La muy católica (y xenófoba) rebelión de Polonia y los países bálticos
La llegada de los refugiados sirios ha dejado al descubierto un sorprendente nivel de prejuicios entre la clase política y los ciudadanos de los países del Este que se oponen a acogerlos
Nacho Temiño Varsovia , 3/10/2015
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Increíble pero cierto. Lo que se ha venido a llamar la crisis de los refugiados en Europa ha provocado algo que hasta ahora era inimaginable: el principal tema de discusión en los medios de comunicación y en las calles de Polonia y las repúblicas bálticas ha dejado de ser el temor a una invasión rusa. Ese miedo antiguo, que durante años ha sido azuzado por políticos y periodistas, queda congelado junto con el malo-malísimo Vladimir Putin ante una amenaza mucho más inmediata: la llegada de miles de refugiados musulmanes y las exigencias desde Bruselas para que los Estados europeos acojan a estos desplazados en sus territorios.
Amenaza, porque una parte importante de la población de estos países mira con inquietud la llegada de los refugiados, y amenaza porque no son pocos los que consideran que las demandas de Bruselas atentan contra la soberanía nacional de los Estados. Polonia, por ejemplo, ha acabado dando su brazo a torcer y ha aceptado recibir 7.000 refugiados, aunque inicialmente se empeñaba en que esas cuotas fuesen voluntarias y no obligatorias. Eso sí, desde Varsovia se mantiene la demanda de que esos refugiados sean preferiblemente cristianos. Faltaría más.
El 25 de octubre se celebran elecciones generales en Polonia, con el partido nacionalista Ley y Justicia, cercano a los postulados del presidente húngaro, Viktor Orban, como favorito en los sondeos
Algo similar sucede en las repúblicas bálticas, cuya posición ha ido fluctuando en los últimos meses, y que parece haberse cerrado con unas cuotas que obligan a Lituania a acoger más de 1.100 personas, 770 para Letonia y cerca de 400 para Estonia.
Si en los Estados bálticos la cosa parece clara, no se puede decir lo mismo en Polonia, donde el 25 de octubre se celebran elecciones generales, con el partido nacionalista Ley y Justicia, cercano a los postulados del presidente húngaro, Viktor Orbán, como favorito en los sondeos.
Las últimas encuestas revelan que más de la mitad de los polacos rechazan que su país acoja refugiados musulmanes, un estado de opinión que se ha convertido en protagonista de la campaña electoral, y que explica la resistencia inicial que Varsovia planteó al sistema de cuotas propuesto desde Bruselas. Apoyar abiertamente la llegada de refugiados musulmanes puede costar la victoria en las elecciones polacas, y ningún partido quiere correr ese riesgo.
De hecho, el pasado mayo Ley y Justicia ya ganó las elecciones presidenciales, y el nuevo jefe de Estado, Andrezj Duda, ha mostrado expresamente su rechazo a las cuotas obligatorias argumentando que Polonia ya tiene bastante con atender el éxodo de ucranianos de los últimos meses.
Aquí hay que hacer un inciso porque, si bien es cierto que ha aumentado considerablemente la llegada de ucranianos, estos son considerados como emigrantes económicos, además muy bienvenidos por las empresas polacas que ven en ellos una mano de obra cualificada en muchos casos y económica siempre. De hecho, de las más de 1.200 solicitudes de asilo presentadas por ucranianos en los primeros meses de este año, ninguna ha sido aceptada. No obstante, no puede descartarse que un empeoramiento de la guerra en Ucrania no provoque un éxodo masivo, en cuyo caso Polonia sería la puerta de entrada a la Unión Europea.
Las últimas encuestas revelan que más de la mitad de los polacos rechazan que su país acoja refugiados musulmanes, un estado de opinión que se ha convertido en protagonista de la campaña electoral
Más incendiaria es la opinión de la candidata de Ley y Justicia a la jefatura del Gobierno, Beata Szydlo, quien cree que Polonia "ha traicionado a sus aliados", en referencia a Hungría, República Checa y Eslovaquia, al aceptar el sistema de cuotas. Para Szydlo, la imposición de cuotas "es un escándalo, ya que se toma en contra de los criterios de seguridad nacional y sin la aceptación del pueblo polaco".
Lo que hará el partido de Szydlo si se confirma su victoria en las elecciones es una incógnita, pero lo que sí sabemos es lo que hace ahora: alertar del riesgo de que entre esos refugiados se escondan terroristas y de que en el futuro se creen guetos como en Francia, alarmar del elevado coste que tendrá acoger a esos desplazados y echarse las manos a la cabeza ante un futuro en el que los minaretes competirán con las torres de las iglesias.
La crisis de la UE ha dejado al descubierto un sorprendente nivel de prejuicios entre la clase política de estos países. La exministra de Exteriores de Estonia, Kristiina Ojuland, declaraba en Facebook: "Como una persona blanca, siento que la raza blanca está amenazada". Otro ejemplo de disparate lo daba la alcaldesa de Birzai, en Lituania, cuando dijo que preferiría ser violada a permitir refugiados en su ciudad. En otros casos se ha rescatado a pensadores como la periodista Oriana Fallaci, quien alertaba años atrás de que Europa se podría convertir en una colonia del islam y llamaba a la resistencia contra la invasión musulmana.
Así podríamos enumerar decenas de ejemplos de políticos de partidos radicales y no tan radicales, porque la polaca Ley y Justicia es un partido nacionalista y conservador, pero no se puede catalogar como de extrema derecha, al menos no en el espectro político polaco.
Ese discurso de los políticos ha ido de la mano de los comentarios de la gente de a pie en redes sociales, donde expresan sin tapujos sus temores al terrorismo islámico, su escepticismo sobre la autenticidad de las reclamaciones de los refugiados que dicen huir de la guerra y, por supuesto, una xenofobia en estado puro que a veces muestra un alarmante nivel de ignorancia.
Los medios de comunicación de estos países saltan las barreras de lo políticamente correcto a la hora de tratar el tema de los refugiados, y en ocasiones presentan una realidad que nada tiene que ver con la que aparece retratada en la mayoría de medios de países occidentales
Al mismo tiempo, los medios de comunicación de estos países saltan las barreras de lo políticamente correcto a la hora de tratar el tema de los refugiados, y en ocasiones presentan una realidad que nada tiene que ver con la que aparece retratada en la mayoría de medios de países occidentales como, por ejemplo, España. Si la actitud de los medios es o no responsable es otra cuestión que necesitaría más de un párrafo para analizarse.
Pero tampoco se puede olvidar que la retórica de ciertos políticos de Europa occidental también arrastra una gran ignorancia sobre la realidad socioeconómica de los Estados post-comunistas, donde la tasa de inmigración es casi anecdótica y el nivel económico se sitúa por debajo de la media comunitaria. Es más que posible que el discurso desde Bruselas no haya tenido en cuenta las sensibilidades de una zona de Europa que en muchos aspectos poco tiene que ver con las sociedades más ricas de Alemania, Italia o Francia. Así que no solo se debe cuestionar la actitud de Varsovia, Vilna o Riga, sino también la forma en la que la Unión Europea ha planteado la solución a la crisis migratoria a Europa del Este.
No podemos olvidar que las repúblicas bálticas son Estados pequeños, muy celosos de su independencia y de una identidad cultural que ha resistido durante siglos a la asimilación cultural rusa, donde se teme que los refugiados no puedan integrarse, además de cuestionarse si las finanzas públicas podrán acarrear la carga que supone acoger a estos desplazados.
No podemos olvidar que las repúblicas bálticas son Estados pequeños, muy celosos de su independencia y una identidad cultural que ha resistido durante siglos a la asimilación cultural rusa
En el caso de Polonia, hablamos de la sociedad más homogénea étnicamente de Europa y, de acuerdo con estadísticas europeas, con una proporción de extranjeros inferior al 0,5%, la tasa más pequeña en toda la UE. A ello se suma que más del 90% de polacos se define como católico y que, según datos de 2010, sólo unos 20.000 ciudadanos profesan la religión musulmana, una gran desconocida en Polonia.
Impedimentos que, al final, no han evitado que Polonia y las repúblicas bálticas acepten a regañadientes el sistema de cuotas propuesto por Bruselas, en un giro de timón político en el que ha sido clave el actual presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk.
Tusk, predecesor de Ewa Kopacz al frente del Gobierno polaco, ha presionado para que su país muestre más solidaridad y se desmarque del núcleo duro formado por Eslovaquia, República Checa y Hungría.
Donald Tusk ha venido a decir que si Polonia y las bálticas no muestran ahora solidaridad, cómo podrían esperar apoyo europeo ante un empeoramiento de las relaciones con Rusia. Señores, los europeos del Este no interesados en ayudar a resolver la crisis de los refugiados deben prepararse para que el resto de la UE pierda interés en sus problemas, se dice que espetó Tusk en una de las muchas reuniones que los líderes comunitarios han mantenido en los últimos meses.
El argumento ha calado, al menos en una parte de Europa del Este, mientras que la República Checa, Eslovaquia y, por supuesto Hungría, mantienen su propia guerra al sistema de cuotas. De todas formas, y a pesar del éxito parcial, el papel de Tusk permite volver al comienzo de este artículo: el miedo atávico a Rusia. Si tú no me ayudas hoy, yo no te ayudaré mañana. Así parece que debieran funcionar las cosas si se quiere construir una Europa unida.
Increíble pero cierto. Lo que se ha venido a llamar la crisis de los refugiados en Europa ha provocado algo que hasta ahora era inimaginable: el principal tema de discusión en los medios de comunicación y en las calles de Polonia y las repúblicas bálticas ha dejado de ser el temor a una invasión rusa....
Autor >
Nacho Temiño
Periodista en Europa Oriental, adonde llegó fascinado por el mundo postcomunista. Desde ahí trabaja como corresponsal y colabora con diversos medios españoles y locales. Ahora está embarcado en un doctorado. Veremos qué será lo próximo.
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