Reflexión
El partido de los filósofos
Apartado de las letras en el imaginario, grandes pensadores y literatos se reconocen adictos al balón
Toni Cruz 28/10/2015
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Según cuenta Fernando Iwasaki en su cuento Apolíneos y dionisíacos, se dice que Nietzsche jugó de centrocampista en el equipo de fútbol de la Universidad de Leipzig. Es más, él y sus compañeros fueron capaces de vencer (cuando ese deporte aún era más parecido al rugby) a un combinado universitario inglés que estaba arrasando a todos sus competidores en Europa. Lo hicieron apostando por un arriesgado sistema 1-2-2-6 y al ritmo de piezas de Schumann. Iwasaki pone en boca del padre del nihilismo la frase “Dionisio ha derrotado a Apolo”, dicha mientras se secaba el sudor de su frente y se tomaba un refrigerio reparador. Y, aunque no se mencione directamente ese singular envite en sus textos, la impronta de la existencia de dos fuerzas antitéticas en permanente conflicto le movió a componer El nacimiento de la tragedia unos años más tarde.
Ha habido filósofos que han jugado al fútbol. Otros lo han admirado y algunos lo han denostado con saña. Es tentador empezar este repaso recordando el partido de los filósofos, una final de un campeonato mundial pensada por los Monty Python en la que una selección alemana se medía contra un combinado griego en un supuesto estadio olímpico de Múnich (en realidad el gag fue rodado en el más modesto Grünwalder Stadion, también bávaro). Por los teutones, dirigidos por Martín Lutero en un sistema 4-2-4, jugaron Leibniz, Kant, Nobby Hegel (el capitán), Schopenhauer, Schelling, Franz Beckenbauer (sí, el del Bayern, como infiltrado en el centro del campo), Jaspers, Schlegel, Wittgenstein, Nietzsche y Heidegger. Que se sepa, de todos ellos, exceptuando al ya mentado Nietzsche y a Beckenbauer, ninguno era un as del deporte.
Se dice que Nietzsche jugó de centrocampista en el equipo de fútbol de la Universidad de Leipzig.
Enfrente, un combinado heleno con Platón y sus anchas espaldas en la portería; Aristóteles, Epícteto, Sófocles, Empédocles de Agrigento, Plotino, Heráclito, Demócrito, Epicuro, Sócrates y Arquímedes; este último, la gran sorpresa en el once según el narrador Michael Pallin. No se deja entrever quién dirigía esa selección de peripatéticos y atomistas, pero bien podía ser Tales de Mileto.
Al final, el encuentro se resuelve en el último minuto gracias a un cabezazo del mayéutico (de quien, por cierto, se dice que era más bien bajito y gordito), que se encontraba en una clara posición de fuera de juego, una vez vistas a cámara lenta las imágenes. El arbitraje de Confucio, mal auxiliado por Santo Tomás de Aquino y San Agustín de Hipona, no estuvo a la altura del envite (quién sabe si la influencia aristotélica en la Suma teológica del escolástico le pudo pesar a la hora de levantar el banderín). De nada sirvió que Kant apelara al imperativo categórico. Los griegos, para los Monty Python, habían vencido.
La filosofía y el fútbol, más allá de la ficción
Dejando al margen esa delirante visión, sí que ha habido pensadores brillantes a los que el fútbol les ha llenado la vida (más allá de Valdano y Cappa). Conan-Doyle, por ejemplo, ejerció de portero para el Portsmouth bajo el seudónimo de A.C. Smith. Era buen deportista, toda vez que luego destacara en otras disciplinas como el críquet. Su experiencia la plasmó en sus libros, por mucho que su hijo predilecto Sherlock dijera que los partidos de fútbol no estaban en su horizonte en absoluto. También de portero jugó Albert Camus, en el RUA de Argel. Allí aprendió (y lo plasmó en el artículo titulado Lo que debo al fútbol) que “la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga”. Tanto empeño le ponía que se llevaba palizas de su pobre abuela cuando comprobaba al anochecer que la suela del prometedor portero estaba gastada por trotar demasiado. Una tuberculosis le retiró prematuramente pero le permitió concentrarse en los libros.
Nunca fueron porteros, que se sepa, pero discutieron sobre un guardameta dos enormes literatos. Rafael Alberti, culé, compuso una Oda a Platko (portero del Barça que defendió con éxito sus redes en la final de la Copa de 1928) mientras que el también poeta Gabriel Celaya, de la Real Sociedad, contraatacó con su Contraoda. Si uno alababa los vuelos del guardameta magiar, el otro ponía el énfasis en los “diez penaltis claros” que les “robaron”.
Nunca fueron porteros, pero discutieron sobre un guardameta Rafael Alberti, culé, y Gabriel Celaya, de la Real Sociedad.
Igual de confeso pelotero era Jean Paul Sartre, que dejó escrito (apelando a Perogrullo, o quizás no tanto) que “en un partido de fútbol todo se complica por la presencia del equipo contrario”. Su afición --era hincha del Paris Saint Germain-- le ayudó a explicar postulados en su crítica de la razón dialéctica. Conocedora de la pasión por los balones de Sartre, la también escritora Françoise Sagan le escribió luego una carta de amor al estrábico pensador en la que confesaba lo siguiente: “Lo que me interesa es que reciba esta carta el 21 de junio, día fausto para Francia, que vio nacer, con algunos lustros de intervalo a usted, a mí y más recientemente a Platini, tres excelentes personas llevadas en andas o pateadas salvajemente, en su caso y en el mío gracias a Dios sólo en sentido figurado, por excesos de honores o indignidades que ellas no se explican”.
El también francés Edgar Morin dijo que no veía al fútbol como una forma de “alienación moderna” sino más bien como “una poesía colectiva” antes de reconocer en 1998 que había anulado todas sus citas y compromisos para tragarse todos los partidos del Mundial que se celebró en su país (podía haberlo resumido con un mundano: “dejadme el mando e iros por ahí”). En Italia también se ama al Calcio. Antonio Gramsci dijo de él que era “el reino de la lealtad al aire libre”. A buen seguro, o no, que para el jugador retirado Cristiano Lucarelli, tan comunista como Gramsci, la estela del pensador le resultó inspiradora.
El francés Edgar Morin dijo que veía al fútbol como "una poesía colectiva".
La inevitable detracción
Pero (y nos adentramos en el lado opuesto de la balanza, sin abandonar la bota transalpina) Umberto Eco dejó claro lo que no le gusta del fútbol en un artículo en El País en junio de 1990: “No me gusta el hincha porque tiene una extraña característica: no entiende por qué tú no lo eres e insiste en hablar contigo como si lo fueras”. Tampoco era muy amante del primitivo fútbol William Shakespeare, quien en El rey Lear plasmó como insulto aquello de “¡Tú, despreciable jugador de fútbol!".
Entre los feroces enemigos del balompié sobresale Jorge Luis Borges, sobre todo por su condición de argentino. Reconoció en una entrevista en 1978 que una vez fue a ver un partido entre Uruguay y Argentina con Enrique Amorim y el resultado fue el siguiente: “Entramos a la cancha, Amorim tampoco se interesaba por el fútbol y como yo tampoco tenía la menor idea, nos sentamos; empezó el partido y nosotros hablamos de otra cosa, seguramente de literatura. Luego pensábamos que se había terminado, nos levantamos y nos fuimos. Cuando estábamos saliendo alguien me dijo que no, que no había terminado todo el partido, sino el primer tiempo, pero nosotros igual nos fuimos”. Con ese entusiasmo, es normal que luego dijera que “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”. En la España contemporánea se ha manifestado abiertamente enemigo del fútbol, y con particular inquina por la selección, Fernando Sánchez Dragó. En una conversación con El Mundo en 2001 llegó a decir que el fútbol le parecía “la degradación de la condición humana. Quien lee prensa deportiva se hace cómplice de esa degradación”.
Para el final, y a modo de resumen de este somero recorrido, dejamos al escritor-pensador que probablemente mejor haya explicado el fútbol como algo trascendental. Eduardo Galeano se preguntó en qué se parecía el fútbol a Dios, y la respuesta fue: "En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales".
P.D. Los Monty Pithon pusieron en evidencia una de las frases más célebres dichas sobre el fútbol, la que sentenció Gary Lineker, que pensaba más con los pies que con la cabeza: “el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania”. Quod (non) erat demonstrandum.
Según cuenta Fernando Iwasaki en su cuento Apolíneos y dionisíacos, se dice que Nietzsche jugó de centrocampista en el equipo de fútbol de la Universidad de Leipzig. Es más, él y sus compañeros fueron capaces de vencer (cuando ese deporte aún era más parecido al rugby) a un combinado...
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Toni Cruz
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