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Hay un hecho del que se ha hablado poco en España y que, sin embargo, resulta escalofriante. El 18 de noviembre, en Wroklaw, manifestantes polacos de extrema derecha protestaban violentamente contra la llegada de refugiados sirios. Es espantosa esa imagen de la Europa de la xenofobia y del ombliguismo, de un continente que se cierra para aquellos que huyen de la guerra. Aún más, si recordamos que los propios polacos fueron deportados o tuvieron que exiliarse en repetidas ocasiones a lo largo de su historia. Y resulta todavía más horrible, ver cómo de pronto la multitud prende fuego a un monigote que representa a un judío ortodoxo. Esta escena que parece resucitada de otra época, nos recuerda que el resurgir de ideas xenófobas y de odio no son un monopolio de la Francia de los Le Pen, sino que forman parte de una negra ola que se abate sobre gran parte del continente.
Sabemos que el antisemitismo juega un papel importante en la historia de Polonia. El historiador estadounidense Jan Gross publicó varios libros que pusieron de manifiesto la complicidad de parte de la población polaca en el genocidio, en el que no solo estuvo involucrada la fanatizada élite nazi.
Su ensayo, El Miedo, sobrecogió a la opinión pública polaca desvelando los pogromos de la posguerra, escondidos durante mucho tiempo por el régimen comunista. Los hechos ocurren en Kielce, en 1946, muchos meses después de que el último nazi abandonara Polonia (y no quedara prácticamente ningún judío). Sin embargo, el anuncio del regreso de los campos de concentración de algunos supervivientes y el rumor sobre el rapto de un niño, provocan la furia de los habitantes del pueblo, que asaltan un centro de acogida y matan a decenas de judíos como ocurría durante la Edad Media. Gross intenta encontrar en esta obra las claves que desatan ese horror y esa histeria colectiva. El historiador intenta explicar esa violencia, sorprendente en tiempos de paz, por la confusión y la incertidumbre, por el miedo al futuro, que se alimentan con la presencia de estos supervivientes que parecen recordar a los habitantes locales que el hundimiento es posible. De hecho, nos volveríamos violentos con aquellos que interfirieran en nuestra vida cotidiana recordándonos nuestra propia fragilidad. Resulta tentador trazar un paralelismo atrevido con las reacciones de rechazo que provocan hoy en día, en gran parte de Europa, los flujos de refugiados. Se parecen a lo que hace la gente, que acciona rápidamente los limpiaparabrisas cuando un gitano rumano se acerca a su coche en el semáforo en rojo. El mendigo romaní sería el espejo que refleja la fragilidad de nuestra existencia en un mundo que se rompe, el espejo y el fermento que despierta todas nuestras angustias.
El resurgir de ideas xenófobas y de odio no son un monopolio de la Francia de los Le Pen, sino que forman parte de una negra ola que se abate sobre gran parte del continente
Esperemos que los asesinatos y persecuciones sean solo parte del pasado europeo. Sin embargo, los signos del resurgimiento de la xenofobia y de movimientos de extrema derecha se multiplican en Europa bajo formas distintas, desde el nacional-soberanismo del UKIP británico hasta partidos que se encomiendan al neonazismo, como Amanecer Dorado en Grecia. La derecha húngara es un caso representativo de la jerarquía del horror de los partidos del odio: por un lado la demagogia del Fidesz, encabezado por el autoritario primer ministro Orban; por otro, el Jobbik con su tufo fascista y antisemita, sin olvidar a los paramilitares neonazis del ya prohibido Maggyar Garda, cuyos símbolos y desfiles antigitanos se inscribían abiertamente en la herencias de las Cruces Flechadas, el partido aliado de Hitler, que colaboró en la deportación de cientos de miles de judíos húngaros. Los politólogos alertan contra la tentación de considerar una amalgama esta negra constelación aunque exista una porosidad entre estos movimientos. Por ejemplo, en torno al Frente Nacional francés, pululan una miríada de grupos ultra y de skinheads, cuna de cuadros políticos y guardaespaldas.
El panorama europeo es desolador y sobrecoge la constante común que parece alimentar a estos movimientos: el miedo y en particular, el miedo al otro. Todas estas fuerzas sustentan su avance electoral en la identificación de una doble amenaza, de un doble enemigo. El enemigo es, en primera instancia, interior, está entre nosotros. Es el musulmán, en Francia; el gitano o el judío en Europa del este. El enemigo también es externo, como el refugiado sirio y en general, todos esos inmigrantes que vendrán para “quitarnos el trabajo e imponer sus costumbres”. Triste suerte la del gitano rumano, considerado, por un lado, el enemigo interior en Europa del este y, por otro, el « invasor » de Europa del oeste cuando huye de las persecuciones en su país de origen. De la misma manera el miedo al terrorismo islámico, se asocia tanto a los flujos “incontrolados” de refugiados como a los jóvenes inmigrantes de las periferias vecinas que el yihadismo salafista quiere seducir. Ese discurso del miedo de la extrema derecha, histerización y etnicización, ha calado también en los medios “mainstream” y en los partidos tradicionales. En Francia, acaban de condenar al periódico Valeurs Actuelles por incitación a la discriminación por una portada que mostraba la alegoría de la República, la joven Marianne, cubierta con un velo islámico bajo un titular odioso: “Nacionalizados: la invasión que se oculta”, criticando la obtención de la nacionalidad francesa por musulmanes. Se trata de una variante más de la teoría conspiracionista de “la sustitución” de los “verdaderos franceses” por invasores del sur que sostienen escritores ultra como Eric Zemmour.
Qué triste declive del continente de la Ilustración: el resurgimiento de la extrema derecha, la vuelta a las fronteras como barricadas ante los refugiados (mientras permanecen abiertas para los productos que representan una competencia desleal y destruyen nuestras economías); el levantamiento de muros en los barrios gitanos de países del este europeo, sin olvidarse del « patriot act » a la francesa con su recorte de libertades como reacción hiper securitaria a los atentados terroristas. Son signos todos ellos de un profundo malestar europeo.
La Europa del miedo se alimenta de nuestros fracasos: la angustia por la precariedad social que acecha a millones de personas, el miedo a la arbitrariedad y la locura de los atentados islamistas, el desmantelamiento del Estado de bienestar mal reemplazado por una Unión Europea cuyos únicos objetivos son el plan Frontex y la austeridad, la angustia frente a la globalización y la feroz competencia de todos contra todos…
A menudo se hace el paralelismo con la situación de crisis de los años 30 y la ola reaccionaria que desencadenó, como lo hace de manera brillante el filósofo Giorgio Agamben analizando la peligrosa estrategia del miedo que esconde en Francia la mutación del «Estado de derecho en Estado de seguridad» . Recordemos que el miedo y la reacción autoritaria forman parte del binomio que traza también Jean Delumeau en su célebre Historia del miedo en Occidente. Durante la Edad Media, asolada por la peste y la violencia, el miedo al otro, ya fuera el Turco lejano o la bruja y el judío de al lado, provocaba por parte de la Iglesia la puesta en marcha de un amplio plan oscurantista para someter a la sociedad a cambio de « seguridad ».
El panorama europeo es desolador y sobrecoge la constante común que parece alimentar a estos movimientos: el miedo y en particular, el miedo al otro
El miedo como fuente de odio, de violencia y de reacción securitaria, esa es la hipótesis que los historiadores formulan. Ese miedo justificaría hoy en día la regresión autoritaria que sufrimos en términos de libertades, de conquistas sociales y de valores intangibles.
Frente a la angustia, es necesario reaccionar con razón. Frente al miedo, con confianza. Frente al repliegue etnicista, hay que reformular lo “universal”. Ese es el mensaje que, desde el Sur, lanzaba Carlos Fuentes al identitario yankee Huntington que, después de haber señalado al musulmán como el enemigo de América en su famoso Choque de civilizaciones, arremetía contra la “invasión hispana” en¿Quiénes somos?: Los desafíos a la identidad nacional estadounidense. Fuentes le respondía reivindicando la riqueza de la multiculturalidad hispanoamericana, de origen indoeuropea y afroamericana a la vez, y vinculada a la diversidad cultural de España « celtíbera, fenicia, romana, árabe, judía y goda ».
La riqueza de la pluralidad como respuesta a los cascarrabias etnicistas y a los partidarios del miedo es lo que se palpaba de alguna manera en Valencia, en el cierre de campaña de los movimientos de confluencia organizados en torno a Podemos. Fue un acto muy arriesgado desde un punto de vista político, el broche final a una campaña nacional que tuvo lugar fuera de la “capital del reino”, en el que se habló en valenciano, catalán y castellano. Ante el discurso del « miedo a la secesión », del que han abusado el PP y Ciudadanos, se respondía con un homenaje a la diversidad plurinacional y a la convivencia. Se respondía con el derecho democrático a decidir y a la necesidad de reescribir juntos una Constitución que articule mejor esa riqueza plurinacional. En las listas de Podemos encontramos, por cierto, una candidata por Salamanca de la minoría gitana y otra que será la primera diputada de color en la historia parlamentaria española, Rita Bosaho. La patria que reivindica Iglesias es una patria plurinacional y universal, que reclama más libertad y democracia.
Claro, el proyecto de esta izquierda española renovada contempla, antes de todo, una alternativa a las políticas de asfixia económica impuestas por la Unión Europea y la Troika. No nos olvidemos que el carburante de la fuerzas políticas del odio es, en primera instancia, el rechazo popular a las políticas europeas, a la austeridad, al dumping social y fiscal, a la competencia de todos contra todos. De hecho, mientras quemaban en Wroklaw la figurita del judío, colgaron de sus manos una bandera de la UE.
Hay fuerzas políticas, como en Francia, que utilizan el miedo como único cimiento para su proyecto de futuro, incluido el miedo a la extrema derecha, como último argumento de supervivencia de la sempiterna “unidad de la izquierda”. Es la apuesta de François Hollande para su reelección. La única manera de tapar sus devaneos liberales es agitar, como sus predecesores, el espantapájaros Le Pen.
En España encontramos lo opuesto: una nueva manera de hacer política. En Europa debemos trabajar para crear un nuevo proyecto democrático, ecológico y social mirando hacia España y contando con todos, incluso con Polonia por supuesto, donde muchos jóvenes rechazan el racismo y acuden al importante Festival de la Cultura Judía de Cracovia para reivindicar una visión plural del pasado y del futuro de su país y de toda Europa.
Hay un hecho del que se ha hablado poco en España y que, sin embargo, resulta escalofriante. El 18 de noviembre, en Wroklaw, manifestantes polacos de extrema derecha protestaban violentamente contra la llegada de refugiados sirios. Es espantosa esa imagen de la Europa de la xenofobia y del ombliguismo,...
Autor >
François Ralle Andreoli
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