La agonía del mediapunta
Las pérdidas olvidadas
La gran mayoría de nosotros no había oído hablar de Oblak cuando ya estaba a punto de aterrizar en Madrid. Olía a negociete
Emilio Muñoz 13/01/2016
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Existen pérdidas de las que creemos que nunca vamos a recuperarnos, aunque todos sepamos que eso es falso. Al ser humano le encanta rebozarse con la desdicha del momento. Pensar que nada será igual, gimotear desconsoladamente por lo que no volverá, recordar un pasado grabado en el recuerdo con una paleta de colores mucho más vivos que los que tuvo en la realidad. Cualquier tiempo pasado fue mejor, dicen algunos entre achaques y nostalgias mientras la vida les contradice a cada minuto con un nuevo amor, un viaje a un sitio por descubrir o un portero esloveno de sobriedad proverbial.
Fueron muchos los que lloraron como irreparable la pérdida de Courtois. El agujero que el belga dejó se antojaba casi imposible de rellenar a pesar de que la suya fuera la crónica de una salida anunciada. Daba un poco igual que Tibu, para los amigos, que éramos todos, nunca llegara a ser nuestro realmente. Cada verano se marchaba para luego volver con la misma sonrisa bonachona puesta. Le perdíamos solo por lo que duraba un paréntesis estival y sus regresos acabaron por convertirse en una rutina irreal destinada a ser vivida eternamente. De repente, a la vuelta de unas vacaciones, ya no volvió. No retornó, además, para ponerse a las órdenes de la madrastra de Setúbal, lo que dejó una mayor sensación de desolación bajo los palos del Calderón. Fue entonces cuando la pérdida, fea y descarnada, se nos metió a todos dentro dejando un paraje yermo de esperanza, una apocalíptica visión de un futuro de cantadas y salidas a por uvas en balones colgados al área.
"Viene del Benfica". "Ha destacado en la liga portuguesa". "Es muy joven". Los titulares se llenaban de lugares comunes que invitaban a la desconfianza. Olía a negociete
La gran mayoría de nosotros no había oído hablar de Oblak cuando ya estaba a punto de aterrizar en Madrid. "Viene del Benfica". "Ha destacado en la liga portuguesa". "Es muy joven". "Se trata del desembolso más importante por un portero en la historia patria". Los titulares se llenaban de lugares comunes que invitaban a la desconfianza. Olía a negociete. A Pizzi, a Elías, a Dani o a Rubén Micael. Jugadores que vivían sin vivir en sí, y a veces incluso más lejos y de alquiler. El cierre de los flecos de la operación obligó a que se incorporara a los entrenamientos un poco más tarde. Apenas unos días, los suficientes para que Moyá, recién llegado a la causa también, le comiera la tostada y dejara enamorados --¿cómo no enamorarse de Moyá en cualquiera de los sentidos?-- a cuerpo técnico y gran parte de la afición. La primera vez que vimos al esloveno en serio fue en Atenas. El choque y su actuación nos dejaron fríos, helados incluso. Un balón resbaladizo que encontró un hueco improbable bajo la axila nos volvió a hacer sentir la pérdida. Tocarla de nuevo. Abrumarnos por su enormidad. La alargadísima sombra de Courtois volvía a crecer exponencialmente.
El siguiente capítulo de la historia se escribe en el partido de vuelta de una eliminatoria de octavos de final de Champions. Moyá, titular no solo en Liga sino también en Europa desde lo de Atenas, se rompe. Hasta la fecha, las dudas sobre las actuaciones del balear, que las ha habido, no han sido suficientes para apartarlo de la titularidad. Sale Oblak al campo tras calentar frugalmente su corpachón de boxeador y la afición le abraza. Olvida en ese mismo instante la pérdida que recorría la grada libremente. El estadio alienta al esloveno sin reservas e incluso improvisa sobre la marcha un cántico en su honor con toques de rumba que haría temblar a cualquier arreglista musical. Jan responde durante el partido y, sobre todo, en la tanda de penaltis que cambiará su vida.
Sale Oblak al campo tras calentar frugalmente su corpachón de boxeador y la afición le abraza. Jan responde durante el partido y, sobre todo, en la tanda de penaltis que cambiará su vida
Desde entonces, los partidos se han llenado de exquisita colocación y de grandes paradas. No hay resquicio para que alguna duda se cuele en la confianza que el aficionado rojiblanco tiene en su portero. Aupado en una defensa numantina, Oblak se ha convertido en el último y más fiable guardián del muro. Ya no hay balones por alto que provoquen tembleques. No existe ninguna falta cercana al área ante la que mostrar nerviosismo. El esloveno combina reflejos felinos con una sensación de aplastante seguridad cada vez que el balón osa rondar sus dominios. Los mano a mano con delanteros rivales han pasado a convertirse en sus días en la oficina. No cambia el rictus tras desbaratar cualquier acercamiento enemigo y hasta parece que su pelo, que se antojaba en retirada, ha renacido. Nada hay que temer en los próximos años --salvo tejemanejes de los del palco, siempre tan proclives a ventas a traición apoyadas en el interesado mantra de jugadores que juegan donde quieren--, hay portero para más de una década.
No somos capaces de precisar cuándo nos dimos cuenta de que habíamos olvidado a Courtois en el buen sentido. Siempre estará en nuestros corazones y le desearemos lo mejor allá donde esté, pero ya no volveremos a sentir esa pérdida enorme y negra que su marcha nos dejó. Han pasado los días, los meses y los partidos del Atleti y ya casi nadie añora tiempos pasados en la portería. La seguridad de Oblak ha impregnado nuestras vidas y nuestros recuerdos. La sensación de pérdida se ha evaporado totalmente. Uno cree que empezó a difuminarse aquella noche de Champions en la que la grada adoptó al esloveno sin papeleos. La pérdida quedó olvidada definitivamente en el punto de penalti más cercano a una de las dos porterías del Calderón.
Existen pérdidas de las que creemos que nunca vamos a recuperarnos, aunque todos sepamos que eso es falso. Al ser humano le encanta rebozarse con la desdicha del momento. Pensar que nada será igual, gimotear desconsoladamente por lo que no volverá, recordar un pasado grabado en el recuerdo con una paleta de...
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