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Alexander Lukashenko perpetúa su régimen autoritario

“Es mejor ser dictador que homosexual", afirma el presidente de Bielorrusia, en el poder desde hace 21 años. En los comicios del pasado octubre se impuso con el 84% de los votos

Nacho Temiño Varsovia , 2/12/2015

<p>El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko.</p>

El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko.

Zachary Harden

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Dicen de él que es el último dictador de Europa, a lo que responde que "es mejor ser dictador que homosexual". Y añade, por si quedan dudas sobre su cosmovisión: "Si una mujer es lesbiana, es siempre por culpa de un hombre". Sus conciudadanos le quieren y le odian, pero sobre todo le temen, porque Alexander Lukashenko controla Bielorrusia como un padre severo, el “padrecito”, como le llaman con cariño sus partidarios, y todo apunta a que así seguirá siendo por muchos más años.

En su país sobran las presentaciones. Alexander Lukashenko, el hombre que protagoniza los telediarios y acapara las portadas de los diarios, gobierna la exrepública soviética desde 1994. Victorioso en todas las elecciones, siempre con más del 70% de los votos, en los últimos comicios, celebrados el pasado octubre, se impuso nada más y nada menos que con el 84% de los sufragios y una envidiable participación cercana al 90%. En Bielorrusia, por si quedaba alguna duda, el pueblo adora a Lukashenko, al menos a la hora de votar porque, dicen algunos, “¿a quién más se puede votar?”.

¿Y cuál es la receta para ese cóctel de amor y votos? Quizá una de ellas sea el peculiar estilo de gobierno de Lukashenko, además de sus mensajes contundentes sobre la homosexualidad y la afeminación de Europa. Él se considera un gobernante de corte autoritario, y rechaza las acusaciones de medios occidentales que insisten --en muchos casos sin conocer la realidad local-- en que el país se encuentra bajo una dictadura. "Tengo un estilo autoritario de gobierno, y siempre lo he admitido. Creo que es necesario controlar el país, pero con la prioridad de no arruinar la vida de las personas con malas políticas".

Si bien es cierto que en sus inicios gozaba de amplio apoyo popular, los años en el poder y los problemas económicos de Bielorrusia, incluidas repetidas devaluaciones de su moneda, han desgastado ese apoyo, especialmente entre los jóvenes y los profesionales liberales. Para sus detractores, la verdadera explicación del repetido éxito electoral de Lukashenko no es el apoyo popular, sino la represión de la oposición, la manipulación de los medios de comunicación y el control sobre los votantes. Los observadores occidentales son más comedidos, aunque reconocen que los comicios bielorrusos no cumplen con los estándares democráticos.

Después de la pasadas elecciones y tras el gesto de gracia de Lukashenko de liberar a un puñado de opositores encarcelados, la UE decidió “normalizar” las relaciones con la exrepública soviética y suspender cuatro meses las sanciones impuestas en 2004

Sea como sea, Lukashenko volvió a demostrar su poderío en la pasadas elecciones, en las que la oposición apenas se dejó notar. Los comicios de octubre de este año se celebraron sin disturbios, a diferencia de los de 2010, cuando grupos de opositores intentaron asaltar la Casa de Gobierno de Bielorrusia, y la policía (que en este país aún se llama milicia, como en tiempos comunistas) tuvo que emplearse a fondo para reprimir las protestas.

Unas elecciones estas últimas sin apenas voces disonantes, a pesar de que poco antes de la votación se anunciaba que la bielorrusa Svetlana Alexievich era la nueva premio Nobel de Literatura 2015. Esta escritora se considera cercana a grupos de la oposición, y de hecho el Gobierno bielorruso se ha negado hasta ahora a publicar sus libros. Se creía que su elección podría servir de acicate para movilizar a los opositores como ya sucedió en 2010; aunque sea por temor o resignación, finalmente no sucedió nada y el presidente pudo saborear con calma una nueva victoria.

Después de la pasadas elecciones bielorrusas y tras el gesto de gracia de Lukashenko de liberar a un puñado de opositores encarcelados, la Unión Europea decidió “normalizar” las relaciones con la exrepública soviética y suspender cuatro meses las sanciones que se impusieron en 2004, con la posibilidad de eliminarlas permanentemente si Minsk se porta bien y respeta los derechos humanos.

Las sanciones alcanzan a 175 personas y 14 entidades bielorrusas. Incluyen la congelación de activos financieros, la prohibición de visados para la cúpula dirigente (el presidente no puede viajar a ningún país de los 28 de la UE) y el embargo a la venta de armas y equipamiento que pueda ser utilizado para reprimir manifestaciones.

Este acercamiento entre Minsk y Bruselas es un paso más en el equilibrio de trapecista que el Gobierno de Lukashenko se esfuerza en mantener en las dos últimas décadas: coqueteos con la Unión Europea, a pesar de haber calificado de “zoológico”  las democracias occidentales, y amor incondicional para la gran madre Rusia. A esa dualidad de afectos hay que sumar idilios pasajeros con otros aliados como Venezuela, Ecuador, Irán y, sobre todo, China. Al otro lado, Estados Unidos, que llegó a incluir a Bielorrusia en el Eje del Mal de George Bush.

La relación entre Minsk y Moscú podría atravesar horas bajas, ya que al acercamiento a Europa se sumaban las recientes críticas de Lukashenko a la decisión rusa de ubicar una base militar aérea en suelo bielorruso

Sin duda es la Rusia de Putin la gran valedora de Minsk, tanto en términos políticos como en económicos, sin contar con el gas y el petróleo que Moscú ofrece a sus amigos bielorrusos a bajo precio. Sin embargo, la relación entre ambos países podría atravesar horas bajas, ya que al acercamiento a Europa se sumaban las recientes críticas de Lukashenko a la decisión rusa de ubicar una base militar aérea en suelo bielorruso, dentro de los planes de Putin de reforzar su flanco occidental ante el avance de la OTAN en la región. Nunca antes el presidente de Bielorrusia había cuestionado públicamente una decisión del Kremlin.

También la historia de amor con la Venezuela chavista, donde curiosamente empresas bielorrusas desarrollan proyectos energéticos y de construcción de viviendas, podría tener las horas contadas si Maduro no logra la reelección, lo que a la postre reforzaría las relaciones con Ecuador. Ecuador cerró meses atrás su embajada en Varsovia para abrir misión diplomática en Minsk, una muestra del interés de Correa por estrechar lazos con la Bielorrusia de Lukashenko, donde ya se forman cadetes militares ecuatorianos.

Pero son las relaciones con China la otra gran piedra angular de la política exterior de una aislada Bielorrusia, al menos en los últimos años. Más allá, el gigante asiático se ha convertido en el salvador de la maltrecha economía bielorrusa, lastrada por devaluaciones (el rublo bielorruso sufre las fluctuaciones de su hermano mayor, el rublo ruso), y ahora ultima un megaproyecto en la exrepública soviética: una gigantesca ciudad china en los alrededores de Minsk, capaz de acoger a 155.000 personas, con su complejo industrial y centro tecnológico. Esta localidad bielorrusa se convertirá en la Chinatown más grande de Europa.

Ya sea con el apoyo de unos o de otros, Lukashenko, de 61 años, ha logrado mantenerse en el poder desde 1994, cuando pasó de ser el director de una granja colectivista y miembro del partido comunista bielorruso a convertirse en el presidente de la joven república gracias a un discurso contra la corrupción y el caos de los años 90, con un programa socialista y mensajes cargados de añoranza de la antigua Unión Soviética, disuelta apenas tres años antes.  

China se ha convertido en el salvador de la maltrecha economía bielorrusa, y ahora ultima un megaproyecto en la exrepública soviética: una gigantesca ciudad china en los alrededores de Minsk, capaz de acoger a 155.000 personas

Sus partidarios, que desde luego no son pocos, aunque parece complicado que sumen el 84% de los votantes, dicen que Lukashenko ha convertido Bielorrusia en la exrepública soviética más estable y segura (los índices de delincuencia en Bielorrusia son realmente bajos), donde el desempleo es casi inexistente y, aunque los sueldos son reducidos, existe mayor redistribución de la riqueza y las diferencias sociales son menores que en otros países que también pertenecieron a la URSS. Una Arcadia feliz, desde luego, al menos si se compara con la vecina Ucrania o con otras exrepúblicas soviéticas como Georgia o la mayoría de las de Asia Central.

"No hay enfrentamientos en nuestro país --ni racial ni religioso--. No hay guerras en nuestra tierra... Nombre otro estado postsoviético que pueda presumir de lo mismo. Bielorrusia es un país seguro", decía Lukashenko en una reciente entrevista con un medio occidental. Como él, muchos bielorrusos destacan que su país es seguro, no hay terrorismo (el único episodio reciente fue el atentado en el metro de Minsk en 2011), se puede caminar con calma a cualquier hora de la noche, se mantienen muchos de los valores soviéticos y la vida transcurre apacible. Pero, al mismo tiempo, cada vez son más los bielorrusos que viajan a la UE o tienen amigos o familiares residiendo en algún país europeo, lo que puede acabar con el dulce cuento de hadas de un país feliz donde la KGB sigue llamándose KGB y la seguridad prima sobre todo lo demás.

Pero, por ahora, que no cunda el pánico: hay Lukashenko para rato y, si algo fallase, su hijo Kolya se postula como su posible sucesor. Kolya, diminutivo de Nicolai, tiene sólo once años, aunque ya acompaña a su padre en la mayoría de actos oficiales, incluida la última sesión plenaria de Naciones Unidas o el encuentro de Lukashenko con la familia Obama. Kolya es el tercer hijo del presidente Lukashenko, nacido de una relación extramatrimonial, aunque es con diferencia el favorito de su padre. “Ni siquiera puede dormir si yo no estoy cerca”, ha dicho de él Lukashenko, para justificar que su hijo menor le acompañe en importantes actos internacionales. Cualquiera podría pensar que el “padrecito” prepara a Kolya para sucederle un día al frente del país y perpetuar así la dinastía de los Lukashenko. Habrá que esperar a que el muchacho crezca para ver de qué madera está hecho.

Dicen de él que es el último dictador de Europa, a lo que responde que "es mejor ser dictador que homosexual". Y añade, por si quedan dudas sobre su cosmovisión: "Si una mujer es lesbiana, es siempre por culpa de un hombre". Sus conciudadanos le quieren y le odian, pero sobre todo le temen, porque...

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Autor >

Nacho Temiño

Periodista en Europa Oriental, adonde llegó fascinado por el mundo postcomunista. Desde ahí trabaja como corresponsal y colabora con diversos medios españoles y locales. Ahora está embarcado en un doctorado. Veremos qué será lo próximo.

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