MEMORIA HISTÓRICA
La segunda muerte de Ruiz Alonso
La localidad salmantina de Villaflores modifica el nombre de la calle que hasta este mismo año recordaba al diputado de la CEDA, responsable directo de la detención de Federico García Lorca en agosto de 1936
Miguel Barrero 2/12/2015
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Villaflores, enclave apacible y discreto, es un municipio salmantino que pertenece al partido judicial de Peñaranda. Viven en él 291 personas, según el padrón elaborado por el Instituto Nacional de Estadística en 2014, y las crónicas dicen que sus orígenes se remontan a la repoblación que los reyes de León fueron acometiendo durante el medievo en las tierras reconquistadas al islam. Villaflores recibió en el siglo XIII el nombre de Velacos y en 1833, con la creación de las actuales provincias, quedó inscrita dentro de los dominios salmantinos.
Poco más habría que contar de este lugar en el que ni siquiera recalan los turistas despistados. No hay monumentos de interés, ni restaurantes reputados, ni paisajes de ensueño. Sólo esa belleza agreste y árida de la que presume la estepa mesetaria y que únicamente se aprecia si quien observa ha podido educar el ojo previamente. En realidad, si el nombre de Villaflores llegó a gozar de algo parecido a la notoriedad fue porque se trataba del único lugar de España que contaba, hasta hace bien poco, con una calle dedicada a Ramón Ruiz Alonso.
El tiempo y la desmemoria acostumbran a hacer tan bien su trabajo que muchos serán incapaces de reconocer el nombre al primer vistazo. Sólo tras cavilar unos instantes darán con el quid de la cuestión. En sentido estricto, puede decirse que Ramón Ruiz Alonso fue muchas cosas: obrero tipógrafo, diputado en Cortes por Granada entre 1933 y 1936 en representación de la Confederación Española de Derechas Autónomas y autor de un panegírico fascista titulado Corporativismo; fue, también, el padre de las actrices Emma Penella, Elisa Montés y Terele Pávez. Pero Ramón Ruiz Alonso ha pasado a la historia, fundamentalmente, como el hombre que el 16 de agosto de 1936 detuvo al poeta Federico García Lorca para entregarlo a quienes dos días después acabarían con su vida junto al barranco de Víznar.
La pregunta surge de inmediato: ¿qué pintaba en este lugar remoto de Villaflores, en el corazón de la Tierra de Peñaranda, una calle dedicada a honrar la memoria de un personaje tan siniestro? La respuesta la daba ya Ian Gibson en su obra El hombre que detuvo a García Lorca: aunque comenzó a labrarse un nombre en Granada, Ruiz Alonso nació en Villaflores el 14 de noviembre de 1903 y recibió educación de los salesianos que oficiaban en el colegio salmantino de María Auxiliadora, donde conoció a José María Gil Robles.
Luego, las circunstancias económicas —una penuria repentina no suficientemente aclarada— empujaron a la familia a Madrid, donde el joven Ruiz Alonso comenzaría a especializarse en los quehaceres que le terminarían conduciendo a Andalucía. Fueron esos orígenes los que justificaron que a finales de noviembre de 1933, cuando las elecciones certificaban el triunfo de la CEDA y el tipógrafo, que casi acababa de instalarse en Granada, obtenía su flamante escaño en la Carrera de San Jerónimo, su pueblo natal le rindiese honores. Gibson relata que, tras el triunfo electoral, Ruiz Alonso “no tardaría en visitar su patria chica de Villaflores, donde se organizó un banquete para festejar el feliz acontecimiento y se dio su nombre a una de las calles del pueblo”.
El regidor, según fuentes municipales, llevaba años queriendo cambiar la denominación de la calle, pero siempre chocaba con la oposición de los vecinos
Puede entenderse, pues, que en aquel momento el homenaje estuviese justificado, aunque resultara ciertamente prematuro. Lo que no está tan claro es la razón de que el nombre perviviese en el callejero cuarenta años después de muerto Franco, mucho más teniendo en cuenta que desde finales de 2007 existe una Ley de Memoria Histórica que persigue el enaltecimiento de las conductas criminales que tuvieron lugar durante la guerra civil y en la posterior represión franquista. En el año 2000, antes de que la norma se aprobase, el periodista Víctor Fernández elaboraba un reportaje acerca del mal estado de conservación de los lugares lorquianos cuando constató la existencia de una calle dedicada a Ramón Ruiz Alonso en Villaflores.
“Llegué a llamar al ayuntamiento”, recuerda el autor, “pero finalmente no publiqué nada porque el artículo que preparaba se circunscribía a Granada”. Fernández, que ha centrado una buena parte de su carrera en el análisis de todo cuanto concierne a Federico García Lorca y sus compañeros de la Residencia de Estudiantes y la Generación del 27, se apoya en las páginas de Corporativismo para definir a Ruiz Alonso como “un fascista con todas las de la ley” y considera “una ilegalidad” que su nombre se mantuviera presente, tanto tiempo después, en el exiguo entramado urbano de Villaflores.
El bastón de mando lo lleva en el pueblo, desde 1987, Vicente José González, uno de los alcaldes más longevos con los que cuenta el Partido Popular en la provincia salmantina. Aunque algo tarde, ha hecho que el sentido común y la lógica imperen en los silenciosos recodos de este minúsculo pueblecito de la comarca peñarandesa. La cosa ha tenido su miga. El regidor, según fuentes municipales, llevaba años queriendo cambiar la denominación de la controvertida calle, pero siempre acababa chocando con la oposición de los vecinos, que no estaban dispuestos a someterse a los embrollos administrativos que siempre se derivan de estas operaciones.
Justicia por casualidad
Tuvo que ser un recurso de Izquierda Unida el que desbloqueara la situación, pero ni así la cosa deja de revestir un carácter, cuando menos, pintoresco. Para empezar, esa formación política no está presente en el Ayuntamiento de Villaflores, en cuya bancada se sientan sólo PP y PSOE, pero fue su federación provincial la que lanzó a todos los ayuntamientos salmantinos la propuesta de eliminar de los callejeros no el nombre de Ruiz Alonso, del que no se hacía la menor mención, sino el del falangista Salas Pombo, otra figura de agrio recuerdo.
Diego Salas Pombo (Barcelona, 1918-Madrid, 1997) fue gobernador civil y jefe provincial del Movimiento Nacional en Salamanca y su figura gozaba de abundantes menciones a lo largo y ancho del territorio —en la capital charra llegó a tener un barrio entero puesto bajo su advocación—, lo que llevó a IU a solicitar formalmente que su nombre desapareciese de los callejeros. Fue el hecho de que Villaflores contara también con una calle dedicada a este notorio prohombre del régimen franquista lo que llevó a que el pleno municipal que se celebró el 22 de enero de 2015 decidiera, por unanimidad, suprimir su nombre y, de paso, eliminar también el de Ramón Ruiz Alonso, que hasta aquel instante se había mantenido en un segundo plano tan discreto que ni siquiera había molestado a los responsables del mencionado recurso.
Los vecinos no dejaron de evidenciar su malestar, pero con el paso de los meses parece que se han ido acostumbrando a la nueva denominación de las calles. No obstante, ellos no son los únicos para los que el recuerdo de Ruiz Alonso viene a suponer una especie de mal menor. En las últimas décadas se han dejado oír algunas voces que han querido eximir a Ruiz Alonso de la responsabilidad que desde siempre se le ha achacado en la tragedia lorquiana. Ian Gibson, no obstante, asegura en los muchos libros que ha dedicado al asunto —especialmente en el que ha llegado a erigirse en biografía canónica, el monumental Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca— que el suyo fue un papel fundamental.
Los vecinos no dejaron de evidenciar su malestar, pero se han ido acostumbrando a la nueva denominación de las calles
También Víctor Fernández lo tiene claro: “Según mis fuentes, él conoce el paradero del poeta el 15 de agosto de 1936, mientras asiste a un acto religioso en Víznar junto con su compinche Juan Luis Trescastro; por la tarde, firma en la redacción del diario Ideal la denuncia y José Valdés, el gobernador civil, da el visto bueno”. Al día siguiente, Ruiz Alonso, el abogado García-Alix y el mencionado Trescastro —quien tras el asesinato se jactaría de haberle metido a Lorca “dos balas en el culo, por maricón”— se personaron en casa de Luis Rosales para proceder a la detención. “Ruiz Alonso era un tipo muy violento en esos días, se trataba de un fascista declarado que actuaba como tal”, cuenta Fernández. Lo que sucedió después del prendimiento es, tristemente, historia conocida.
“No creo que el ser uno de los responsables del asesinato del poeta español más importante del siglo XX sea un mérito para una calle. Ni destacó como diputado, ni como hombre”. Son palabras de Fernández que refrendó el propio Ayuntamiento de Villaflores el pasado mes de enero. Desde entonces, la calle que una vez llevó su nombre recuerda ahora a San Agustín y la de Salas Pombo ha pasado a conocerse como de San Martín. En ambos casos se hace honor a los dos patronos con los que cuenta el pueblo.
La justicia poética ha querido que las fechas cuadraran a la perfección. Hace ahora cuatro décadas, en 1975, Ramón Ruiz Alonso temió que en los nuevos tiempos que llegaban tras la muerte de Franco pudiesen exigirle cuentas por las responsabilidades pasadas y terminó emigrando a Las Vegas, donde residía la única de sus hijas que no se hizo actriz. Allí murió y sus restos fueron repatriados en una fecha imprecisa. Se dice que reposan en la Sacramental de San Justo, en Madrid, bajo una lápida en la que ni siquiera consta su nombre real. El mismo que hasta hace unos meses sí figuraba en esa calle de Villaflores que ahora ha cambiado sus señas, certificando así la segunda y definitiva muerte del protagonista de una de las páginas más negras de la historia de la literatura española.
Villaflores, enclave apacible y discreto, es un municipio salmantino que pertenece al partido judicial de Peñaranda. Viven en él 291 personas, según el padrón elaborado por el Instituto Nacional de Estadística en 2014, y las crónicas dicen que sus orígenes se remontan a la repoblación que los reyes de León fueron...
Autor >
Miguel Barrero
Asturiano de Oviedo, 1980. Ha escrito Espejo (KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012) y Camposanto en Collioure (Trea, 2015). Ha colaborado en obras colectivas como la antología Náufragos en San Borondón (Baile del Sol, 2012) o Tripulantes (Eclipsados, 2007).
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