Cincuentona y a mucha honra
A mí, plin
Marta Rañada 7/10/2015
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¡Qué tiempos aquellos en los que siempre estaba preocupada! Que si las niñas están en el parque y se pueden hacer daño, que si no hay cena y van a cerrar el súper, que si tengo que hacer un regalo de cumpleaños y no se me ocurre nada. ¡Esas sí que eran preocupaciones de verdad que me dejaban toda la noche sin dormir! A veces hasta las echo de menos.
Ahora todo es mucho más sencillo: las chicas, en vez de estar en el jardín, pueden andar, por ejemplo, recorriendo Europa en tren con una mochila sobre los hombros; la comida ha dejado de interesarme —que conste que la dentadura la conservo intacta—; y los regalos no me quitan el sueño, directamente ya no los compro porque no tengo ni un duro —debería decir un euro, pero, ¿qué queréis que os diga?, no suena igual—. El dinero es algo que dejó de obsesionarme cuando los extractos de la cuenta cambiaron de color, supongo que el exceso de tinta roja me ha inmunizado.
Algunas veces me pregunto si no habré caído algún día, sin darme cuenta, dentro de la marmita de Obelix, y, en lugar de fuerza, me ha concedido el don de la serenidad. Cuando lo pienso, cierro los ojos e imagino a Panoramix, el druida, revolviendo con su cucharón un enorme caldo aderezado con Amiplines —categoría en la que incluyo sustancias como la valeriana, la hierba luisa, el Lexatín, el Orfidal o el Prozac—, especialmente cocinado para sumergir en él a las personas de cierta edad que han sobrepasado el umbral de preocupación y necesitan un descanso.
Sea como sea, la vida ahora me resulta fácil y duermo a pierna suelta. ¿El secreto? Ya no me empeño en buscar soluciones a problemas irresolubles; los he convertido en solubles. Me explico. Los disuelvo en agua y floto sobre ellos.
No voy a engañar a nadie, la vida es tenaz y se empeña en dar la lata siempre que puede. Incluso hoy en día, bajo los efectos de la poción mágica —no sé si relajante o psicotrópica—, de vez en cuando me lanza algún golpe; la diferencia es que ahora, después de casi cincuenta años sufriéndolos en silencio, los veo venir y, en cuanto presiento que se acercan, aprieto los puños y entono un “¡Por tutatis!” que despierta al “a mí plin” que llevo dentro y éste, como un buen galo, acude raudo y veloz en mi auxilio gritando: “¡Están locos estos romanos!” Pero esa es otra historia…
¡Qué tiempos aquellos en los que siempre estaba preocupada! Que si las niñas están en el parque y se pueden hacer daño, que si no hay cena y van a cerrar el súper, que si tengo que hacer un regalo de cumpleaños y no se me ocurre nada. ¡Esas sí que eran preocupaciones de verdad que me dejaban toda la...
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Marta Rañada
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