lo facilitó me dijo dos cosas. La primera: “No te preocupes, lo tienen todas las redacciones de este país”, un detalle que percibí como poder, como mando en plaza. La segunda: “Es de las pocas que sigue defendiéndolo a muerte, y tiene un carácter endiablado. Prepárate”.
Marqué el teléfono con miedo, algo que no se le supone a los periodistas de raza pero una ha salido insegura desde la cuna, qué le vamos a hacer. Y me respondió una señora amable, a la que expuse, con una educación que me habría valido mención de honor en Oxford, las intenciones de mi llamada. Me pidió disculpas porque entraba al médico, me dijo que me devolvería la llamada y que contara con ella. Teresuqui pasó a ser Teresa. Desde ese mismo instante.
Me devolvió la llamada engullendo así mi escepticismo y contestó a mis preguntas. No fue una groupie, como me habían advertido, más bien me pareció el testimonio de alguien que ha estado al lado del hoy denostado Rato más de 30 años, ha sido testigo de la historia política y económica de este país y le debe, lealtades de secretaria aparte, el trabajo de su hermano, el apoyo a su familia. Cómo no apoyarle cuando los enemigos y las sospechas afloran.
Yo no he comido con Teresa Arellano, como Lucía Méndez. Le puse cara, como muchos, el día que la detuvieron. No me creo que sea la mano que mece la cuna, la reencarnación de todos los males y la versión siniestra del que fue su jefe. Imagino que aprovechó cuando Rato era el rey del mundo y se pensó que ella era la reina en la sombra, aunque en nuestra conversación se encargó de recordarme que nunca había hecho amigos en política. “En el ministerio me trataban como si fuera alta y guapa, cuando soy bajita y fea”, me dijo entre risas.
Es complicado y algo pueril dibujar a una persona cuando sólo has hablado con ella durante apenas unos minutos. Pero hay tertulianos que se conforman con menos. Y yo he venido aquí a confesar que, en el fondo, me pasa lo que a mi exjefa. Pero me niego a llamarla Teresuqui. Eso sí, cuando me devolvió la llamada también la quise. Un poco al menos.
“Oye, Teresuqui, que te quiero un montón”. La frase se repetía cosa de una vez por semana y así durante algo más de un año. La pronunciaba la jefa que tuve durante ese tiempo y era la coletilla final con la que se despedía de la que escuchaba y le hacía reír al otro lado del teléfono. Enseguida me...
Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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