ANÁLISIS
Paris COP21, un pasito adelante, un pasito 'patrás'
Si el acuerdo se valora en términos de efectividad, es un fracaso. Si es una señal de que la era de los combustibles fósiles tiene que acabar, es un triunfo
Pepe Cervera 16/12/2015
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Un estado tiene el monopolio de la violencia dentro de sus fronteras, pero ¿quién y cómo decide qué compromisos adquiere un estado? ¿Quién y cómo castiga a un estado que viola compromisos que lo atan? Estas preguntas, básicas para comprender los límites y posibilidades de la geopolítica, son claves en cualquier análisis de la Convención de París (pdf, inglés), el acuerdo emanado de la conferencia internacional celebrada la semana pasada en la capital francesa. El documento, acordado por 195 países, es un gran triunfo, y una gran derrota a la vez. Porque por un lado representa la aceptación por parte de los gobiernos del mundo de que sí, el calentamiento global es un problema que ha de ser resuelto y hay que ponerse en serio a ello. Pero por otro lado los intereses contrapuestos de países e intereses comerciales han logrado que el único mecanismo de control real sea la picota, es decir, la vergüenza pública de aquellos que no cumplan sus objetivos; que, por otra parte, se pondrán ellos mismos. Y los compromisos financieros son insuficientes, y demasiado voluntarios.
De modo que las sociedades han forzado a sus respectivos estados a aceptar la realidad de que el calentamiento global está en marcha y da miedo. Ya salvo algunos irreductibles impermeables a la evidencia nadie duda de que la temperatura media global ha aumentado ya al menos un grado; el año 2015 está siendo el más cálido de la historia en el lustro más cálido de la historia, y se están expandiendo los viñedos en Inglaterra. Hasta los formidables intereses económicos y políticos basados en el carbono reconocen que algo se ha de hacer porque las consecuencias están comenzando ya, y pueden ser devastadoras.
La urgencia viene dada porque al paso que vamos podemos disparar antes de fin de siglo ciertos mecanismos de realimentación positiva que provoquen mayores cambios aún. Por ejemplo, el agua de mar absorbe más radiación solar que el hielo, que la refleja; un aumento de temperatura que haga reducirse el hielo aumentará la cantidad de calor atrapada por el mar, que subirá de temperatura derritiendo más hielo. El límite de seguridad (más o menos arbitrario) en el que numerosos modelos parecen coincidir son los 2 grados centígrados de aumento de la temperatura media global, aunque si queda por debajo no significa que este efecto sea imposible: sólo menos probable.
Además, algunas consecuencias pueden funcionar como punto de inflexión empujando el futuro desarrollo del clima en una dirección catastrófica. Si el aumento de las temperaturas acabara en pocas décadas con el hielo del polo norte durante todo el año, con los glaciares de la Meseta Tibetana o con los bosques amazónicos los sucesivos cambios climáticos serían enormes, catastróficos e imposibles de revertir. Sí, parece un exceso, pero conviene recordar que hace 10.000 años el Sahara era un territorio húmedo, rico en praderas, bosques, lagos y ríos donde la fauna y la humanidad vivían con facilidad. Está claro que hay que revertir el calentamiento antes de que se dispare, y eso implica llegar al ‘Peak CO2’ (el punto de máxima concentración atmosférica de gases de efecto invernadero) lo antes posible y alcanzar una economía con emisiones casi cero para finales de este siglo. Y ese proceso no va a ser sencillo, ni barato. Para empezar, va a requerir una cooperación internacional sin precedentes que no es fácil de organizar.
Pero el Convenio de París da algunos pasos en la buena dirección. Por ejemplo compromete a reducir sus emisiones no sólo a los países desarrollados (principales culpables históricos y emisores actuales), sino a todos; también a los grandes gigantes emergentes como China, la India o Brasil, aunque no en la misma medida. También crea un fondo para financiar inversiones que permitan reducir sus emisiones a los países más pobres de 100.000 millones de dólares anuales, y establece un mecanismo transparente de evaluación del cumplimiento de los objetivos fijados por cada país, que además se revisarán (siempre a la baja) cada cinco años. El objetivo es impedir que el aumento de la temperatura global supere los 2 grados centígrados antes de fin de siglo, y a ser posible, se quede por debajo del grado y medio.
En la parte negativa el compromiso de inversión no está en los artículos ejecutivos del texto, sino en el preámbulo, sin valor jurídico. Serán los mismos países los que fijen sus objetivos y no habrá ningún mecanismo que permita castigar a quienes los incumplan, más allá de ser avergonzados ante la opinión pública mundial. Los objetivos iniciales de reducción de emisiones apenas suponen la mitad de los que se estima serían necesarios para conseguir los objetivos propuestos. Y la idea de colocar como objetivo la descarbonización de la economía (emisiones cero) para final de siglo no aparece en el Convenio ante el vehemente rechazo de países productores de petróleo y carbón como Arabia Saudí. Ni siquiera se ha establecido la obligación de eliminar las subvenciones (abiertas y encubiertas) al carbón y el petróleo. Para colmo, no está claro que algunos de los principales actores por su volumen de emisiones como EE UU y China vayan a ratificar o cumplir el protocolo. Que sólo adquirirá valor de ley si es ratificado por 55 países que sumen al menos el 55% de las emisiones globales.
Si se valora el acuerdo en términos de su efectividad real (compromisos de cumplimiento y mecanismos de control), es un fracaso. Si se considera como un primer paso y una señal a mercados e instituciones de que la era de los combustibles fósiles se tiene que acabar, es un triunfo. A la larga y en la práctica sólo la presión de las poblaciones afectadas o concienciadas forzará el cambio de punto de vista de sus gobiernos y hará posible que se imponga algún sistema de control dotado de mecanismos de inversión obligatorios y de ‘dientes’ que aseguren su cumplimiento por parte de los estados. El final del camino está lejos, pero se ha dado un primer paso, y desgraciadamente cabe la sospecha de que calamidades futuras favorecerán que se avance con mayor vigor y velocidad. Porque la alternativa es inaceptable y peligrosa, y parece que por fin todos los gobiernos ya son conscientes de ello: éste es el verdadero legado de París COP21.
Un estado tiene el monopolio de la violencia dentro de sus fronteras, pero ¿quién y cómo decide qué compromisos adquiere un estado? ¿Quién y cómo castiga a un estado que viola compromisos que lo atan? Estas preguntas, básicas para comprender los límites y posibilidades de la geopolítica, son claves en...
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