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Despertar. Una guía para la espiritualidad sin religión
Sam Harris
Traducción de Fina Marfá
Editorial Kairós, 2015
330 páginas
Me considero una persona racional. No creo en dioses ni fantasmas, considero que la homeopatía y el reiki sirven como placebo y me tranquiliza saber que una parte del mundo se mueve mediante pensamiento científico. Por eso, durante años, cada vez que alguien hablaba de meditación o espiritualidad me ponía en alerta, sacaba mi radar magufo y preparaba una respuesta o un suspiro de resignación.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, me he acercado con cautela a la meditación y a su versión actual, el mindfulness. Más desde la teoría que desde la práctica. En los libros sobre neurociencia se apunta que la meditación puede modificar la estructura cerebral; también un sabio llamado Bertrand Russell afirmaba que una de las claves para lograr la felicidad era prestar atención (y el mindfulness es, precisamente, eso). Pero para ser feliz no necesitaba dioses, reencarnaciones ni karmas. ¿Es posible encontrar una guía de meditación laica, alejada de todo tipo de religión? La respuesta de encuentra en el último libro de Sam Harris.
Este señor es filósofo, neurocientífico y escritor. Durante años ha sido azote de las religiones y se le suele relacionar con otros ateos notables como Christopher Hitchens, Richard Dawkins o Daniel Dennett: Los Cuatro Jinetes del Ateísmo. Con este bagaje, resulta sorprendente que escriba un libro titulado Despertar; la clave está en el subtítulo: Una guía para la espiritualidad sin religión.
En los primeros capítulos, Harris marca la diferencia entre ambas. Continúa criticando la religión, que califica de monumento a la ignorancia y la superstición creado por nuestros antepasados, pero establece una jerarquía: mientras las religiones del libro (cristianismo, islam y judaísmo) parten de la creencia en un dios, en profetas y milagros, otras como el budismo nacen de la búsqueda interior. Sin aceptar los aspectos más sobrenaturales del budismo (como la reencarnación), Harris sostiene que es menos perjudicial y puede facilitar el autoconocimiento.
Debemos separar la espiritualidad de la religión y entenderla como una cualidad inherente a todas las personas.
Místicos y contemplativos lo dicen desde hace siglos, pero son cada vez más las investigaciones científicas que lo corroboran (...) Tardé años en poner esta experiencia en contexto. Pero ahora sé que Jesús, Buda, Lao Tsé y los demás santos y sabios de la historia no fueron epilépticos, esquizofrénicos o un engaño. Sigo pensando que las religiones del mundo eran puras ruinas intelectuales, que se mantenían con un coste económico y social enorme pero ahora sabía que las verdades psicológicas importantes podían hallarse entre los escombros.
(...) La naturaleza de nuestra mente tiene aspectos mucho más hondos que conocer. Lamentablemente, el debate sobre ellos se ha producido por completo en el contexto de la religión y, por tanto, envuelto en falacias y supersticiones a lo largo de la historia de la humanidad.
¿Por qué es necesaria esta espiritualidad? Sam Harris responde de una forma muy sencilla: para ser feliz. Necesitamos mirar al interior para sobreponernos a la vida exterior. El ser humano, por definición, es un ser insatisfecho (de hecho, si no lo fuera no hubiera inventado la rueda o Internet):
Nuestros placeres son, por su propia y pura naturaleza, fugaces. Si alcanzamos un gran éxito profesional, la sensación de logro continuará viva y placentera una hora, quizás un año, pero luego se apagará. Y seguirá la búsqueda.
Pasamos la vida luchando contra el dolor, la tristeza y el aburrimiento, dice Harris. un buen antídoto es prestar atención. Dedicar tu cerebro de forma intensa a cualquier cosa (sea respirar, estudiar alemán o mirar un paisaje) modifica nuestras sensaciones y emociones.
Harris habla de meditación, de espiritualidad, de iluminación… y el lector puede pensar que se parece a otros otros libros de autoayuda. Pero bajo sus frases siempre subyace un pensamiento científico y un límite que separa espiritualidad de religión. Cuando crees que está cayendo por la pendiente resbaladiza de la new age o el pensamiento mágico, Harris presenta un argumento, una reflexión o un hecho que recuerda que, ante todo, él es un científico. A lo largo de todo el libro, Harris trata de enseñarnos a transformar nuestra mente al tiempo que mantenemos un vigilante pensamiento científico.
Los capítulos dedicados a la conciencia y a la noción de yo son los más complejos, la ciencia todavía no ha dado con una respuesta clara sobre estos temas y se cruza con la filosofía. Harris repasa las teorías sobre la conciencia y termina por concluir que, hoy por hoy, es imposible de definir, siempre se cae en argumentos circulares. Tal vez, dice, el ser humano no esté capacitado para ello. O tal vez dentro de 30 años los científicos sonrían al repasar las teorías actuales, como sucede en otros ámbitos de la ciencia.
Respecto al yo, todavía continúa el debate sobre nuestra esencia. Descartada el alma, ¿qué somos? ¿Un cuerpo? ¿Nuestro pensamiento? En un transplante de cerebro, ¿dónde quedaría el yo? De ahí avanza a la gestión de los pensamientos, una de las bases de la meditación. Es imposible detenerlos, estamos en un continuo fluir. Incluso si creemos que hemos vaciado la mente de pensamientos, eso es un pensamiento.
Harris entra a hablar con detalle de la meditación a mitad del libro. Aunque en ocasiones da ciertas pautas para su ejercicio, Despertar no es tanto una guía como un ensayo sobre esta actividad mental. Relata sus experiencias con maestros hindúes; estuvo un año en retiro de silencio, practicó meditación con varios gurús y vio aciertos y fallos de sus enseñanzas. Le gustó especialmente el Dzogchen, una enseñanza budista. En estos capítulos sigue marcando la línea entre espiritualidad y dogma. Sigue pisando tierra firme. No olvida que es un científico que medita, ni permite que el lector lo olvide:
Para aprender la técnica del Dzogchen no tengo que creer en nada irracional sobre el universo o sobre el lugar que ocupo en él. No tengo que aceptar las creencias del budismo tibetano sobre el karma y el renacimiento ni imaginar que los maestros de la meditación poseen poderes mágicos.
Advierte del peligro de que un gurú se aproveche de un alumno y recuerda casos de gurús como David Koresh, de los Davidianos, que terminaron en sangre. Sin llegar a ese extremo, sí hay casos de abusos físicos, psicológicos y sexuales de maestro a alumno que se justifican como enseñanzas. El problema, dice, es que es difícil separar al buen maestro del malo:
En las cuestiones espirituales, los chiflados y los impostores son especialmente difíciles de detectar. Es una lástima que esa consecuencia de la materia en cuestión. (...) Cuando aprendemos golf, veremos de inmediato la capacidad del profesor y éste, a su vez, evaluará nuestro progreso sin dejar nada a la imaginación. [En el terreno espiritual], la capacidad del maestro y el progreso del alumno son más difíciles de evaluar.
Lograr una meditación total, una iluminación, tal vez sea imposible, dice Harris. Pero la sola capacidad de meditar --permanecer con conciencia durante unos momentos antes de que surja el siguiente pensamiento-- ofrece un profundo alivio para el sufrimiento mental. Para experimentar los beneficios de andar por el camino no es necesario que lleguemos al final.
Despertar. Una guía para la espiritualidad sin religión
Sam Harris
Traducción de Fina Marfá
Editorial Kairós, 2015
330 páginas
Me considero una persona racional. No creo en...
Autor >
Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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